tag:blogger.com,1999:blog-33337299635857513182024-03-12T16:51:49.286-07:00Memorias de un superviviente zombiBlog dedicado a plasmar las aventuras de un superviviente apocalíptico cuya única misión será resistir en un mundo plagado de muertos vivientes y repleto de otras cosas igual de peligrosas. Una aventura con más muerte que amor, más pesadillas que sueños y más penumbra que alegría. La supervivencia esta en juego.Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07003761956444392261noreply@blogger.comBlogger16125tag:blogger.com,1999:blog-3333729963585751318.post-28244141791458982152013-06-04T03:43:00.000-07:002013-06-04T03:43:33.966-07:00Capitulo Decimoquinto: Una nueva misión<br />
Como nos había prometido Antonio Aguilera, al amanecer del tercer día un par de soldados vinieron a buscarnos para encomendarnos nuestra primera misión como soldados de la milicia. Íbamos en el mismo grupo que Jonathan y Dani, por lo que ellos también eran parte de la misión. Fuimos a desayunar y nos reunimos en el parking subterráneo junto con un grupo de ocho soldados, y salvo Héctor, que era uno de ellos, no conocíamos a ninguno más. Después de una más que escueta presentación, sin demasiado entusiasmo, un par de hombres subieron a dos pick-up que estaban aparcadas esperando nuestra marcha. El resto, subimos a ellas seguidamente, y salimos del garaje. Después de dos días de relativa seguridad, el olor a muerto volvió a sumergirnos en la realidad.<br />
-Bueno chicos. Sé que volver a la acción no es lo que más os apetecería en este momento, pero no tenemos muchas más opciones. –Dijo Héctor dirigiéndose a nosotros. – El resto, ya sabéis como va esto. Hay un par de supermercados que no han sido saqueados. Nuestra misión es ayudar a un camión del ejército que ya se encuentra allí. Nuestra única tarea hoy es esperar a que despejen los dos locales, y ayudarles a cargar las cajas en el camión. Solo eso, hoy, estamos de suerte.<br />
-Vaya lástima. Yo quería cargarme a algunos de esos bichos antes de la cena. –Dijo el idiota de Jonathan.<br />
-Estoy seguro de ello. –Dijo Héctor sin hacerle mucho caso.<br />
Poco después de que Héctor acabara de explicar la misión, los primeros zombis empezaron a hacer acto de presencia.<br />
-Tranquilos. En pequeños grupos no son un problema. A menos que nos quedemos sin gasolina, claro está. -Dijo Héctor despreocupado.<br />
-Vale, estamos llegando. -Dijo el hombre encargado del mapa.<br />
Menos de diez segundos después de que el hombre pronunciara las palabras, un par de ráfagas de disparos se escucharon en la distancia. Los dos pilotos de las camionetas aceleraron el paso y se dirigieron al origen de los disturbios, que como era de esperar, estaban en el mismo lugar que nuestra misión.<br />
Aparcado sobre la acera se encontraba un enorme camión militar de color verde, con una lona a juego que tapaba la parte trasera del vehículo. Subidos en ella resistían un par de soldados muertos de miedo evitando con sus armas que los zombis subieran al camión. Antes de que pudiéramos acercarnos más, uno de los zombis se desmarco del resto de la muchedumbre, agarrando a uno de los soldados por el tobillo, haciéndole perder el equilibrio y caer al duro asfalto. Antes de que pudiera levantarse, y ante la atónita mirada de su compañero, que había dejado ya de disparar, un grupo de zombis se abalanzó sobre el muchacho mordiendo cualquier pedazo de carne al que pudieran acceder.<br />
-Joder, como de costumbre, hay problemas. –Dijo uno de los hombres más mayores del grupo.<br />
Continuamos la marcha hasta estar a menos de quince metros de los zombis. El conductor tocó el claxon levemente, para alertar a los sujetos que se encontraban asediando al camión. El plan surgió efecto, y como si les hubiéramos llamado por el nombre, los que no estaban devorando al pobre muchacho se giraron en nuestra dirección.<br />
Sus cuerpos putrefactos y rojizos comenzaron a tambalearse hacia nosotros al tiempo que Héctor ordenaba a todos los milicianos desplegarse y atacar cuerpo a cuerpo. Después de todo, necesitábamos sacar las provisiones del lugar y más disparos iban a hacernos un flaco favor. Albert y yo nos mantuvimos en la retaguardia, por orden expresa de Héctor. Los demás milicianos comenzaron a golpear a los zombis con los pacificadores y algún que otro cuchillo largo, mientras nosotros, desenvainábamos solo por si acaso. Los golpes huecos resonaban en la calle junto con los guturales sonidos de los zombis y los resoplidos de cansancio de nuestros compañeros. Cuando apenas quedaban media docena de zombis, Héctor nos toco en el hombro y nos dio la señal para demostrar de lo que estábamos hechos mientras algunos de los milicianos se dispersaban, recorriendo la calle de arriba abajo y terminando con los pocos zombis que se acercaban alertados por los disparos. Con bastante miedo, nos aproximamos a un par de hombres de mediana edad. Uno de ellos aun tenía un trozo de carne en la boca, que masticaba casi mecánicamente. Sin pensarlo mucho lancé la katana contra su cuello, dejando buena parte de éste seccionado. Definitivamente me faltaba práctica. Un hombre experimentado hubiera decapitado al hombre sin problemas. De nuevo y tras dar un par de pasos hacia atrás, volví a lanzar otro estoque, solo que éste directamente en el cráneo, acabando al fin con el sufrimiento de aquel pobre engendro. Albert por su parte bateó con todas sus fuerzas al otro hombre, fulminándolo sin más dificultad. Continuamos con los dos más cercanos mientras la mitad del grupo entraba a despejar y saquear el supermercado. La misión hasta el momento parecía bajo control, al menos por nuestra parte. El muchacho superviviente de la masacre del camión permanecía agazapado cerca de una de las ruedas traseras mientras uno de los milicianos le examinaba en profundidad comprobando que no tuviera ninguna pequeña herida provocada por los zombis. Después de apenas un par de minutos de espera, varios milicianos arrastrando carritos de la compra empezaron a salir del supermercado. Los carros estaban llenos hasta arriba de alimentos, y de algunos elementos necesarios como jabón, papel higiénico, etc.<br />
Sin mayor dilación empezaron a cargarlos al camión, mientras otros milicianos se adentraban en el interior. Después de la tercera entrada, nos toco el turno a Albert y a mí, acompañados de nuestros encantadores compañeros de habitación. Cogimos los carros y cruzamos el umbral de la puerta perdiendo la visión durante un par de segundos por el cambio de luz. Una vez adaptados, seguimos a Jonathan y Dani hasta uno de los pasillos iluminados con linternas de pie y empezamos a cargar. Apenas tardamos un par de minutos en llenar el carro hasta los topes, y seguimos hasta la salida. De momento todo parecía extremadamente fácil teniendo en cuenta que nos enfrentábamos a la mayor amenaza que la raza humana había conocido. Una vez en el camión descargamos el contenido del carrito como los otros milicianos habían hecho antes que nosotros, y nos quedamos nuevamente fuera esperando más intrusos. Apenas unos segundos después de que los últimos milicianos se adentraran en el supermercado, uno de los nuestros apareció de una calle paralela. Llegó hasta Héctor, y le susurró algo al oído. De repente la cara de éste cambio.<br />
-Chicos, me informan de que una horda de casi doscientos zombis se acerca hacia aquí, hora de irnos.<br />
Al escuchar esto, la cara de sorprendente tranquilidad de la mayoría de milicianos desapareció, dejando paso a una histeria colectiva. Jonathan y Dani nos apartaron de un empujón y volcaron el carro en el interior del camión sin demasiado cuidado. Inmediatamente, los milicianos que se habían adentrado en el supermercado, salieron como alma que lleva el diablo del local, con el carro apenas a un cuarto de su capacidad. Antes de llegar al camión, uno de ellos tropezó haciendo caer el carro con él y esparciendo los pocos alimentos que habían podido conseguir por el oscuro asfalto teñido de sangre. Antes de que pudiéramos darnos cuenta, el resto de milicianos subió a las furgonetas y al camión dispuestos a salir de allí pitando. Después de un buen grito de Héctor llamando nuestra atención, nosotros también nos pusimos en marcha y subimos a una de las furgonetas. Todos estábamos ya subidos cuando los primeros zombis empezaron a aparecer de la calle de al lado. Todos menos el miliciano que había tropezado y caído con el carro. Éste, seguramente avergonzado por haber tirado algo tan esencial, se apresuraba a cargar lo que podía coger entre sus brazos y a lanzarlo dentro del camión, mientras el resto del grupo le gritaba para que subiera a alguno de los vehículos. Para cuando hubo acabado de recogerlo todo, los zombis estaban casi a su lado, Héctor hizo un gesto, y a su orden, todos empezaron a disparar hacia la masa de cadáveres andantes. Las balas hicieron mella en la primera fila, pero no tardaron en quedarse cortas ante tal avalancha. El hombre por fin recapacitó y esprintó hacia el camión, que ya se movía hacia el resto de furgonetas para salir del lugar. Pero ya era tarde. Uno de los zombis consiguió agarrar al hombre por la camiseta, y adentrarlo en la masa cadavérica para devorarlo junto a sus compañeros. Cuando los primeros gritos de desesperación y dolor salieron de aquella masa de cadáveres, Héctor hizo un nuevo gesto y los vehículos comenzaron a moverse ordenadamente para abandonar el lugar.<br />
-Primera lección chicos. La seguridad por encima de todo. –Dijo Héctor abatido.<br />
-¡Y la próxima vez, cuando oigáis la frase horda de zombis, no os quedéis parados como si nada de eso fuera con vosotros! –Dijo un sabiondo Dani.<br />
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El viaje fue corto. Lo que a pie hubieran sido algo más de dos horas, en coche apenas fueron unos minutos. Después de dejar la ronda, nos metimos en la ciudad, bastante cambiada desde la última vez que estuve allí. Gran Via 2 habia pasado de ser un centro comercial donde parejas alegres y familias paseaban y compraban cosas, a una fortaleza improvisada.<br />
Las entradas y cristaleras del piso inferior que daban acceso a la calle habían sido sustituidas por ladrillos y hormigón para impedir el avance de los zombis. Un pequeño foso rodeaba buena parte del centro comercial y separaba el edificio del acceso a la calle. Multitud de trincheras hechas con alambre de espino y sacos de arena rodeaban la zona y hasta un par de andamios convertidos en torres de vigía preservaban el perímetro gracias a algunos militares apostados en ellos con rifles de precisión.<br />
