Blog dedicado a plasmar las aventuras de un superviviente apocalíptico cuya única misión será resistir en un mundo plagado de muertos vivientes y repleto de otras cosas igual de peligrosas. Una aventura con más muerte que amor, más pesadillas que sueños y más penumbra que alegría. La supervivencia esta en juego.
miércoles, 29 de mayo de 2013
Capítulo quinto: Escondido y asustado
Cuando volví a abrir los ojos ya eran más de las siete de la tarde. El alcohol y el estrés me habían jugado una mala pasada. Me incorporé, esta vez un poco más tranquilo y fui en busca del teléfono. Llamé y dio tono.
-Hola cariño…
-¿Aún no has salido? –Me preguntó ella sorprendida.
-Técnicamente sí. –Respondí sin saber muy bien por dónde empezar.
-¿Quieres explicarte?
-Lo he intentado, pero todo está colapsado. No puedo llegar, salir fuera es un auténtico suicidio.
Le expliqué lo ocurrido durante las últimas horas. Cuando acabé ella se puso a llorar.
-No te preocupes estaré bien, tengo comida y bebida para varias semanas, no me pasará nada ya lo veras. –Dije intentando tranquilizarla.
-Más te vale.
-Te llamaré mañana, te lo prometo.
Nada más colgar el teléfono me senté en el sofá y encendí la televisión a la caza de novedades acerca de la infección. Lo primero que vi fueron videos de numerosos atascos en la mayoría de ciudades del país. Me felicité a mí mismo por no haber hecho eso antes de salir, y seguí haciendo zapping. Reportajes de cuarentena, debates de expertos acerca del virus, anuncios de una comparecencia del presidente de Estados Unidos… Uhm eso podría ser interesante, pensé. Sorprendentemente desde el comienzo del incidente aún no había comparecido en los medios. Esperé un buen rato y por fin apareció interrumpiendo la información que se estaba dando en ese momento. Lo cierto es que hubiera dado igual el canal que hubiera elegido, en todos aparecía la misma imagen del presidente Barack Obama acompañado del secretario general de la ONU Ban Ki-Moon. Primero habló el presidente.
-“Durante las últimas semanas, una plaga de caos y destrucción ha azotado nuestro mundo. A estas alturas, casi todos nosotros hemos tenido contacto con este azote y sabemos de lo que es capaz. Hoy me presento ante vosotros no como presidente de mi país, sino como representante de todos los líderes de los pueblos libres de la tierra para anunciarles la creación de un nuevo ejército global destinado a la lucha contra el virus. Desde hoy, la B.H.S.U. –siglas en inglés de Unidad Especial de Peligro Biológico- velará por la seguridad de todos nosotros gracias a una preparación más efectiva y unos mayores recursos. La B.H.S.U. ha sido creada con los mejores soldados de cada país para dar caza a todo rastro de infección. Me veo obligado a informarles dada la situación, que desde hoy se permite el uso de fuerza indiscriminada contra cualquier infectado tanto por parte del ejercito, como de cualquier civil.”
Justo cuando el presidente acabó de pronunciar la última palabra de su discurso, todos y cada uno de los periodistas de la sala se levantaron al unísono y entre flashes comenzaron a preguntar. Después de casi un minuto de berridos y chillidos confusos, no muy diferentes a los que profesaban esas criaturas que tanto temíamos, uno de los consejeros del presidente intervino poniendo algo de calma. Con el ambiente más relajado, una joven periodista hizo la primera pregunta.
-“¿Hay ya alguna vacuna del virus?”
-“Aunque el mundo entero está aunando esfuerzos por encontrarla, y se han destinado todos los recursos posibles a ello, no. Aún no tenemos la vacuna.”
La periodista se sentó y otra periodista más mayor ocupó su lugar en la ronda de preguntas.
-“¿Hay algún país que no se haya visto afectado por la plaga?” –Preguntó la periodista.
-“Desgraciadamente no. Según nuestros informes, todos los países en mayor o menor medida se han visto afectados por el virus.” –Respondió el presidente con una gota de sudor resbalando por su sien.
Ahora un reportero trajeado se puso en pie.
-“¿Qué recomendaciones darían a cualquiera que se encuentre parapetado en sus casas?”
