Blog dedicado a plasmar las aventuras de un superviviente apocalíptico cuya única misión será resistir en un mundo plagado de muertos vivientes y repleto de otras cosas igual de peligrosas. Una aventura con más muerte que amor, más pesadillas que sueños y más penumbra que alegría. La supervivencia esta en juego.
martes, 4 de junio de 2013
Capítulo decimocuarto: Un nuevo hogar
El viaje fue corto. Lo que a pie hubieran sido algo más de dos horas, en coche apenas fueron unos minutos. Después de dejar la ronda, nos metimos en la ciudad, bastante cambiada desde la última vez que estuve allí. Gran Via 2 habia pasado de ser un centro comercial donde parejas alegres y familias paseaban y compraban cosas, a una fortaleza improvisada.
Las entradas y cristaleras del piso inferior que daban acceso a la calle habían sido sustituidas por ladrillos y hormigón para impedir el avance de los zombis. Un pequeño foso rodeaba buena parte del centro comercial y separaba el edificio del acceso a la calle. Multitud de trincheras hechas con alambre de espino y sacos de arena rodeaban la zona y hasta un par de andamios convertidos en torres de vigía preservaban el perímetro gracias a algunos militares apostados en ellos con rifles de precisión.
Lo realmente sorprendente de todo es que apenas había zombis deambulando. La mayoría de ellos estaban tendidos en el suelo, solos, o amontonados y calcinados en una glorieta cercana. Algún disparo ocasional se escuchaba aquí y allá, pero una extraña paz rodeaba esa zona de la ciudad. Nos dirigimos a una de las entradas del parking subterráneo fuertemente protegida por militares, hombres vestidos de calle y lo que a juzgar por lo que había visto en las noticias semanas antes, miembros de la B.H.S.U.
Al vernos acercarnos, un soldado levantó la mano permitiéndonos el paso.
-¿Nuevos, eh? –Preguntó fugazmente el soldado mientras pasábamos por su lado.
Aparcamos el coche salpicado de sangre en una plaza vacía del parking y bajamos del pick-up. Seguimos al grupo de milicianos aún asombrados, hasta la planta superior y acabamos en lo que antes del apocalipsis era una pequeña parafarmacia.
-Yo me quedo con los nuevos, vosotros podéis ir a descansar un rato, nos veremos luego. –Dijo el cabecilla al resto del grupo.
Definitivamente el centro comercial también había cambiado por dentro. Las tiendas se habían convertido en habitaciones y los escaparates de éstas habían sido tintados de negro para dar algo de intimidad a las salas, aunque a pesar de ello muchas tenían las puertas abiertas. Varios soldados caminaban de arriba abajo atareados en sus propios asuntos, algunos en ropa interior o toalla. El suelo permanecía relativamente limpio y en algunos locales, se habían colgado pancartas improvisadas identificando de qué se trataban. Al parecer nos habían llevado hasta lo que parecía ser la enfermería. Entramos y una chica se acercó a nosotros. Era la primera chica que había visto hasta el momento en toda la base.
-Me he percatado de que tienes una herida en la pierna, será mejor que te la curen para que no se te infecte, no vamos precisamente sobrados de antibióticos.
-Hola…umh ¿Héctor, no? –Dijo la chica pensativa.
-Sí. –Dijo él escuetamente con una sonrisa.
-¿Que querías?- Preguntó la chica.
-Necesitaría asistencia para este chico, parece que tiene una herida en la espinilla.
-¿Cómo te la has hecho? –Preguntó amablemente la chica.
-Me alcanzó un perdigón ayer, es una larga historia. ¿Alguien podría sacármelo?
-Claro, yo misma puedo hacerlo, el doctor está con otro paciente más grave. Ven, túmbate en esta camilla.
Seguí sus instrucciones y me tumbé en la camilla mientras ella se lavaba las manos, se colocaba unos guantes y cogía una bandeja de aluminio con instrumental quirúrgico. Héctor, al que había perdido de vista vino con una botella de vodka.
-¿Y esto es para desinfectar la herida?- Pregunté yo sonriente.
-No, te la desinfectará con alcohol, esto es para que bebas, no vamos bien de anestesia y para heridas poco graves como la tuya, nada como un buen trago.
-Gracias pero ahora no me apetece demasiado. –Rechacé yo cortésmente.
-Como quieras. –Respondió él sonriente, sabiendo algo que yo desconocía.
La chica se sentó en un pequeño taburete con ruedas y me hecho algo de alcohol en la herida. El líquido se convirtió casi inmediatamente en espuma. El escozor no era agradable pero podía soportarlo. La chica untó entonces un algodón con algo de yodo y lo puso sobre la pequeña herida. Con un acto reflejo la retiré por el picor, pero inmediatamente volví a colocarla. Entonces, cogió unas pinzas de la bandeja y la aproximó a la espinilla. Antes de que pudiera meterlas más adentro retiré la pierna y esta vez no la volví a colocar.