Lo realmente sorprendente de todo es que apenas había zombis deambulando. La mayoría de ellos estaban tendidos en el suelo, solos, o amontonados y calcinados en una glorieta cercana. Algún disparo ocasional se escuchaba aquí y allá, pero una extraña paz rodeaba esa zona de la ciudad. Nos dirigimos a una de las entradas del parking subterráneo fuertemente protegida por militares, hombres vestidos de calle y lo que a juzgar por lo que había visto en las noticias semanas antes, miembros de la B.H.S.U.<br />
Al vernos acercarnos, un soldado levantó la mano permitiéndonos el paso.<br />
-¿Nuevos, eh? –Preguntó fugazmente el soldado mientras pasábamos por su lado.<br />
Aparcamos el coche salpicado de sangre en una plaza vacía del parking y bajamos del pick-up. Seguimos al grupo de milicianos aún asombrados, hasta la planta superior y acabamos en lo que antes del apocalipsis era una pequeña parafarmacia.<br />
-Yo me quedo con los nuevos, vosotros podéis ir a descansar un rato, nos veremos luego. –Dijo el cabecilla al resto del grupo.<br />
Definitivamente el centro comercial también había cambiado por dentro. Las tiendas se habían convertido en habitaciones y los escaparates de éstas habían sido tintados de negro para dar algo de intimidad a las salas, aunque a pesar de ello muchas tenían las puertas abiertas. Varios soldados caminaban de arriba abajo atareados en sus propios asuntos, algunos en ropa interior o toalla. El suelo permanecía relativamente limpio y en algunos locales, se habían colgado pancartas improvisadas identificando de qué se trataban. Al parecer nos habían llevado hasta lo que parecía ser la enfermería. Entramos y una chica se acercó a nosotros. Era la primera chica que había visto hasta el momento en toda la base.<br />
-Me he percatado de que tienes una herida en la pierna, será mejor que te la curen para que no se te infecte, no vamos precisamente sobrados de antibióticos.<br />
-Hola…umh ¿Héctor, no? –Dijo la chica pensativa.<br />
-Sí. –Dijo él escuetamente con una sonrisa.<br />
-¿Que querías?- Preguntó la chica.<br />
-Necesitaría asistencia para este chico, parece que tiene una herida en la espinilla.<br />
-¿Cómo te la has hecho? –Preguntó amablemente la chica.<br />
-Me alcanzó un perdigón ayer, es una larga historia. ¿Alguien podría sacármelo?<br />
-Claro, yo misma puedo hacerlo, el doctor está con otro paciente más grave. Ven, túmbate en esta camilla.<br />
Seguí sus instrucciones y me tumbé en la camilla mientras ella se lavaba las manos, se colocaba unos guantes y cogía una bandeja de aluminio con instrumental quirúrgico. Héctor, al que había perdido de vista vino con una botella de vodka.<br />
-¿Y esto es para desinfectar la herida?- Pregunté yo sonriente.<br />
-No, te la desinfectará con alcohol, esto es para que bebas, no vamos bien de anestesia y para heridas poco graves como la tuya, nada como un buen trago.<br />
-Gracias pero ahora no me apetece demasiado. –Rechacé yo cortésmente.<br />
-Como quieras. –Respondió él sonriente, sabiendo algo que yo desconocía.<br />
La chica se sentó en un pequeño taburete con ruedas y me hecho algo de alcohol en la herida. El líquido se convirtió casi inmediatamente en espuma. El escozor no era agradable pero podía soportarlo. La chica untó entonces un algodón con algo de yodo y lo puso sobre la pequeña herida. Con un acto reflejo la retiré por el picor, pero inmediatamente volví a colocarla. Entonces, cogió unas pinzas de la bandeja y la aproximó a la espinilla. Antes de que pudiera meterlas más adentro retiré la pierna y esta vez no la volví a colocar.<br />
-Pásame el vodka, por favor. –Le dije al sonriente Héctor.<br />
-Toma. –Dijo él.<br />
Metí un profundo trago a la botella, que traspasó mi garganta como aceite hirviendo y me mentalicé para que me sacaran la pequeña bola de plomo alojada en la pierna. La chica volvió a introducir las pinzas y en pocos segundos consiguió extraer a mi invasor compañero de viaje y dejarlo sobre la bandeja con un sonoro clinck. En pocos minutos y tras unos cuantos tragos más la herida ya estaba cosida y vendada. Me incorporé de nuevo y bajé de la camilla mareado ya por el alcohol.<br />
-Ya que estamos aquí pídele un poco de pomada para el mordisco del brazo. –Sugirió poco acertado Albert.<br />
Al oír la palabra mordisco, Héctor desenfundó la pistola que llevaba colgada y me apuntó a la cabeza antes de que ni siquiera pudiera parpadear. La chica se echó atrás con un impulso y rodó con el taburete en dirección opuesta.<br />
-¿Te han mordido? –Preguntó tenso Héctor mientras aparecían por las puertas un par de soldados uniformados alertados por el ruido.<br />
-¡Sí, pero tranquilo, no estoy infectado, no traspasó la chaqueta!– Dije yo lo más rápido que pude, acojonado y sentado todavía en la camilla, con las manos en alto.<br />
-Déjame ver el brazo. –Dijo la chica, visiblemente más tranquila.<br />
Me quité la chaqueta con cuidado, le mostré el mordisco y esperé a ver cuál era el veredicto. La chica respiró aliviada y se dirigió al interior de la tienda.<br />
-No pasa nada Héctor, no está infectado. –Dijo mientras se alejaba.<br />
-Chico, casi te vuelo la cabeza. Decir mordisco en los tiempos que corren es como gritar ¡bomba! en el interior de un avión. –Dijo Héctor recobrándose del sobresalto y enfundando el arma.<br />
-Albert, casi haces que me maten. ¡Otra vez! –Respondí aliviado.<br />
-Lo siento. –Se disculpó él.<br />
La enfermera volvió a aparecer con un pequeño tubo de pomada y me aplicó un poco del ungüento sobre el feo moratón.<br />
-La inflamación remitirá mañana. Ya podéis iros. –Dijo ella.<br />
Después del susto, dejamos la enfermería y seguimos a Héctor hacia un nuevo destino. No tardamos en llegar a otro de los comercios rehabilitados. En él había otro pequeño panel hecho a mano donde ponía “Despacho de la milicia”. Entramos y encontramos sentado en un improvisado despacho tan solo amueblado con una enorme mesa de caoba y una silla de ruedas negra, a un hombre de cuarenta y pocos que nos dio la bienvenida.<br />
-Es un placer ver nuevas caras por aquí. Me llamo Antonio Aguilera. Soy el encargado de reclutamiento de la milicia.<br />
-Están más perdidos que todo eso, Toni. A estos les encontramos en mitad de la ciudad, apenas tienen idea de que ha pasado estas últimas semanas. –Respondió Héctor.<br />
-Vaya por Dios. Bueno, pues a grandes rasgos, esta es una de las pocas zonas que permanecen intactas tras la infección en todo el país… bueno, será mejor que os sentéis.<br />
Albert y yo tomamos asiento rápidamente esperando que por fin alguien nos diera una buena explicación. Fuese la que fuese.<br />
-Como os decía, somos de las pocas zonas que quedan ya en pie. ¿Dónde os quedasteis?<br />
-Nos dejó de llegar información cuando las cadenas dejaron de emitir, de eso hace ya varias semanas. –Respondió Albert.<br />
-Pues siento deciros que desde entonces no han habido demasiadas buenas noticias. Después del apocalipsis, la mayoría de gente se dirigió a las bases civiles a refugiarse, y en menor medida a las bases militares para tomar parte en la milicia. Ese fue el caso de Héctor y mío. Los dos éramos policías, y después de que… de perderlo todo, decidimos devolverles un poquito a esos malditos zombis.<br />
Al principio había varios cientos de bases civiles y militares disgregadas por todo el país. Algunas en centros comerciales, otras en zonas seguras de la ciudad, etc. El plan de protección de las bases fue excelente. En solo un par de días se prepararon todas las bases como ésta para resistir un posible asedio zombi. El problema llegó con la masificación de personas en los refugios. Algunas de ellas estaban infectadas, aunque no presentaban síntomas ni heridas, de hecho, muchas de ellas seguramente ni lo sabían. Algunas se habían infectado por besar a su pareja infectada, otros se habían infectado con la saliva producida por un estornudo de alguien que ni tan siquiera sabía que estaba infectado, etc. Los brotes empezaron a sucederse, y aunque eran bastantes se erradicaban con bastante éxito. Pero ya sabéis, un solo brote fructífero es suficiente para terminar con una base entera. Eso es lo que le pasó a la mayoría de ellas.<br />
-¿Y cuántas bases quedan en el país a estas alturas? –Pregunté yo incrédulo.<br />
-Unas veinticinco, aunque muy de vez en cuando, aún cae alguna. En personas tal vez unas treinta o treinta y cinco mil. <br />
-¿Dice que solo quedamos Treinta o treinta y cinco mil personas de sesenta millones en España?<br />
-No, por suerte no. Otras muchas personas decidieron quedarse en sus casas, con provisiones…como vosotros, y aún resisten hasta el día en que podamos rescatarlos. También hubo muchos pequeños pueblos, miles de ellos, distribuidos por toda la península a los que el apocalipsis ni siquiera llegó, y ahora resisten alimentándose de las provisiones o cultivos de la zona. Les puedo garantizar que aun somos unos cuantos millones dando guerra.<br />
-¿Y ahora qué?<br />
-Ahora si lo desean pasaran a formar parte de la milicia. Lo cierto es que no tienen muchas opciones entre las que elegir. Si quereis comer, tendreis que trabajar.<br />
-¿Y cuando empezamos? –pregunté yo resignándome a mi destino, fuese cual fuese.<br />
-Chicos valientes, sí señor.<br />
-Más bien chicos sin opciones. –Corrigió Albert.<br />
-En cualquier caso, bienvenidos. Relajaos un par de días, se os asignara una misión próximamente. Intentaremos que sea de lo más simple posible para que os adaptéis a luchar en grupo, aunque estoy seguro que no os costará demasiado.<br />
-Será mejor que os acompañe a vuestras habitaciones, han quedado un par de huecos libres esta mañana en una de ellas. –Dijo Héctor.<br />
Nos levantamos después de despedirnos de Antonio Aguilera y seguimos a Héctor de nuevo, ahora hacia nuestros nuevos aposentos. Después de un par de minutos caminando llegamos a lo que antes había sido una pequeña tienda de animales ahora convertida en habitación, aun conservaba las jaulas de cristal, aunque ahora servian como almacenamiento. Estaba justo en frente del supermercado del centro comercial, pero éste estaba restringido por varios soldados custodiando la zona. Por suerte había habido una buena planificación y se había evitado que en los primeros días del apocalipsis se saqueara el centro entero.<br />