-“Si no le importa, dejaré que esa pregunta la responda el señor Ban Ki-Moon” –Respondió Obama nervioso.
-“Se han creado bases civiles en casi todas las ciudades del mundo para acoger a cualquier superviviente que lo desee. En ellas encontraran alimentos, bebida y un refugio seguro para protegerse de esos seres. En caso de que no puedan llegar de forma segura a esas bases, se recomienda permanecer en sus casas intentando hacer el menor ruido posible, llenar cubos y bañeras con agua por si hay esporádicos cortes de suministro –Con esporádicos quería decir permanentes- y administrar de forma eficaz los alimentos de que dispongan. En pocos días, unidades de soldados peinarán las ciudades para ayudar a la población a mudarse a esos centros.”
El trajeado reportero tomo asiento y cedió el turno a otra compañera.
- “¿De verdad no se procesará a nadie por acabar con uno de esos seres?”
-“Todos los estudios realizados demuestran que los individuos infectados por el virus están completa y definitivamente muertos. Aunque consiguiéramos dar con la vacuna, no serviría como cura una vez transformados. Esas personas ya no son padres, madres, abuelos ni hijos. Lo único que hace mover sus cuerpos es el virus. Por lo tanto, dado que están muertos, no puede ser considerado un asesinato y por lo tanto no habrá juicio ni investigación al respecto.” –Respondió el secretario de la ONU que había cogido el testigo de las preguntas de su acalorado compañero de comparecencia.
-“¿Hay alguna manera eficaz de acabar con esos seres?” –preguntó fríamente otro reportero.
-“Solo hay una forma eficaz de acabar con ellos. Dado que el virus opera desde el cerebro de su huésped, éste debe ser destruido por cualquier medio. Por muy escalofriante que suene, la mejor forma es alcanzar el bulbo raquídeo a través de cualquiera de las dos cuencas oculares. La decapitación no es un buen método, dado que aunque facilita que el cuerpo deje de ser un problema, la cabeza sigue operativa, cumpliendo la misión principal de infectar a su víctima.”
Antes de que el reportero pudiera tomar asiento y ceder el turno al siguiente compañero, la reportera que había hecho la pregunta anterior se puso en pie y volvió a preguntar saltándose el protocolo.
- “¿Realmente cree usted que un ama de casa será capaz de ensartarle el ojo a su marido con el que lleva treinta años casada con un cuchillo para trinchar el pavo?” -dijo la periodista, cínica y escéptica.
-“Nnnnno creo que…entiendo las dificultades que conllevaría… se acabo la rueda de prensa”. –Dijo el secretario general de la ONU ahora más nervioso incluso que el presidente.
De nuevo, una oleada de flashes y preguntas inundó la habitación mientras los dos miembros del pulpito abandonaban la sala seguidos de sus múltiples escoltas.
Bueno, si algo había sacado de todo aquello era que podía estar tranquilo, ningún policía iba a llamar a mi puerta para arrestarme por haber atropellado a la vieja zombi. Me levanté del sofá y fui a la cocina a por una cerveza, bastante relajado dada la situación. Caí en la cuenta, que con todo el alboroto no había hablado con Roger desde hacía varios días. Cogí el teléfono y llame a su móvil. Después de siete tonos desistí. Probé más suerte en su casa, nada…
-Posiblemente habrán ido al apartamento de la costa. –Me dije a mí mismo.
Quería hablar con alguien ahora que las líneas aún funcionaban. Lo intenté con Albert. Éste si descolgó el teléfono.
-Hey, ¿cómo va todo? –le pregunté
-¿Eric?
-Sí Albert, soy yo.
-¿No te ibas?- Me preguntó extrañado.
-Digamos que las cosas no salieron exactamente como las había planeado.
-Lo lamento.
-Y carlota ¿Ha llegado ya?
-Aún no. No sé nada de ella ni de ninguna de sus amigas.
-Seguro que han tenido que refugiarse en algún sitio y ya no tienen batería, igual han conseguido llegar a una de esas bases civiles. –Dije yo optimista.
-… Las malas noticias continúan. No iba a decírtelo hasta que llegaras a Galicia pero hablé ayer con la familia de Roger.
-¿Con la familia? –Pregunté extrañado y asustado.
-Sí, parece ser que se ha infectado.