-Pásame el vodka, por favor. –Le dije al sonriente Héctor.
-Toma. –Dijo él.
Metí un profundo trago a la botella, que traspasó mi garganta como aceite hirviendo y me mentalicé para que me sacaran la pequeña bola de plomo alojada en la pierna. La chica volvió a introducir las pinzas y en pocos segundos consiguió extraer a mi invasor compañero de viaje y dejarlo sobre la bandeja con un sonoro clinck. En pocos minutos y tras unos cuantos tragos más la herida ya estaba cosida y vendada. Me incorporé de nuevo y bajé de la camilla mareado ya por el alcohol.
-Ya que estamos aquí pídele un poco de pomada para el mordisco del brazo. –Sugirió poco acertado Albert.
Al oír la palabra mordisco, Héctor desenfundó la pistola que llevaba colgada y me apuntó a la cabeza antes de que ni siquiera pudiera parpadear. La chica se echó atrás con un impulso y rodó con el taburete en dirección opuesta.
-¿Te han mordido? –Preguntó tenso Héctor mientras aparecían por las puertas un par de soldados uniformados alertados por el ruido.
-¡Sí, pero tranquilo, no estoy infectado, no traspasó la chaqueta!– Dije yo lo más rápido que pude, acojonado y sentado todavía en la camilla, con las manos en alto.
-Déjame ver el brazo. –Dijo la chica, visiblemente más tranquila.
Me quité la chaqueta con cuidado, le mostré el mordisco y esperé a ver cuál era el veredicto. La chica respiró aliviada y se dirigió al interior de la tienda.
-No pasa nada Héctor, no está infectado. –Dijo mientras se alejaba.
-Chico, casi te vuelo la cabeza. Decir mordisco en los tiempos que corren es como gritar ¡bomba! en el interior de un avión. –Dijo Héctor recobrándose del sobresalto y enfundando el arma.
-Albert, casi haces que me maten. ¡Otra vez! –Respondí aliviado.
-Lo siento. –Se disculpó él.
La enfermera volvió a aparecer con un pequeño tubo de pomada y me aplicó un poco del ungüento sobre el feo moratón.
-La inflamación remitirá mañana. Ya podéis iros. –Dijo ella.
Después del susto, dejamos la enfermería y seguimos a Héctor hacia un nuevo destino. No tardamos en llegar a otro de los comercios rehabilitados. En él había otro pequeño panel hecho a mano donde ponía “Despacho de la milicia”. Entramos y encontramos sentado en un improvisado despacho tan solo amueblado con una enorme mesa de caoba y una silla de ruedas negra, a un hombre de cuarenta y pocos que nos dio la bienvenida.
-Es un placer ver nuevas caras por aquí. Me llamo Antonio Aguilera. Soy el encargado de reclutamiento de la milicia.
-Están más perdidos que todo eso, Toni. A estos les encontramos en mitad de la ciudad, apenas tienen idea de que ha pasado estas últimas semanas. –Respondió Héctor.
-Vaya por Dios. Bueno, pues a grandes rasgos, esta es una de las pocas zonas que permanecen intactas tras la infección en todo el país… bueno, será mejor que os sentéis.
Albert y yo tomamos asiento rápidamente esperando que por fin alguien nos diera una buena explicación. Fuese la que fuese.
-Como os decía, somos de las pocas zonas que quedan ya en pie. ¿Dónde os quedasteis?
-Nos dejó de llegar información cuando las cadenas dejaron de emitir, de eso hace ya varias semanas. –Respondió Albert.
-Pues siento deciros que desde entonces no han habido demasiadas buenas noticias. Después del apocalipsis, la mayoría de gente se dirigió a las bases civiles a refugiarse, y en menor medida a las bases militares para tomar parte en la milicia. Ese fue el caso de Héctor y mío. Los dos éramos policías, y después de que… de perderlo todo, decidimos devolverles un poquito a esos malditos zombis.
Al principio había varios cientos de bases civiles y militares disgregadas por todo el país. Algunas en centros comerciales, otras en zonas seguras de la ciudad, etc. El plan de protección de las bases fue excelente. En solo un par de días se prepararon todas las bases como ésta para resistir un posible asedio zombi. El problema llegó con la masificación de personas en los refugios. Algunas de ellas estaban infectadas, aunque no presentaban síntomas ni heridas, de hecho, muchas de ellas seguramente ni lo sabían. Algunas se habían infectado por besar a su pareja infectada, otros se habían infectado con la saliva producida por un estornudo de alguien que ni tan siquiera sabía que estaba infectado, etc. Los brotes empezaron a sucederse, y aunque eran bastantes se erradicaban con bastante éxito. Pero ya sabéis, un solo brote fructífero es suficiente para terminar con una base entera. Eso es lo que le pasó a la mayoría de ellas.