Poco después de que ocupáramos nuestras literas aparecieron un par de chicos, un poco más jóvenes que nosotros, con solo una pequeña toalla cubriéndoles sus partes íntimas. Tenían un claro acento marcado de esos que solo se adquieren en barrios suburbiales de la ciudad.<br />
-Vaya, tenemos compañía. Con lo bien que estábamos nosotros solos, joder ni un dia –Dijo uno de ellos.<br />
-Más carne para esos putos zombis. –Dijo el otro, siguiendo al que claramente era el macho Alfa de su reducido grupo.<br />
-Chicos, más vale que seáis amables con estos, tienen bastantes más huevos que vosotros así que merecen cierta consideración. –Dijo Héctor.<br />
-Lo dudo mucho, pero bueno, eso ya se verá, ahora están en nuestro grupo.<br />
-Estos son Jonathan y Dani. Tranquilos, parecen gilipollas, pero luego igual hasta les pilláis cariño.<br />
-puf... –Dijo Dani con desdén. <br />
-Bueno chicos, otros asuntos requieren mi atención, haced vida normal, cuando haya alguna novedad con los vuestro ya os informaran.<br />
Héctor abandonó la estancia y nos quedamos solos con nuestros nuevos compañeros de habitación. No tuvieron que pasar ni dos minutos de charla hasta comprobar, que no solo parecían sino que además, eran gilipollas. Lo cierto es que después de lo ocurrido en los meses anteriores, hacer migas con un par de cretinos integrales era una de las cosas que menos ilusión me hacía. Sin prestar demasiada atención a sus fanfarronadas cogimos las toallas que había en nuestras literas y nos dirigimos a darnos una breve ducha de agua caliente. Las duchas estaban repletas de soldados y milicianos sucios y sudorosos, algunos incluso teñían el agua de rojo a causa de la sangre de sus compañeros caídos horas antes. Eran fáciles de identificar ya que además de la sangre, eran los únicos que miraban fijamente al suelo sin pronunciar una sola palabra, seguramente recordando la reciente, aunque nada sorprendente tragedia.<br />
Separadas por un biombo se encontraban las duchas de las mujeres, sin duda mucho menos numerosas que las de los hombres. La mayoría eran militares, pero otras parecían haberse alistado en la milicia después del apocalipsis, seguramente al haber perdido todo lo que les quedaba como el resto de nosotros.<br />
Terminada la ducha, volvimos de nuevo a la habitación, por suerte esta vez, los paletos se habían ido a dar una vuelta. El día había sido largo y desalentador, así que decidimos conciliar el sueño y dormir todo lo que pudiéramos.<br />
Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07003761956444392261noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3333729963585751318.post-1813983144491443922013-06-04T03:18:00.001-07:002013-06-04T03:19:28.324-07:00Capítulo Decimotercero: Huyendo de nuevo<br />
Cruzamos parte del fantasmagórico parque abandonado intentando buscar una salida, pero las verjas eran muy altas o la caída era prácticamente mortal. Además, de noche con las linternas nos encontrarían enseguida, y sin ellas seriamos presa fácil de algún zombi perdido por el bosque. Lo único que podíamos hacer era escondernos en algún lugar del parque y salir al amanecer. En la aterradora oscuridad, parecía haber cientos de ojos siguiendo nuestros pasos, y el crujido de las agarrotadas atracciones a causa del fuerte viento que soplaba, no ayudaba a calmar la situación.<br />
-¿Y bien, donde quieres esconderte? –Preguntó Albert.<br />
-En el castillo embrujado.<br />
-¿No se te ocurre nada mejor?<br />
-¡Serás marica! Elijo el castillo porque tiene escaleras y por lo que sabemos los zombis no pueden subirlas, es de los sitios más seguros del parque. Además, si esos capullos nos encuentran dentro podremos huir por detrás, era mi atracción favorita de niño y me la conozco bien.<br />
-Bueno como quieras pero con cuidado.<br />
Llegamos hasta los enormes peldaños que daban acceso al interior del castillo y comenzamos a subirlos. Cuando el parque estaba abierto al público, los escalones se movían de arriba abajo dificultando seriamente la subida, pero ahora, sin corriente eléctrica permanecían inmóviles como los de cualquier otra escalera. Teniendo en cuenta lo cargados que íbamos era cosa de agradecer. Llegamos hasta arriba pero la puerta estaba cerrada, como era de esperar.<br />
-¿Y ahora, genio? –Preguntó Albert.<br />
Di un par de pasos atrás para coger carrerilla, me impulsé y golpeé con el hombro la puerta echándola abajo.<br />
-Son puertas de una atracción genio ¿no esperarías que se hicieran con madera maciza, verdad? –Le dije mientras me incorporaba del suelo.<br />
Albert sonrojado no dijo nada y se coló dentro de la oscura atracción mientras yo colocaba improvisadamente la puerta. Si subían las escaleras se darían cuenta de que la puerta había sido forzada, pero desde abajo no podrían notar la diferencia. Encendimos las linternas y conmigo a la cabeza cruzamos buena parte del castillo.<br />
-Lo recordaba más tétrico. –Dijo Albert.<br />
-Tal vez es porque la última vez que vinimos teníamos once años.<br />
Continuamos hasta un pequeño tobogán metálico que daba a la planta de abajo.<br />
-¡Venga baja gallina! –Le dije mientras le propinaba un leve empujón para tirarlo rampa abajo.<br />
Justo al llegar abajo, Albert produjo un grito de angustia seguido de un par de enérgicos improperios. Cuando iluminé el tobogán para ver lo que fuera que allí hubiera, pude observar rastros de lo que parecía ser sangre reseca sobre el frío metal de la rampa. Armándome de coraje y con sentimientos de culpabilidad bajé la rampa de un impulso. Justo antes de golpearme con Albert, me impulsé saltando torpemente por encima de él y tumbando a las dos sombrías criaturas que allí había. La linterna salió disparada y acabó iluminando una esquina de la sala. De repente, yo me encontraba intentando escapar de las dos bestias mientras Albert tiraba de la pierna de una de ellas sin demasiado éxito.<br />
-¡La linterna! –Grité yo.<br />
Albert dejó la pierna del zombi, cogió la linterna y enfocó la situación. Antes de que pudiera darme cuenta, uno de ellos estiró de mi brazo con fuerza y clavó sus dientes sobre mi chaqueta. Un dolor mucho más intenso que el provocado por el perdigón que ahora tenía alojado en la espinilla recorrió mi brazo hasta llegar al cerebro y le informó de que con casi toda seguridad había sido infectado. El pánico entonces se apoderó de todo mi ser y comencé a tirar con fuerza de mis miembros para zafarme de las garras de aquellos malditos infectados a la vez que les propinaba patadas y empujones. Después de unos más que angustiosos segundos, conseguí liberarme de uno de ellos. La linterna se movía de un lado para otro y no podía distinguir a Albert que se encontraba al otro lado de la luz. De repente un cañón apareció de la oscuridad y disparó iluminando la sala con un fugaz destello rojizo. Mi brazo quedó liberado al instante y retrocedí arrastrándome por el suelo hasta topar de nuevo con la rampa del tobogán. Al parecer Albert había conseguido volarle la tapa de los sesos a uno de ellos y el otro se incorporaba con dificultad en la otra punta de la pequeña estancia. Antes de que Albert pudiera disparar una segunda vez, me incorporé poniéndome entre él y el infectado, desenvainé la katana y la introduje con furia a través del ojo del maldito engendro mientras gritaba delirante y temeroso. Cuando cayó al suelo extraje la katana de su cuenca ocular, la limpié con sus raídas ropas y la envainé de nuevo.<br />
-Alumbra aquí por favor. –Le dije a Albert estremecido y asustado.<br />
-¿Te han mordido? –Preguntó él preocupado.<br />
-Ahora lo sabremos, ¡alumbra de una puta vez! –Le dije mientras me sacaba la chaqueta y estiraba el brazo.<br />
Había claras señales de un mordisco en mi brazo, pero por suerte los dientes del zombi no habían conseguido atravesar las protecciones de espuma del antebrazo y ahora un morado sustituía a una infección garantizada. Me senté en el suelo, respiré profundamente y me sentí como si volviera a nacer.<br />
El par de cadáveres descansaban a menos de un metro de nosotros, eran un chico joven y alto al que le faltaba medio cráneo gracias al disparo a bocajarro de Albert, y una chica rubia con el pelo alborotado y enmarañado, teñido en parte de rojo por la sangre ahora sin el ojo izquierdo.<br />
-Joder que susto me has dado. –Dijo Albert intentando tranquilizar su pulso.<br />
-Siento haberte asustado. –Le dije cínicamente.<br />
-¿Quién coño eran estos y que cojones hacían aquí?<br />
-Deja que te los presente. El chico zombi al que has disparado en el cráneo es Cristian, y la chica rubia guapa sin ojo es Marta.<br />
-¿Como lo sabes?<br />
-Alguien los tiró por la rampa una vez infectados, seguramente fueron esos tarados. Los escondieron aquí, eso quiere decir que por aquí abajo la salida está bloqueada, tenemos que volver sobre nuestros pasos.<br />
-¿Y cómo subimos de nuevo el tobogán?<br />
-Lo que más me preocupa es cuándo llegaran aquellos cabrones, sin duda habrán oído el disparo y ahora vendrán hacia aquí.<br />
-No creo que se arriesguen a salir de su refugio para matar a un par de chicos.<br />
-Créeme, cuando volví a por el arco ya se disponían a saltar la valla para perseguirnos. Habrá que emboscarles.<br />
Me tumbé sobre el tobogán y Albert escaló por encima de mí para colocar sus pies sobre mis hombros, pero justo antes de conseguirlo, varios sonidos se escucharon en la entrada de la atracción.<br />
-No hay tiempo, escondámonos detrás del tobogán. –Dijo Albert mientras bajaba de nuevo.<br />
A los pocos segundos las voces se hicieron más fuertes y por fin aparecieron los tres hombres sobre nuestras cabezas.<br />
-Iluminad la zona, hay que encontrarlos. –dijo el cura encolerizado.<br />
-¡Y matarlos, si alguien se entera de lo que ha pasado aquí se nos va a caer el pelo! –Respondió Carlos aún más perturbado.<br />
-Parece ser que ahí están los dos chavales que tiramos aquí abajo, se los han debido cargar.-Señaló Alfredo.<br />
-No pueden estar muy lejos, la salida está bloqueada con cadenas, tienen que estar un poco más adelante. –Argumentó el padre Isaac.<br />
-Pues ves a buscarlos. –Le recriminó Alfredo.<br />
-Yo soy el que se inventó toda esta farsa y no voy a mancharme ¿qué aspecto daría un cura con la sotana empapada de sangre?<br />