-¿Qué, estás de coña?
-No, no lo estoy… por lo que pude entender de los sollozos de su hermana la ambulancia había volcado y la sangre de un infectado había entrado en contacto con sus ojos y su boca. Al parecer se encontraba en una sala de cuarentena esperando resultados.
-Esperemos que encuentren la vacuna pronto, sino… ¡Joder, que puta mierda! –Dije cabreado.
Mis peores sospechas se habían confirmado. Era lógico que los primeros en infectarse fueran los que tuvieran más contacto con los infectados como el personal médico y ATS. Ahora, y si nadie lo remediaba, Roger se iba a convertir en uno de ellos.
-¿Sigues ahí? –Preguntó Albert.
-Sí, sí… sigo aquí. ¿Y tu madre y tu hermano han llegado ya? –Le pregunté intentando buscar una buena noticia en toda aquella mierda que nos estaba rodeando.
-Sí, están aquí conmigo. ¿Crees que deberíamos trasladarnos a una de esas bases civiles?
-¿Sabes dónde está la base más cercana?
-Lo he mirado en Internet. Hay dos, han habilitado una en el Hospital de Mataró y otra en la zona Franca.
-Olvídalo, están demasiado lejos. La autopista en dirección Barcelona está repleta de esos monstruos y la otra dirección de la autopista no puede estar mucho mejor. Nuestra única opción es quedarnos aquí y esperar a que esto pase, tenemos la ventaja de las provisiones. Además, desconfío de la seguridad de las bases. Es tan fácil que un infectado no tenga señales evidentes de mordedura que probablemente ya se les haya colado alguno. Seguro que no es tan bonito como lo pintan, con tanta gente allí en caso de querer escapar seria una ratonera.
-Tal vez tengas razón, quedémonos aquí y esperemos.
Después de acabar la conversación me preparé algo de cena y me fui directamente a la cama, después de todo, ese había sido el día más largo de toda mi vida.
Me levanté a media mañana. Bajé y como de costumbre puse la televisión. Ya tan solo las cadenas más grandes emitían. Sorprendentemente, muchos reporteros de éstas habían decidido atrincherarse en los canales de noticias para seguir dando información. Comencé el barrido de canales hasta encontrar novedades del virus, con esto como en todo, la información es poder. En Telecinco emitían un reportaje sobre la recién creada B.H.S.U. A juzgar por las instalaciones, el presidente de Estados Unidos tenía razón y se había destinado bastante presupuesto al asunto. Por lo que pude sacar en claro, esta nueva unidad disponía de varias divisiones, cada una especializada en una disciplina. Los soldados de campo se encargaban de la lucha directa contra los infectados. Los ingenieros y cientificos eran los encargados de estudiar tanto aspectos defensivos en la lucha contra el virus, como la vacuna, como ofensivos como bombas bacteriológicas para acabar con la infección o armas caseras para que la gente pudiera defenderse de los zombis. También estaban los agentes especiales, que se encargaban de tácticas y seguimientos de las masas de zombis que asolaban las ciudades para poder actuar en consonancia. De repente, el televisor se llenó con un fondo negro. Pasados unos segundos, una conexión de última hora apareció en la pantalla en sustitución del reportaje de la B.H.S.U.
-“Interrumpimos nuestro reportaje para ofrecerles una noticia de última hora. Al parecer, China habría lanzado una de sus bombas nucleares sobre Pekín para evitar el avance del virus. Conectamos con nuestra enviada especial en China para que nos dé más datos.” –Dijo Pedro Piqueras con visible asombro y preocupación.
Una chica joven, que nunca antes había visto haciendo una conexión, apareció en una pantalla paralela a la del plató del informativo.
-“Cuéntanos patricia, ¿qué es lo que ha pasado?” –Le preguntó Pedro piqueras.
-“Pues bien, al parecer una bomba nuclear de gran poder, desconocemos aún de que tipo, ha hecho explosión en el centro de Pekín arrasando la ciudad por completo. Varios medios del actual presidente de China, Hu Jintao habrían obligado en el día de ayer a desalojar por completo la ciudad, pero en ningún caso se tenía constancia de que sus intenciones eran detonar una bomba en medio de ésta. Se calcula que tan solo entre el veinte y el treinta por ciento de la población ha conseguido refugiarse y ponerse a salvo en pueblos cercanos como en el que nos encontramos. En números redondos habrían perdido la vida con la explosión más de quince millones de personas.” –Decía la chica con voz entrecortada y con los ojos a punto de llenarse de lágrimas.