-¿Y cuántas bases quedan en el país a estas alturas? –Pregunté yo incrédulo.
-Unas veinticinco, aunque muy de vez en cuando, aún cae alguna. En personas tal vez unas treinta o treinta y cinco mil.
-¿Dice que solo quedamos Treinta o treinta y cinco mil personas de sesenta millones en España?
-No, por suerte no. Otras muchas personas decidieron quedarse en sus casas, con provisiones…como vosotros, y aún resisten hasta el día en que podamos rescatarlos. También hubo muchos pequeños pueblos, miles de ellos, distribuidos por toda la península a los que el apocalipsis ni siquiera llegó, y ahora resisten alimentándose de las provisiones o cultivos de la zona. Les puedo garantizar que aun somos unos cuantos millones dando guerra.
-¿Y ahora qué?
-Ahora si lo desean pasaran a formar parte de la milicia. Lo cierto es que no tienen muchas opciones entre las que elegir. Si quereis comer, tendreis que trabajar.
-¿Y cuando empezamos? –pregunté yo resignándome a mi destino, fuese cual fuese.
-Chicos valientes, sí señor.
-Más bien chicos sin opciones. –Corrigió Albert.
-En cualquier caso, bienvenidos. Relajaos un par de días, se os asignara una misión próximamente. Intentaremos que sea de lo más simple posible para que os adaptéis a luchar en grupo, aunque estoy seguro que no os costará demasiado.
-Será mejor que os acompañe a vuestras habitaciones, han quedado un par de huecos libres esta mañana en una de ellas. –Dijo Héctor.
Nos levantamos después de despedirnos de Antonio Aguilera y seguimos a Héctor de nuevo, ahora hacia nuestros nuevos aposentos. Después de un par de minutos caminando llegamos a lo que antes había sido una pequeña tienda de animales ahora convertida en habitación, aun conservaba las jaulas de cristal, aunque ahora servian como almacenamiento. Estaba justo en frente del supermercado del centro comercial, pero éste estaba restringido por varios soldados custodiando la zona. Por suerte había habido una buena planificación y se había evitado que en los primeros días del apocalipsis se saqueara el centro entero.
Poco después de que ocupáramos nuestras literas aparecieron un par de chicos, un poco más jóvenes que nosotros, con solo una pequeña toalla cubriéndoles sus partes íntimas. Tenían un claro acento marcado de esos que solo se adquieren en barrios suburbiales de la ciudad.
-Vaya, tenemos compañía. Con lo bien que estábamos nosotros solos, joder ni un dia –Dijo uno de ellos.
-Más carne para esos putos zombis. –Dijo el otro, siguiendo al que claramente era el macho Alfa de su reducido grupo.
-Chicos, más vale que seáis amables con estos, tienen bastantes más huevos que vosotros así que merecen cierta consideración. –Dijo Héctor.
-Lo dudo mucho, pero bueno, eso ya se verá, ahora están en nuestro grupo.
-Estos son Jonathan y Dani. Tranquilos, parecen gilipollas, pero luego igual hasta les pilláis cariño.
-puf... –Dijo Dani con desdén.
-Bueno chicos, otros asuntos requieren mi atención, haced vida normal, cuando haya alguna novedad con los vuestro ya os informaran.
Héctor abandonó la estancia y nos quedamos solos con nuestros nuevos compañeros de habitación. No tuvieron que pasar ni dos minutos de charla hasta comprobar, que no solo parecían sino que además, eran gilipollas. Lo cierto es que después de lo ocurrido en los meses anteriores, hacer migas con un par de cretinos integrales era una de las cosas que menos ilusión me hacía. Sin prestar demasiada atención a sus fanfarronadas cogimos las toallas que había en nuestras literas y nos dirigimos a darnos una breve ducha de agua caliente. Las duchas estaban repletas de soldados y milicianos sucios y sudorosos, algunos incluso teñían el agua de rojo a causa de la sangre de sus compañeros caídos horas antes. Eran fáciles de identificar ya que además de la sangre, eran los únicos que miraban fijamente al suelo sin pronunciar una sola palabra, seguramente recordando la reciente, aunque nada sorprendente tragedia.
Separadas por un biombo se encontraban las duchas de las mujeres, sin duda mucho menos numerosas que las de los hombres. La mayoría eran militares, pero otras parecían haberse alistado en la milicia después del apocalipsis, seguramente al haber perdido todo lo que les quedaba como el resto de nosotros.
Terminada la ducha, volvimos de nuevo a la habitación, por suerte esta vez, los paletos se habían ido a dar una vuelta. El día había sido largo y desalentador, así que decidimos conciliar el sueño y dormir todo lo que pudiéramos.
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