-Tú no eres cura.<br />
-Pero eso solo lo sabemos nosotros tres. –Respondió el recién descubierto farsante.<br />
-¡Yo me quedo con el de la chaqueta de moto, me ha dejado la cara hecha un Cristo! –Respondió Carlos.<br />
Los dos se tiraron por el tobogán a regañadientes mientras el falso cura se quedaba arriba. Antes de que dieran un paso más, les di el alto.<br />
-Como os mováis un pelo os mato aquí mismo. –Dije yo dispuesto a cumplir mi amenaza.<br />
Mientras yo apuntaba a Carlos, Albert apuntaba a Alfredo.<br />
-No tendréis agallas. –Respondió Carlos amenazante.<br />
-Si no quieres comprobarlo haz lo que te diga, deja la escopeta en el suelo y apártala de tu lado, y tú haz lo mismo.<br />
Cuando los dos se dispusieron a dejar las armas en el suelo, Alfredo se giró bruscamente con la intención de encañonar a Albert. Con un acto reflejo, disparé la escopeta contra su pecho y lo envié con el impacto a la otra punta de la habitación. Cuando Carlos se percató de lo sucedido, intentó hacer lo mismo que su amigo, y esta vez Albert, le disparó en la cabeza.<br />
El falso padre Isaac viendo lo ocurrido, se dio media vuelta y corrió como un poseso hacia la salida. Los dos hombres yacían tendidos en el suelo, y la habitación estaba completamente moteada de salpicaduras y cuajarones de sangre y sesos. Albert comenzó a vomitar y yo no tarde en seguirle. Después de unos segundos, conseguimos tranquilizarnos.<br />
-Acabo de matar a un hombre, bueno a dos pero uno de ellos ya estaba muerto, el otro sin embargo… –Dijo Albert en shock.<br />
-Sé a lo que te refieres, es mucho más duro matar a un hombre que a un zombi. –dije yo.<br />
-Sí.<br />
-No pienses mucho, no nos quedó otro remedio, tendremos que aprender a vivir con ello el resto de nuestras vidas que confío no será mucho tiempo si nos quedamos en esta montaña.<br />
-¿Quien coño serian estos tíos realmente? –Preguntó Albert.<br />
-No lo sé, pero si el tal Isaac era cura yo soy el mismísimo papa.<br />
Recogimos la munición de las escopetas, y nos marchamos de allí después de conseguir remontar el tobogán. Salimos del parque con cuidado por si el padre impostor seguía por ahí fuera acechándonos, pero no dimos con él durante todo el camino de vuelta. Empezaba a amanecer y era más fácil buscar una salida del parque. Encontramos una pequeña soga y la atamos a una de las barandillas. Bajamos por ella torpemente y accedimos al exterior del parque, rodeado por cientos de metros de bosque y caminamos campo a través durante un buen rato. Después de todo lo sucedido, incluso en un mundo azotado por la muerte, ese tranquilo paseo a través de los árboles nos calmó un poco.<br />
Después de unas cuantas extenuantes horas caminando por el linde de la ciudad, sin toparnos con ninguna de esas criaturas, conseguimos llegar a las afueras. Allí los atascos parecían menos abundantes, y aunque había varios coches aparcados en los arcenes, se había formado un carril en medio de la carretera perfecto para viajar con coche.<br />
-¿Qué te parece si cogemos un coche? –Me preguntó Albert.<br />
-No sabemos cuándo se puede acabar el camino, posiblemente solo sea casualidad. No parece haber nadie controlando el tráfico, Además podría haber algunas de esas criaturas cerca, entre los coches.<br />
-Por aquí tardaremos siglos en llegar a la base.<br />
-Si es que todavía sigue en pie.<br />
-Ya te lo dije, lo miré justo antes de que se perdiera la conexión a la red y los post decían que era un lugar seguro.<br />
-Ya, pero ha pasado bastante desde entonces, esperemos que realmente esté en pie, porque no tenemos un plan B.<br />
De pronto un murmullo lejano se escuchó detrás de nosotros. Era el sonido inconfundible de un motor de gasolina, junto con algunos disparos, que contrastaban con todo el apacible silencio que parecía haber en la zona. Era un pick-up de color azul oscuro que se acercaba en nuestra dirección por mitad del carril de la Ronda del litoral. Albert alzó la mano pero antes de que se fijaran en nosotros, me agazapé y tiré de él con fuerza para que hiciera lo mismo.<br />
-¿Qué narices haces? –Me susurró enfadado.<br />
-Por lo que sabemos están armados, y no sabemos si son buenos o malos. No sabemos cómo están las cosas por aquí, tal vez los supervivientes que queden se hayan convertido en asesinos potenciales.<br />
-…Tal vez tengas razón…continuemos. –Respondió él pensándolo fríamente.<br />
Proseguimos la marcha una hora más cuando de nuevo volvimos a escuchar un sonido acercándose. De nuevo era un vehículo, pero esta vez, paró a nuestra altura sin que apenas nos diera tiempo a agazaparnos.<br />
-¡Para! creo que he visto a un par de ellos, deja que vaya a liquidarlos. –Dijo uno de ellos.<br />
-Llévate a Julio contigo, tal vez haya más. –Dijo el que parecía el cabecilla.<br />
Antes de que dijeran algo más salí de mi escondrijo envalentonado y apunté a uno de ellos, después de propinarle un golpe de tacón Albert salió también del escondite.<br />
-Creo que no vais a liquidar a nadie, marchaos por donde habeis venido y todos continuaremos con nuestras vidas de mierda. –Dije yo alterado.<br />
A pocos metros de nosotros pendiente abajo, había media docena de hombres mirándonos con cara de póker, montados sobre un pick-up de la misma marca y modelo que el que había pasado hacia un rato, pero éste de color blanco adornado con algunas salpicaduras de sangre reseca granate.<br />
-¡Si son supervivientes! –Exclamó uno de ellos.<br />
-Sí, ¿y vosotros quienes sois? –Preguntó Albert intentando mediar en el conflicto.<br />
-¿Es que acaso no lo veis? –Dijo el que iba como copiloto golpeando con la mano un símbolo dibujado en la puerta.<br />
-Pues lo cierto es que no. –Dije yo cada vez más cabreado y asustado.<br />
-Chicos, no sé donde habéis estado estos últimos meses, pero desde luego no por aquí. Somos parte de la milicia.<br />
Albert y yo nos miramos extrañados sin bajar las armas.<br />
-¿Quién creéis que ha retirado todos los coches del carril principal?<br />
-Bajad las armas y acercaros, parece que necesitáis que os lo expliquemos desde el principio. –Dijo de nuevo el que parecía estar al mando.<br />
-¿Por qué queríais matarnos? –Pregunté yo aún escéptico.<br />
-Pensábamos que erais zombis, no podíamos imaginar a dos supervivientes paseando tranquilamente por aquí, vaya par de chalados estáis hechos.<br />
-¡Anda, montad! –Dijo otro.<br />
Bajamos las armas reticentes y nos acercamos al vehículo con precaución. Cuando llegamos, un par de hombres nos ayudaron a subir a la parte trasera y proseguimos la marcha junto a ellos. Parecían gente amigable aunque la experiencia jugaba en nuestra contra. Después del suceso del cura y los feligreses no podíamos permitirnos meter la pata de nuevo.<br />
-¿Y qué narices estáis haciendo por aquí? –Preguntó uno de ellos impaciente.<br />
-Hemos… hemos escapado de nuestro refugio. –Respondí yo midiendo las palabras.<br />
-No nos quedaba comida y estábamos sitiados dentro. –Prosiguió Albert más confiado.<br />
-¿Dónde os dirigíais? –Preguntó el copiloto con un grito.<br />
-A la base civil de Barcelona, si es que aún está en pie. –Respondí yo con otro grito para que me oyera.<br />
Durante unos segundos, todo el mundo permaneció callado.<br />
-Lo siento chico, esa base hace semanas que cayó. Nosotros nos dirigimos a la base militar de la B.H.S.U.<br />
-¿Que la base a caído? –Preguntó Albert consternado. – ¿Cómo ha podido ser?<br />
-Como pasa siempre, un infectado se coló y el caos se apoderó de la base en pocas horas. Los pocos supervivientes que quedaron, y con pocos quiero decir menos de los que se pueden contar con los dedos de una mano, se escondieron en la base de la B.H.S.U.<br />
-Eso es terrible, ¿cuántos sois en la base? –Pregunté.<br />
-Entre quinientos y seiscientos. –Respondió uno de ellos. –Pero cada día ese número decrece.<br />
-¿Por qué?- Preguntó Albert.<br />
-¿Por qué? Pues porque cada misión es una ruleta, estas misiones suicidas casi siempre terminan con varias bajas. Pero no hay más remedio. Hay que conseguir comida, hay que facilitar las cosas a los posibles supervivientes como vosotros para que lleguen, hay que luchar. –Voceó el tipo sentado en el asiento del copiloto.<br />
-No lo tengáis en cuenta, está cabreado, como todos nosotros, hoy hemos perdido a un par de compañeros. Aunque al final lo superas, nunca te acabas de acostumbrar. Cuando lleguemos a la base os responderán a todas las preguntas, no os preocupéis. –Dijo uno de los chicos sentados detrás con nosotros. Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07003761956444392261noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3333729963585751318.post-85169026194534111112013-06-03T10:22:00.002-07:002013-06-03T10:22:52.293-07:00Capítulo Duodécimo: Algo más que fe<br />
Después de una semana de convivencia, aún no nos hacíamos a nuestros nuevos compañeros de refugio. Dedicaban casi la totalidad del día a rezar para que el apocalipsis se terminara, y aunque nos habían invitado varias veces a unirnos a ellos, nosotros habíamos rehusado. Si de algo estábamos seguros, era de que Dios no iba a bajar del cielo a purificar a los zombis y convertirlos de nuevo en personas. Me preocupaba seriamente tener que vivir allí el resto de los días que me quedaban, que según los cálculos del párroco eran más o menos un año si no encontrábamos más comida.<br />
Desde que habíamos llegado aún no habíamos salido a fuera ni una sola vez, así que le propuse a Albert dar un paseo. El exterior de la iglesia daba acceso a un enorme patio de piedra rojiza cercado por una resistente verja de hierro. Las vistas eran realmente espectaculares, se podía ver Barcelona al completo. Por desgracia, no parecía tener el mismo aspecto de meses atrás. Varias columnas de humo negro se levantaban en distintos puntos de la ciudad. Seguimos caminando hasta acercarnos a algo que llamo nuestro interés. Un pequeño telescopio azul anclado al suelo ofrecía la posibilidad de poder disfrutar de una visión más cercana de la ciudad por el módico precio de un euro.<br />
-Albert, dime que tienes una moneda. –Le dije mientras nos acercábamos al aparato con ganas de echar un ojo.<br />
-Pues lo siento pero no, tal y como están las cosas no pensé que un euro nos sirviera de algo.<br />