Sentí un escalofrío como ninguno que hubiera tenido hasta la fecha que me puso los pelos de punta y la carne de gallina. No podía dar crédito a una barbaridad así hacia su propio pueblo. Pedro Piqueras se mantenía firme aunque visiblemente preocupado mientras continuaba hablando con la joven reportera.
-“Podemos ver a lo lejos lo que parece ser un gran columna de humo formada por varias más pequeñas”.
-“En efecto. Aunque nos encontramos a varios quilómetros de la explosión, los restos de la onda expansiva son claramente apreciables. Se prevé que nadie de los que…” –La chica no pudo aguantar más y comenzó a llorar.
Dejé la tele encendida, me levanté del sofá y me preparé un buen trago. Esta vez no tenía miedo, no me temblaban las manos ni tenía taquicardia. Lo único que notaba era un leve cosquilleo en la nariz y en los ojos. Cogí un buen pedo y me quede dormido en el sofá.
Me levanté por la mañana. Era el segundo día que pasaba encerrado en casa y ya empezaba a sentir claustrofobia. Cogí el teléfono y hable con Ana. Por suerte en su pueblo solo había habido un par de casos de infección y ya estaban erradicados. Hablamos largo y tendido del suceso de China y nos despedimos con la esperanza de volver a hablar al día siguiente. Llamé a Albert y comentamos el suceso. Intentaba no hacerle pensar mucho en Carlota, pero no siempre lo conseguía. Mientras hablaba con él por el inalámbrico –las líneas de telefonía móvil estaban prácticamente saturadas– encontré fuerzas y subí a la pequeña terraza del piso de arriba para echarle un ojo a la situación. No tuve que esperar demasiado para ver al primero de ellos deambulando por la zona. Me agazapé con la esperanza de que no lograra verme y lo observé mientras pasaba de largo.
-¿sigues ahí?
-¡Shhhhhh!… Vale ya se ha ido, estaba echando un ojo.
-¿Cuantos has visto? –Me preguntó Albert expectante ya que él aún no se había atrevido a asomarse por miedo a que lo detectaran.
-De momento sólo a uno pero acabo de sub… –Antes de que pudiera acabar la frase un par de zombis aparecieron en sentido contrario al otro.
-¿Hola? –Repitió de nuevo el impaciente Albert.
Dejé que pasaran de largo y continué hablando.
-¡Hola capullo, hola! –Le susurré molesto-. Sigo aquí cretino, solo que permanezco en silencio para que no me descubran.
-¡Ahh vale!
-Será mejor que vuelva dentro. – Le comenté a Albert bastante acojonado.
Antes de entrar vi a un último zombi. Este no caminaba, se arrastraba. No sabía si era paralítico antes de convertirse o simplemente algo le había pasado por encima después de su transformación. Fuera cual fuera su caso me importaba bien poco, lo único que quería era que no me viera y alertara al resto de sus pútridos camaradas. Volví de nuevo a mi acogedor refugio y cerré la gran ventana para evitar que los ruidos me delatasen.
-Joder, esos bichos me acojonan cada vez que los veo. –Proseguí agitado.
-Yo desde el día de la madre y la hija no me he atrevido a ver a ninguno más en directo.
-Pues ojalá y puedas continuar haciéndolo mucho más tiempo. Bueno, creo que voy a practicar un poco con el arco. Desde aquel campamento hace más de diez años no había cogido uno.
-Tienes razón, yo también debería practicar, hablaremos luego.
Después de despedirnos bajé al garaje. No me atrevía a salir al jardín por si aquellos monstruos me escuchaban. Por suerte por aquellas fechas las mascotas abandonadas no paraban de ladrar y maullar en busca de sus amos, ahora probablemente convertidos en zombis y no hacía falta guardar tanto silencio. Improvisé una diana con un cojín naranja al que le pinté varios círculos. Los primeros lanzamientos eran torpes y ni siquiera penetraban en el cojín, pero después de casi una hora de práctica mi puntería mejoró notablemente. De repente, y cuando ya iba a dar por finalizada la práctica del día, un derrape seguido de una colisión me hicieron despertar de mi apacible calma. Dejé el arco en el suelo y subí las escaleras a toda velocidad. Llegué hasta mi habitación y abrí la ventana que daba a la terraza. No imaginaba cómo pero los vecinos de enfrente habían conseguido regresar. Aunque por desgracia la cosa no había salido exactamente como ellos esperaban. El pequeño utilitario azul se había empotrado contra el muro de la casa, eliminando de la ecuación las dos únicas formas de salvarse que tenían. El padre intentaba abrir la puerta pero ésta se había dañado con el impacto y ahora su única opción era salir arrastras por la ventanilla. La mujer salía por su propio pie del vehículo por la puerta del copiloto, pero antes de que pudiera reaccionar, un par de zombis se la estaban rifando para ver quién era el primero en probar bocado. Los dos niños de apenas diez años, salían por las puertas traseras aterrorizados en dirección a la casa entre gimoteos y lamentos, y una anciana que nunca había visto antes y que supuse era la abuela, permanecía inconsciente y abandonada a su suerte todavía dentro del vehículo. Posiblemente a alguno de los dos adultos se le había ocurrido la genial idea de ir en buscar a su madre poniendo en peligro a todos los otros miembros de la familia. Lo irónico de la situación era que después de tanto trajín, hubieran abandonado a la anciana dentro del vehículo. Esos eran los pocos momentos en los que me alegraba por no tener a ningún familiar vivo.
Por azar o por fortuna, el propio impacto del vehículo había conseguido crear una barricada que impedía el paso de los zombis. Fue un golpe de suerte que no tardaría en esfumarse. El padre rebuscó en uno de los bolsillos en busca de las llaves de casa. Después de unos interminables segundos, cayó en la cuenta de que se habrían caído dentro del vehículo por culpa de la acrobacia que había realizado momentos antes. Volvió cojeando hasta el automóvil y metió medio cuerpo dentro para dar con ellas. Por desgracia los zombis ya se arrastraban hacia el interior del coche gracias a la puerta abierta del copiloto y conseguían probar un poco de la carne del cabeza de familia. El hombre salió escopeteado fuera del vehículo con el brazo chorreando sangre y un amasijo de llaves en la mano. Cuando llegó a la puerta de entrada, un par de zombis ya habían conseguido colarse en el jardín a través del coche. Miré a mi alrededor en busca del arco pero caí en la cuenta de que lo había dejado en el garaje con el susto. No sabía lo útil que podía resultar mi ayuda, pero valía la pena intentarlo. Bajé de nuevo con el corazón en un puño, recogí el arco, y volví a subir las tres plantas exhausto. Cuando me asome nuevamente por la ventana el hombre parecía no haber tenido demasiado éxito en su búsqueda, ya que ahora forcejeaba con las dos criaturas que se habían colado dentro del jardín, recibiendo pequeños mordiscos y arañazos de cada uno de ellos. Tensé el arco y disparé. La primera flecha por poco dio a uno de los niños agazapados en la puerta. Cargué el arco con otra flecha y disparé de nuevo. Esta vez la flecha se clavó en una de las pantorrillas de uno de los zombis, pero éste ni siquiera se inmutó. Cuando iba a disparar una tercera flecha me di cuenta de que el padre conseguía zafarse de sus dos putrefactos agresores y lograba introducir la llave dentro de la cerradura. La puerta se abrió y los dos muchachos entraron esperando que el padre les siguiera. Justo cuando este último iba a empujar a sus hijos dentro y a cerrar con llave, uno de los dos zombis consiguió echársele al cuello y morderle sin piedad. Ante tan amarga escena, los dos niños se quedaron estupefactos. Cuando al fin reaccionaron, otro de los zombis ya tenía la mano en el marco de la puerta. Aunque con el impacto seguro que consiguieron romperle varios dedos, el zombi consiguió entrar en la casa y devorar a uno de ellos antes siquiera de cruzar el recibidor. El aire me faltaba. Esas crudas imágenes me habían destrozado por dentro. Me metí en mi habitación de nuevo, cerré la ventana, y me eché sobre la cama.
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