Por suerte, al parecer alguno de los feligreses había abierto el cajón donde iban las monedas y había dejado un euro para cuando alguien quisiera mirar. Cogí la moneda, la introduje en la ranura y la óptica se abrió. Aunque de lejos no se podía apreciar con claridad, kilómetros y kilómetros de coches abandonados atascaban las principales vías de la ciudad, y congregaciones de lo que parecían ser centenares de esos bichos deambulaban sin rumbo allí abajo. El telescopio también daba una visión nítida y cercana del parque de atracciones que se encontraba a nuestros pies. Por allí no parecía haber ni rastro de infección, seguramente como había predicho, se había cerrado varios días antes del apocalipsis, lo que no llegaba a entender era porque el cura nos había asegurado que allí había “impíos” como él los llamaba. Después de que los dos echáramos un vistazo por el aparato, continuamos caminando. Nuestra visita termino en una pequeña construcción de piedra adaptada como tienda de souvenirs. Nos acercamos y miramos al oscuro interior cuando de pronto, David, un muchacho de unos ocho años que vivía con su madre nos sorprendió por la espalda.<br />
-Es peligroso estar cerca –Nos advirtió el niño.<br />
-¿Cerca de donde David? –Pregunté yo.<br />
-De esa tienda, el padre Isaac no nos deja acercarnos.<br />
-Vaya, no nos había dicho nada ¿Qué hay? –Proseguí intentando socavar algo de información.<br />
-Mi papá. –Respondió él contundente.<br />
-¿Dices que tu papá está aquí? –preguntó Albert atónito.<br />
-Sí, se puso malo un día porque uno de esos impíos le mordió y…<br />
-¡David, deberías estar rezando con tu madre! –Interrumpió bruscamente el Padre Isaac.<br />
-Lo siento Padre.<br />
El niño se alejo de nosotros como alma que lleva el diablo y desapareció de la escena. Sin pelos en la lengua Albert se dirigió al párroco.<br />
-¿Es cierto que tienen a un infectado ahí dentro?<br />
-Así que el muchacho se ha ido de la lengua. Bueno tarde o temprano debíais saberlo.<br />
Sacó un manojo de llaves del bolsillo y rebuscó en él mientras se acercaba a nosotros. Metió una de las llaves en la cerradura, giró el pomo y nos invitó a pasar. Cuando nuestros ojos se acostumbraron a la penumbra, pudimos ver una imagen espeluznante acompañada de un olor cuanto menos repulsivo. En medio de la tienda, atado y amordazado a una silla de madera, permanecía sentado un infectado.<br />
-¿Se puede saber que cojones hace este infectado encerrado? –Gritó Albert aterrado.<br />
-¡Vigila esa lengua en la casa del señor, joven! –Le recriminó el cura.<br />
-¡Precisamente porque es la casa del señor no debería haber ninguna de estas criaturas! –Exclamé yo incrédulo.<br />
-Antes de convertirse en un impío era uno de nuestros feligreses. Estoy intentando curarle desde entonces, no puedo abandonarle, era un buen hombre y algún día Dios me dará la razón. Estoy haciendo grandes progresos con él.<br />
-¿Y cómo supuestamente piensa curarlo? –Dijo Albert más tranquilo.<br />
-Con agua bendita por supuesto, y rezando por su alma, llevamos semanas haciéndolo constantemente. Si vosotros dos os unierais a nosotros tal vez los progresos serian más palpables.<br />
-¿Así que por eso rezan todo el día?, Padre Isaac, no creo que Dios tenga nada que ver en todo esto. –Dije yo intentando que entrara en razón.<br />
-¡Dios está en todas partes muchacho!–Gritó él enfurecido.<br />
-Está bien Padre no se altere, ¿podría explicarnos como se infectó? –Preguntó Albert intentando apaciguar la situación.<br />
-¡Defendiendo a su mujer, a su hijo y al resto de nosotros como un buen cristiano!<br />
-¿De qué manera? –Pregunté yo.<br />
-La segunda semana del apocalipsis, llegaron un par de docenas de pecadores a nuestras puertas, tal vez Dios nos puso a prueba para que pudiéramos ver de primera mano de lo que era capaz. Jaime aquí presente, junto a Carlos y Alfredo nos defendieron al resto de esas criaturas, pero por desgracia una de ellas le alcanzó con un bocado en el brazo. Poco después cogió fiebre, entró en coma y falleció, hasta que como Cristo, resucitó. Debía ser una señal, la maldad que corría en sus venas no era suya, sino del demonio. Lo encerramos para que en su locura transitoria no pudiera hacer daño a nadie, ese es el porqué de que esté aquí.<br />
-Está bien padre, lo comprendemos. –Dije dándole la razón a la vez que hacia un gesto a Albert para que me siguiera el juego.<br />
-Si padre, es lo único que podía hacer. –Respondió Albert respaldándome.<br />
-Gracias hijos míos, es un gran alivio que lo comprendáis. No parecéis ser como esos necios de Cristian y Marta.<br />
-¿Quiénes son esos dos? Nunca he oído hablar de ellos. –Pregunté yo intentando sonsacar más información de nuevo.<br />
-Ni lo haréis, prometí no volver a hablar del tema.<br />
-Tranquilo padre, no hace falta que diga nada. –Dijo Albert.<br />
-Ahora hijos salgamos de aquí, es hora de mi misa diurna.<br />
Dejamos al infectado en la pequeña tienda y volvimos a dentro. La cosa no podía quedar así, Todo aquello resultaba cada vez más extraño y aterrador. Como una maldita peli mala de terror. Esa misma tarde fuimos a preguntar al pequeño David si sabía algo de aquellos nombres. No hizo falta tirarle demasiado de la lengua para que hablara.<br />
-Eran una pareja que llegó más o menos hará un mes. Cristian era simpático, estaba casado con una chica pero ella se había convertido en una impía. Vino con Marta, una amiga suya escapando de los “impíos” que les perseguian. El padre Isaac los invitó a quedarse hasta que un buen día les cogieron haciendo cosas.<br />
-¿Qué cosas? –Preguntó Albert intrigado.<br />
El niño esbozo una sonrisa traviesa y siguió hablando.<br />
-¡Cosas de mayores!<br />
-¿Y qué les paso? –Pregunté expectante.<br />
-El padre Isaac se enfadó mucho, decía que esas cosas no se podían hacer en la casa del señor, que por cosas como estas había llegado el apocalipsis. Ellos se disculparon pero el padre Isaac quería que pasaran la prueba de Dios.<br />
-¿Y cuál era la prueba? – Volví a preguntar absorto.<br />
-Los llevaron con mi padre, decían que él tenía poderes para juzgar a los pecadores. Después no los volví a ver.<br />
El relato del niño nos dejó a los dos sobrecogidos, sin saber que pensar. Si bien era cierto que el relato parecía imposible, el niño lo había contado como si tal cosa. Pasamos el resto del día disimulando después de hacerle prometer al pequeño que no hablaría de nuestra conversación con nadie. Una vez en el cobijo de nuestra habitación, y vigilando de que nadie nos sorprendiera, pusimos las cartas sobre la mesa.<br />
-Albert, debemos salir de aquí.<br />
-Lo sé, pero tienen todas nuestras armas, y sin ellas no llegaremos muy lejos.<br />
-Eso déjamelo a mí, creo que sé donde las tienen, necesito que tú te ocupes de coger algunas latas de comida y un poco de agua, no llegaremos muy lejos sin ellas.<br />
-¿Cuando quieres salir? –Preguntó Albert convencido.<br />
-Saldremos ahora mismo. No he aguantado tres meses después de haberlo perdido todo para que ahora venga un cura chiflado a arruinarlo, seguiremos buscando refugio, este es demasiado peligroso, una semana más y acabaran por lavarnos el cerebro. Este padre se ha aprovechado del miedo de la gente para domarlos a placer, no voy a permitir que me pase lo mismo.<br />
-Supongo que da igual hoy que mañana. –Respondió Albert tolerante.<br />
-Saldremos en una hora, cuando todos se duerman. Ten cuidado, temo que si nos descubren acabemos como los famosos Cristian y Marta.<br />
Todos parecían haberse dormido y en el pasillo no se escuchaba un alma, era hora de movernos. Mientras Albert se quedaba en la cocina a coger provisiones, yo me dirigí al despacho del padre Isaac. Durante toda nuestra estancia, era el único sitio en el que no habíamos estado y por tanto, el único en el que podían estar guardadas las armas. Empujé la puerta de madera pero estaba cerrada, como era de esperar. Respiré hondo y pensé en las posibilidades. Debía revisar la puerta y encontrar los puntos débiles. Con unas ganzúas y algo de experiencia no me hubiera costado ni medio minuto abrirla, pero en ese momento no disponía ni de una cosa ni de la otra. La única solución era desanclarla de los pernos que la sujetaban a la pared. Utilicé una pequeña navaja que llevaba en uno de los bolsillos de la chaqueta y comencé a desenroscar los tornillos. El proceso fue bastante lento, pero después de casi diez minutos y un par de cortes superficiales en los dedos, conseguí desencajar la puerta sin despertar a nadie. Entré por el pequeño hueco que había quedado y revisé rápidamente la estancia con una linterna. Escondidas en un armario, encontré las dos armas y además un revolver de cañón corto cargado con seis balas. Me cargué las dos armas a la espalda, me metí el revólver en la chaqueta y salí de la sala nuevamente. Fuera, tres sombras esperaban bloqueando mi único camino de huida, era el padre Isaac acompañado de sus dos perros guardianes armados con escopetas.<br />
-Parece ser que Dios nos ha vuelto a poner a prueba… será mejor que sueltes las arma, muchacho. –Dijo el cura.<br />
Antes de que ninguno de los otros dos se pronunciara encendí la linterna y les enfoqué a la cara.<br />
-Es usted padre, siento haberle despertado es que no podía dormir.<br />
-Y has decidido asaltar mi despacho para relajarte, ¿verdad?<br />
-¡Apaga esa linterna o lo lamentarás! –Dijo Carlos.<br />
-¡No en la casa del señor a menos que sea totalmente necesario!- Le recriminó el cura.<br />
-Oh, lo siento enseguida la apago.<br />
-¡No has oído, deja la armas y apaga la linterna! –Gritó furioso Alfredo.<br />
Con ese grito con toda seguridad había conseguido despertar a la mayoría de feligreses y alertar a Albert de que algo no iba bien.<br />
-Está bien ya las dejo.<br />
Me agaché y depuse el fusil y la escopeta en el suelo mientras continuaba enfocándoles con la linterna.<br />
-Veis, ya está.<br />
Al tiempo que me levantaba de nuevo, saqué el revólver del bolsillo de la chaqueta y apunté a la cabeza del padre sin que ninguno de los tres se diera cuenta aún cegados por la luz. Entonces apagué la linterna. Mientras ellos volvían a acostumbrarse a la oscuridad, aproveché para coger al cura del brazo, darle la vuelta, y apuntarle con la pistola en la sien. Cuando las retinas de los dos individuos se acostumbraron a la penumbra, se dieron cuenta de lo que acababa de suceder. El primero en pronunciar palabra fue el cura.<br />
-¿Hijo mío, supongo que no querrás matar a un siervo del señor en su propia casa?<br />
-Yo también lo supongo padre, pero así son las cosas, es usted o yo por lo que parece.<br />
-No íbamos a hacerte daño muchacho, no somos esa clase de hombres. –Dijo Alfredo.<br />
-No, sois del tipo de hombres que matan a dos personas por haber hechado un polvo en una iglesia.<br />
-¿Co…como sabes eso? –Preguntó el padre Isaac.<br />
-Eso no importa, y ahora vosotros dos descargad las armas y dejadlas en el suelo.<br />
-¡Obedeced! –Dijo el cura muerto de miedo.<br />
-Vaya padre, parece que no tiene prisa por encontrarse con el Creador, ¿eh?<br />
-No a manos de un cabrón como tú. –Respondió él.<br />
-Lo que usted diga, ahora coja mis armas muy lentamente y pásemelas.<br />
El párroco obedeció sin rechistar mientras mi nuevo revolver le apuntaba a la cabeza. Me cargué de nuevo las armas a la espalda y salí de allí dejando atrás a los dos hombres con el cura como rehén. Algunos de los feligreses comenzaron a asomarse por la habitación, pero al encontrarse de frente con el cañón de mi nuevo revolver volvieron atrás. No quería hacerles daño, pero tampoco quería que ellos me lo hicieran a mí. Después de un par de minutos conseguí dar con Albert en la cripta.<br />
-¿Qué coño haces Eric? –Me preguntó Albert alarmado al ver la escena.<br />
-Improviso.<br />
-Pues haber como improvisas esto, las puertas están cerradas y no tenemos llaves para abrirlas. –Dijo Albert visiblemente asustado.<br />
-Padre, las llaves.<br />
-Hijo mío no las tengo, están en el despacho.<br />
-Albert regístrale, no me fío.<br />
Albert empezó a registrar el cuerpo del cura con cierto pudor hasta que llegaron sus dos escoltas armados con las escopetas acompañados de buena parte de los feligreses.<br />
-Vaya, no pensaba estar aquí cuando aparecieran; Albert, colócate detrás de mí. -El pecho me estaba a punto de estallar y estaba seguro que hasta el cura notaria mis latidos en su espalda.<br />
-Chico, suelta al padre Isaac o lo lamentarás. –Dijo Carlos hecho una bestia.<br />
-Suéltalo, vais a meteros en un problema muy serio. –Gritaba uno de los feligreses.<br />
-Chavales del demonio, no sois bien recibidos en la casa del señor. –Decía una anciana.<br />
-Dejad que el pastor vuelva con su rebaño. –Gritaba otra.<br />
-Este rebaño se va a quedar sin pastor a menos que nos deis la llave de la puerta, nos marcharemos y os dejaremos en paz.<br />
-Alfredo hijo mío, ve a buscar la llave a mi despacho. –Dijo el cura temiendo lo que pudiera pasar.<br />
Alfredo se marchó corriendo y volvió al cabo de un par de minutos con el gran manojo de llaves en las manos.<br />
-Déjalas en el suelo y empújalas con el pie hacia aquí.<br />
El hombre obedeció y Albert recogió las llaves. Se acercó a la cerradura y después de unos cuantos intentos dio con la correcta.<br />
-Os arrepentiréis de ésta, cabrones. –Me susurró el cura al oído justo antes de lanzarlo contra sus feligreses de un empujón para facilitar nuestra huida.<br />
Después de que los dos cruzáramos al otro lado, cerré la puerta con llave y lancé el manojo por encima de la cripta hasta las escaleras de la iglesia. No podía dejarlos encerrados allí para siempre, pero tampoco iba a arriesgarme a que vinieran detrás nuestro. Tarde o temprano encontrarían las llaves, pero para entonces ya estaríamos muy lejos, o eso pensaba.<br />
Corrimos hacia el coche lo más rápido que pudimos, por suerte seguía aparcado en el mismo sitio donde lo habíamos dejado una semana atrás. Busqué las llaves en la chaqueta y apreté el mando desbloqueando todas las cerraduras del coche. Albert abrió la puerta, pero justo antes de introducir su mochila dentro, un disparo destrozó en mil pedazos el cristal del maletero. Inmediatamente los dos nos dimos la vuelta y comprobamos de donde procedía. Era Alfredo, que había conseguido salir y estaba disparándonos. Otro nuevo disparo, que esta vez destrozó uno de los retrovisores, nos alerto de que Carlos había empezado a disparar también. Detrás de él se encontraba el padre Isaac. Sin duda habían logrado salir gracias a otra llave, posiblemente escondida en el atuendo del cura.<br />
-¡Pensaba que habías registrado bien al cura! –Le dije mientras nos escondíamos detrás del coche.<br />
-¡Y yo pensaba que habías desarmado a esos capullos! –Me recriminó Albert.<br />
-¡Touché!<br />
-¿Cómo vamos a salir con el coche por ahí?<br />
-No lo haremos, el coche está destrozado. Te voy a cubrir con el revólver, quiero que cojas todo y pases al otro lado de la valla, y que sea rápido solo tengo seis balas.<br />
-¿Y tú?<br />
-Iré después de ti, tranquilo, no voy a hacerme el héroe muriendo acribillado. ¿Listo?<br />
-¡Sí!<br />
-¡Ahora!<br />
Mientras yo salía de mi cobertura, Albert se subió al coche y lanzó todas nuestras pertenencias por encima de la valla. Cuando consiguió cruzar al otro lado, a mí tan solo me quedaba una bala. Subí al capó a toda prisa, apunté hacia su dirección y disparé. Justo después de escuchar mi último disparo, los dos tipejos salieron de su protección y dispararon con todo lo que les quedaba hacia el coche. De repente, mientras saltaba la valla para descender al otro lado, sentí un pinchazo en la espinilla. Caí al suelo y me miré la pierna mientras Albert sostenía el rifle sobre el capó del coche y comenzaba a disparar.<br />
-¿Estás bien? –Me preguntó él preocupado.<br />
-¡Joder, me ha alcanzado un perdigón!<br />
-¿Puedes caminar?<br />
-Más me vale o estoy muerto.<br />
Me puse en pie lo más rápido que pude, me colgué la mochila de la espalda y toqué el hombro de Albert para indicarle que estaba listo para marcharnos. Se cargó el arma y la mochila a la espalda también y salimos de la escena adentrándonos en el parque.<br />
-Es la primera vez que disparo un arma. –Dijo Albert.<br />
-Pues bienvenido al club. Tranquilo con nuestra puntería no creo que hayamos matado a nadie… ¡joder!<br />
-¿Qué? –Preguntó alarmado.<br />
-Espera aquí.<br />
Volví sobre mis pasos, desenfundé la escopeta y la apoyé en el coche como había hecho Albert anteriormente. Metí la mano a través de la reja dentro del coche. Entre los cristales rotos alcancé el arco que había olvidado allí el primer día y las flechas, y los cargué a mi espalda. Para entonces los dos toscos hombres corrían hacia el coche sin percatarse de que había vuelto a buscar algo. Cuando Carlos se dio cuenta, alzó su arma y comenzó a disparar. Con un acto reflejo apreté el gatillo y disparé los dos cartuchos hacia aquellos tipos. Alfredo que aún estaba cargando su escopeta, cayó al suelo. No podía esperar a ver si lo había liquidado, sólo cogí la escopeta y volví de nuevo a marcharme del lugar.<br />
-¿Que hacías? –Preguntó Albert expectante.<br />
-Si no queremos llamar la atención, el arco será mucho más práctico.<br />
-Vale y ahora salgamos de aquí.<br />
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<br /></div>
Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07003761956444392261noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3333729963585751318.post-28117659453806334842013-06-03T09:53:00.000-07:002013-06-03T09:53:09.627-07:00Capítulo undécimo: Adiós hogar, ¡Adiós!<br />
<br />
Un fuerte crujido de madera me despertó de la siesta pasado el medio día. Eran ellos, habían llegado. Me levanté de la cama de un salto y avisé a Albert, que ya se estaba vistiendo.<br />
-Es hora de irnos, ¿no? –Me dijo él.<br />
Volví a mi habitación y me enfundé el traje que tenía preparado de la otra vez; la chaqueta de moto, los tejanos, las botas y el casco. Bajé las escaleras detrás de Albert, cogimos las mochilas y las armas que teníamos preparadas y las cargamos en el coche. Era hora de abandonar el que había sido mi hogar durante toda la vida de forma prácticamente definitiva. Encendí el motor y Albert abrió la puerta de acceso al parking con cuidado. Atravesé el gran portón y Albert lo cerró de nuevo. Varios zombis expectantes nos esperaban detrás de las pequeñas puertas secundarias de entrada, eran las únicas que nos separaban de una muerte segura. Antes de que más de esos seres se congregaran fuera, aceleré al máximo y las arranqué de la pared llevándome al par de zombis detrás de ellas. Esquivamos el pequeño utilitario azul que bloqueaba parte del camino y continuamos nuestra acalorada huida. Llevábamos apenas un par de minutos cuando Albert me hizo parar.<br />
-¡Frena!<br />
Mi pie reaccionó y presionó el pedal izquierdo.<br />
-¿Qué coño pasa ahora?<br />
-Creo que he visto a alguien.<br />
-Sí, creo que yo también, ¡estamos rodeados de ellos, se llaman zombis!<br />
-No, quiero decir que me ha parecido ver a alguien vivo, da marcha atrás.<br />
Retrocedí un par de metros con el coche y echamos un vistazo a una de las ventanas. Había una niña mirando impasible desde ella y no parecía estar infectada. Enseguida apareció detrás de ella una sombra y cerró las cortinas.<br />
-Parece que no quieren venir.<br />
-Deben estar asustados, no podemos dejarles aquí.<br />
-¿Bromeas? Ojalá yo pudiera quedarme con ellos, si están aquí deben tener alimento. Los que estamos jodidos somos nosotros, ¡y ahora larguémonos antes de atraer a más zombis a la zona y ponerlos en peligro!<br />
Aceleré nuevamente y proseguimos nuestro camino. Esa familia estaba más segura sin nosotros que con nosotros. De todas formas, me alivió pensar que no éramos los dos únicos supervivientes de la zona.<br />
-¿Está bien, y ahora para donde narices vamos? –Pregunté sin saber muy bien cuál era el plan.<br />
-No tenemos muchas opciones, yo intentaría llegar a la base civil de Barcelona.<br />
-Es muy arriesgado, podía estar arrasada, ¡seguramente lleve semanas arrasada!<br />
- ¿Y si no, se te ocurre algún otro sitio seguro? Habia pensado en perdernos por la montaña, pero un solo zombi podria acabar con nosotros si nos descuidaramos un instante.<br />
-La verdad es que no creo que haya demasiados ya. Está bien, probaremos suerte, pero tendremos que ir por rutas secundarias y caminos de tierra, la autopista estará intransitable.<br />
Nos pusimos en marcha y dejamos atrás la desolada urbanización y la entrada del peaje que daba acceso a la autopista. Los coches abandonados bloqueaban las vías de salida y unos cuantos zombis deambulaban o reptaban entre éstos de forma parsimoniosa. Llegamos al centro del pueblo y subimos por una pequeña callejuela que conducía a un descuidado camino de tierra. El espectáculo por aquella zona no era mucho mejor; un edificio de pocas plantas había ardido hasta los cimientos y se había colapsado semanas atrás, coches desvalijados y siniestrados ocupaban los arcenes de las calles y más de medio bosque cercano al pueblo había ardido dejando tan solo los esqueletos oscurecidos de los arboles.<br />
Por suerte conocíamos bien esos caminos porque cuando éramos más jóvenes casi todos los domingos solíamos salir a pasear con nuestras motos de montaña. Después de poco más de diez minutos conseguimos bordear el pueblo de al lado paralelos a la autopista, parecía ser bastante seguro pese a tener a cientos de zombis a menos de cincuenta metros. Un pequeño montículo separaba nuestro camino de la autopista, y aunque un humano no hubiera tenido problemas en subirlo escalando, los zombis no parecían tener una psicomotricidad tan avanzada.<br />
-¿Y donde dices que está esa base? –Le pregunté aún escéptico.<br />
-Cerca de la base militar de la B.H.S.U.<br />
-¿Y donde narices está la base de la B.H.S.U.?<br />
-En el antiguo centro comercial Gran vía 2 de Hospitalet por lo que tengo entendido. ¿Sabrás llegar?<br />
-Ana y yo solíamos ir al cine casi todos los viernes allí, descuida, sabré llegar.<br />
Después de tres agotadoras horas de polvorientos caminos estrechos dimos con una carretera de dos direcciones perfectamente asfaltada aunque abandonada a su suerte como el resto. Calculábamos que nos encontrábamos en la zona alta de Barcelona, por lo que bajar al centro de la ciudad no iba a ser una buena idea. Continuamos carretera arriba hasta dar con un reflectante cartel blanco. Si las indicaciones eran correctas, nos encontrábamos a menos de dos kilómetros del antiguo parque de atracciones del Tibidabo.<br />
-Tal vez podríamos pasar allí la noche, empieza a atardecer.- Le dije a Albert.<br />
-¿Crees que es una buena idea entrar en un parque de atracciones lúgubre y abandonado?<br />
-Hombre, visto así pues no apetece, pero si está cerrado como supongo desde los primeros días de la infección debería ser un sitio seguro. Desde luego quedarse en este camino al aire libre no es una opción. Vamos, si lo vemos seguro entramos y si no nos largamos, así de simple.<br />
-Está bien, probemos. –Dijo Albert a regañadientes.<br />
Subimos la escarpada carretera hasta llegar a la cima. Además del parque de atracciones, la cima estaba culminada por una espectacular iglesia de piedra blanca adornada con la estatua de un Cristo abierto de manos en el tejado de ésta.<br />
-Dónde estás ahora ¿eh? –Le pregunté con retórica desde el coche a la enorme estatua.<br />
El parque estaba cerrado a cal y canto, una verja de sólidos barrotes se levantaba delante de nosotros. Bajé del coche y me acerqué con cuidado. Di un par de golpes con la empuñadura del rifle a los barrotes para comprobar que no quedaba nadie dentro y volví al coche. Esperamos más de veinte minutos, para entonces casi había anochecido por completo. Acercamos el coche a los barrotes y subimos encima de éste para poder atravesarlos con facilidad. Antes de que Albert pudiera cruzar al otro lado, un fuerte crujido metálico sonó a nuestras espaldas. De repente, un par de robustos hombres armados con escopetas de caza bajaron las escaleras de piedra que conducían al templo.<br />
-¡Por aquí! –Susurró uno de ellos.<br />
Todavía atónitos y sin pensarlo, bajamos del coche, cogimos nuestras escasas pertenencias y les seguimos. Subimos la escalinata y llegamos a una majestuosa cripta que precedía a la iglesia. Un hombre vestido con sotana nos esperaba al otro lado de la puerta junto a los dos individuos.<br />
-¡Hijos míos, venid a refugiaros a la casa del señor! –Dijo el cura, con un susurro un tanto fantasmagórico dado la situación.<br />
-¡Bueno, parece que te ha escuchado! –Dijo Albert sonriente refiriéndose a mi anterior comentario dirigido a la estatua de piedra.<br />
Atravesamos las gruesas puertas de acero y entramos a la cripta. Era una sala repleta de columnas de áspera piedra con capiteles decorados y varias pinturas y relieves que adornaban las paredes con motivos religiosos. También había varios bancos de madera ahora vacíos.<br />
-¿Sólo están ustedes aquí?- Preguntó Albert cortésmente.<br />
-Antes de responder a vuestras preguntas debemos haceros nosotros algunas. –Respondió tajantemente uno de los corpulentos individuos.<br />
-Me parece bien. –Dije yo intentándoles seguir el juego.<br />
-¿Qué hacéis aquí? –Preguntó el otro tipo.<br />
-Salimos de nuestro refugio esta mañana y dimos con la carretera del parque, pensamos que sería de los sitios más seguros para pasar la noche.-Dije yo.<br />
-Pues os hubierais equivocado, hay varios impíos dentro. –Dijo el cura.<br />
-¿impíos? –Preguntó Albert asombrado.<br />
-Infectados.- Matizó uno de los escoltas.<br />
-Debéis ser buenas personas si Dios no os ha castigado aún, está bien, podéis acceder a la iglesia. –Señaló el cura.<br />
-Por cierto, antes de proseguir deberéis deponer las armas. –Dijo el escolta de su derecha.<br />
-Claro, no hay ningún problema. –Expresé yo agradecido por vivir un día más.<br />
Después de cederles nuestras armas, seguimos por un pasillo que accedía directamente a la iglesia. Los techos de ésta eran mucho más altos y la decoración mucho más sobria. La piedra era diferente también, más blanca y trabajada. El púlpito de oscuro mármol cubierto por una sábana blanca se situaba en el centro de la estancia y delante de éste había varios bancos de madera, éstos, con varias personas sentadas en ellos.<br />
-Parecéis sorprendidos hijos míos. –Dijo el cura.<br />
-No había visto a tanta gente junta desde antes de que todo se torciera. –Dije asombrado.<br />
-Éste es mi rebaño, nos refugiamos aquí cuando el infierno invadió la Tierra. –Prosiguió el párroco.<br />
-¿Y cómo pueden sobrevivir? –Preguntó Albert extrañado.<br />
-El templo dispone de un pozo de agua que nos proporciona un suministro independiente, y gracias a las donaciones de nuestros feligreses hemos podido almacenar comida para por lo menos un año. “Dios proveerá a los nobles de espíritu y puros de corazón”.<br />
-En realidad padre, no somos muy devotos. –Respondí yo.<br />
-Los caminos del señor son inescrutables. Él tiene un plan para cada uno, si os ha enviado a nosotros debe haber un motivo.<br />
-¿Somos los únicos que hemos llegado hasta aquí?<br />
-Hay respuestas que aún no estáis preparados para conocer, cuando estéis listos os lo haré saber. Permitidme que me presente, yo soy el padre Isaac y mis dos protectores son Carlos y Alfredo. Ahora vayamos a conocer a los demás miembros del rebaño.<br />
Caminamos hasta los bancos más cercanos al púlpito y allí conocimos al resto de los supervivientes. Todos sin excepción llevaban una cruz colgada del cuello. Uno de los dos robustos hombres que habían acompañado al párroco durante toda la visita nos ofreció un par de ellas para que nos las pusiéramos al cuello. Nos las colocamos sin hacer preguntas, después de todo, cualquier cosa era mejor que estar rodeados de zombis –o eso pensábamos entonces-. Nuestras cruces estaban talladas en madera y la mía llevaba una pequeña y sospechosa mancha granate oscuro en la parte trasera. Después de eso, el cura y los dos hombres nos hicieron una pequeña ruta guiada por el interior de la iglesia. Al llegar a la cocina, decidimos hacer un alto.<br />
-¿Disculpe, pero no hemos comido nada en todo el día, sería tan amable de darnos algo? –preguntó Albert.<br />
-Tranquilo muchacho, pronto cenaremos. Sigamos la visita… –Respondió el párroco, concluyente.<br />
Después de la cocina nos dirigimos a los dormitorios. Al parecer cada familia tenía una estancia para ella sola. A nosotros nos cedieron una habitación con dos camas muy cercana al del resto pero sin estar pegada a ellas. Dejamos las mochilas y seguimos hasta los baños. Una ducha no nos iba a venir nada mal. Desde que se fuera el suministro de agua en mi casa había tenido que apañarme con toallitas húmedas para mi higiene personal y a juzgar por mí olor corporal dejaban mucho que desear. Después de toda la visita turística nos dejaron a nuestras anchas. Volvimos al baño, nos dimos una ducha y nos cambiamos de ropa. Era un alivio no tener que llevar los guantes y la chaqueta de moto todo el rato. Una de las feligresas se acercó a nuestra habitación y nos informó de que la cena estaba servida. Había una gran mesa de madera que presidía el párroco, como de costumbre se sentaban al lado de éste sus dos guardaespaldas, Carlos y Alfredo y después el resto de la gente. Saludamos a todos los allí presentes y tomamos asiento. Antes de que Albert pudiera alcanzar un poco de ensalada, el párroco nos invitó a bendecir la mesa.<br />
-Albert, adelante, bendice la mesa. –Le dije yo intentando escurrir el bulto.<br />
-Estás seguro que no quieres hacerlo tú. –Respondió él nervioso.<br />
-Sí, seguro, adelante bendice, bendice…<br />
-Está bien. Gracias señor por los alimentos que vamos a tomar, bendice a esta gente para que no le ocurra nada y líbranos del mal que nos acecha en estos días extraños, amén.<br />
-Amén. –Repitió el resto de la gente al unísono.<br />
Por fin podíamos probar bocado. La mesa estaba formada sobre todo por comida precocinada, aunque también había algún guiso hecho sin duda de diversas latas de conservas combinadas. La cena terminó entre preguntas indiscretas y silencios incómodos y todos nos dirigimos a nuestras respectivas habitaciones.<br />
-¿Qué opinas de este sitio? –Preguntó Albert pensativo mientras se metía en su cama.<br />
-La verdad es que me dan escalofríos. Esto parece un maldito pueblo Amish. No sabía que por esta zona hubiera gente tan devota. –Respondí fríamente.<br />
-Creo que el apocalipsis nos ha cambiado un poco a todos. Tal vez Dios sea el último refugio de la raza humana.<br />
-Pues si eso es lo mejor que le queda al mundo, será mejor que nos den por el culo a todos.<br />
-¡Amén hermano! – Exclamó Albert en tono de burla.<br />
-Por cierto me ha sorprendido gratamente tu bendición en la mesa.<br />
-He improvisado, como en las películas.<br />
- ¿Y lo del parque de atracciones? ¿Crees que debe haber zombis dentro?<br />
-La verdad es que yo por si acaso no pienso entr… (Pasos y ruidos detrás de la puerta) ¿Has oído eso?<br />
-Sí, voy a mirar.<br />
Me levanté de la cama y me dirigí a la puerta con decisión, abrí súbitamente para sorprender a quien estuviera detrás, pero allí ya no había nadie.<br />
-¿Y bien? –Preguntó Albert acobardado.<br />
-Aquí no hay nadie, tal vez haya sido alguno de esos críos. Será mejor que intentemos dormir.<br />
Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07003761956444392261noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3333729963585751318.post-46574930290033683992013-06-03T09:36:00.000-07:002013-06-03T09:38:09.017-07:00Capítulo décimo: Nada dura para siempre<br />
Dos semanas, eso es todo lo que duraron las lamentosas provisiones que había encontrado en casa de los japoneses; y por si fuera poco no había podido contactar con Albert en los últimos dos días. Estaba harto de la espera, empezaba a sufrir de claustrofobia crónica pero aún así no me planteaba salir fuera. Había visto de lo que esas criaturas eran capaces, parecían lentas pero cuando tenían una presa a su alcance no dudaban en lanzarse al vacío para atraparla. Me tumbé en el sofá y miré al techo; eso es todo lo que podía hacer, esperar. Después de veinte minutos de pasmosa apatía el walkie sonó al fin.<br />
-¿Me recibes? ¡Necesito tu ayuda, por el amor de Dios que lo tenga encendido!<br />
Era Albert y su voz parecía extrañamente clara.<br />
-Sí, aquí estoy, dime. –Le dije yo nervioso.<br />
-¡Vas a tener que abrirme!<br />
-¿Abrirte el qué? –Le pregunté yo sin saber a qué narices se refería.<br />
-¡¿A ti que te parece?! ¡Pues las puertas de tu casa, estoy corriendo hacia aquí! –Dijo él con una mezcla de suspiros, ironía y rabia.<br />
-¡Joder, espero que no sea una puta broma!<br />
-No lo es, estoy como mucho a dos minutos de allí.<br />
La tensión volvió a surgir después de dos semanas de completa desidia y mi cuerpo comenzó a liberar adrenalina de nuevo. Respiré hondo como solía hacer y traté de urdir un plan improvisado para salvar a mi amigo de una muerte segura.<br />
-Vale está bien, necesito que saltes la puerta de acceso al jardín de mis vecinos y subas las escaleras exteriores que van al primer piso, yo te estaré esperando allí. –Le dije mientras empezaba a bajar las escaleras.<br />
-¿Estás seguro de eso? –Preguntó él, no muy convencido de mi plan.<br />
-No, pero es lo mejor que se me ocurre, tú hazlo.<br />
Después de coger el puente provisional de asedio del garaje subí hasta mi habitación golpeando todas las paredes de la casa, lo coloqué entre la barandilla y la cornisa, y crucé al otro lado. Para entonces Albert ya saltaba por encima de la pequeña puerta de acceso alertando a todos los zombis de la zona y comenzaba a subir las escaleras que separaban la primera planta de la altura de la calle. Cuando por fin llegué a las escaleras que daban acceso a la primera planta, unos golpes comenzaron a sonar en el otro lado.<br />
-¡Ábreme de una puta vez! – Gritaba mi acojonado amigo.<br />
-Voy, pero cállate o de poco servirá que te abra – Le susurraba yo desde el otro lado al tiempo que giraba la maneta.<br />
-¡Ya, es fácil decirlo, como tú no estás en este lado! –Me recriminó él.<br />
-¡Ups!- Exclamé yo en voz baja.<br />
-¿Ups qué? –Preguntó él, que había conseguido oírme.<br />
Al parecer la puerta estaba cerrada con llave y la llave probablemente estuviera en el bolsillo de mi vecino zombi vete tú a saber dónde. Rápidamente, levanté una de las persianas cercanas y abrí la ventana para que Albert pudiera saltar. Sin pensarlo dos veces se coló dentro topándose de bruces contra una enorme alfombra que allí había. Le ayudé a levantarse, cerré de nuevo la ventana y bajé la persiana al tiempo que los primeros zombis se deslizaban por la puerta de entrada al jardín subiendose unos encima de otros como si fueran un maldito grupo de fans en un concierto de Justin Beaber. Subimos al cuarto de baño y cruzamos el puente que daba acceso a mi refugio mientras decenas de blanquecinos ojos nos miraban deseosos de jugosa carne fresca. Saqué la pesada escalera de la repisa y la apoyé sobre el tejado. Lo aseguré todo y Albert se lanzó exhausto sobre mi cama.<br />
-Vale, ahora cuéntame que cojones ha pasado.<br />
-He tenido que salir de mi casa corriendo.- Me explicaba él entre bocanada y bocanada.<br />
-¿Y tu madre, y tu hermano?<br />
-¡Muertos, los dos están muertos! –Dijo él esta vez arrancando a llorar.<br />
La tensión del momento había hecho que sustituyera las lágrimas por adrenalina, pero ahora que estaba a salvo podía permitirse llorar al fin.<br />
-Tranquilo, tómate tu tiempo, cuando estés listo estaré abajo.<br />
Después de casi una hora bajó, esta vez visiblemente más tranquilo.<br />
-¿Que tal estás? –Le pregunté.<br />
-Bien, dentro de lo que cabe, claro está. –Dijo él esbozando una leve sonrisa.<br />
-¿Quieres contármelo?<br />
-No lo sé, sí, tal vez hablar de ello me ayude. Verás, todo se torció con la segunda incursión de Lucas. En la primera casa en la que entramos no había nadie, todo fue muy fácil, cogimos bastante comida y nos volvimos a colar de un salto de nuevo en casa. Había comida de sobra para dos meses si la administrábamos bien, pero a las dos semanas mi hermano insistió en ir a buscar comida de nuevo. Yo me negué, alegando que tal vez en dos semanas la cosa cambiaria y no tendríamos que correr el riesgo, así que una noche decidió ir sin mi ayuda a la casa de otro vecino. Maldito niñato. Volvió de madrugada con una herida muy fea en el brazo. Yo ya sabía lo que pasaba pero mi madre no se quería hacer a la idea. En realidad ninguno de los tres tenía huevos a hacer lo que se debía. Esta mañana me he levantado entre los gritos de mi madre y los berridos de mi hermano. He bajado a su cuarto a ver qué pasaba, y he visto a mi hermano devorando a mi madre, ¡DEVORANDOLA JODER!<br />
Sin pensarlo me he puesto a correr despavorido, he salido de casa con una mochila que tenía preparada en la puerta, y aquí estoy. Sé que ha sido una tontería, debería haberme quedado y haber matado a mi hermano, pero sabía que no iba a poder.<br />
-Siempre has sido un blando –Le dije intentando animarle con un poco de humor negro.<br />
-Cambiando de tema, ¿y ahora qué? –Me dijo él suspirante y aún con la cara enrojecida.<br />
-Dímelo tú, eres el que ha corrido kilómetro y medio esquivando a esos bichos, por cierto, ¿dónde está tu arco?<br />
-Entiende que no tuve tiempo de cogerlo… ni eso ni provisiones ni nada, solo tengo una mochila con algo de ropa y un par de linternas.<br />
-Bueno, por armas no va a ser. He conseguido unas cuantas en mis incursiones.<br />
-De ésta no me habías dicho nada. –Se acercó a la mesita de cristal donde estaban todas las armas expuestas y cogió la katana.<br />
-¿Mola eh? Pues te jodes porque es para mí. Tú puedes quedarte con el pacificador, este cuchillo ensangrentado que ya se ha cobrado su primera víctima, y esta escopeta.<br />
-Bueno gracias, supongo.<br />
-Espero que sepas que tenemos un gran problema ahí fuera, esos cabrones nos han localizado y no tardarán en darse cuenta de que hay mejores formas de entrar en mi jardín que golpear un muro de robusta piedra. Bueno, de todas formas ya no me quedaba comida así que llevaba un par de días urdiendo un plan de fuga.<br />
-¿Y cuál es? –Preguntó él aliviado.<br />
-Pues aún no lo sé. Lo cierto es que las cosas están tan mal que no sé si hay alguna forma viable de salir de aquí sin que nos acaben devorando vivos.<br />
-Debemos intentarlo, si no moriremos de hambre.<br />
-Lo sé.Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07003761956444392261noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3333729963585751318.post-86223610554970335262013-05-30T03:25:00.001-07:002013-05-30T03:26:39.253-07:00Capítulo noveno: Una sorpresa inesperada<br />
Habían pasado tan solo tres semanas desde que me colara en casa de los vecinos, y ya apenas me quedaba comida de nuevo. Era hora de saquear otra casa, de todas formas estar siempre encerrado iba a acabar por consumirme, necesitaba un cambio de aires. No sabía cuánto tiempo iba a durar el dichoso apocalipsis, pero desde luego pensaba resistir hasta que las fuerzas me abandonasen. Lo quería hacer por Ana, por Roger y por todo el maldito mundo muerto o convertido en uno de aquellos seres. Cualquiera de ellos hubiera dado lo que fuera por encontrarse en mi situación y yo no iba a desperdiciarla. Recogí la escalerilla del balcón y la llevé hasta una de las ventanas traseras de la casa. Repetí el proceso y me colé en la nueva vivienda. Ésta pertenecía a una familia de japoneses bastante reservados, habia intentado comenzar un dialogo con ellos para conocernos mejor, pero no habia habido mucho feeling. Al parecer el progenitor trabajaba como representante de una conocida marca japonesa de coches y habían venido a vivir aquí hacia solamente un año, vivia con su mujer y su hijo adolescente. Como de costumbre revisé la casa, solo que esta vez, la suerte no me sonrió.<br />
Entré directamente por la habitación de matrimonio, decorada sin duda para que recordara a su antiguo país. Continué por el pasillo y abrí otra puerta, ésta daba a una habitación bastante más moderna, con posters de grupos de música asiáticos que no conocía de nada y una guitarra eléctrica Fender Telecaster de color turquesa con algunos signos de desgaste en la pintura colgada de la pared. Caminé hacia dentro de la sala y la puerta se cerró lentamente tras de mí. Me giré alarmado aunque suponiendo que sólo habría sido un golpe de viento, pero me equivoqué. Un chico joven que reconocí como el hijo de la pareja se interponía ahora entre la puerta y yo. No tendría más de quince años, iba vestido con unos pantalones tejanos anchos y una camiseta negra con la imagen de otro de esos grupos de música. Antes de que pudiera reaccionar, el muchacho comenzó a caminar hacia mí. Retrocedí un par de pasos y tropecé con la cama rodando por encima de ésta. El muchacho continuó caminando hacia mí a mayor velocidad y cayó sobre el colchón torpemente al intentar alcanzarme. Lo tenía claro era él o yo, y después de que la infección me hubiera arrebatado al gran amor de mi vida, estaba más motivado que nunca. No llevaba conmigo ninguna de las dos armas de fuego porque sabía que si las disparaba, esa zona se llenaría de miles zombis en pocos minutos, una cosa era un sonido de cristales rotos y otra muy distinta el estruendo de una escopeta en el interior de una habitación. Agarré el pacificador con fuerza e intenté golpear al muchacho, que con una asombrosa agilidad probablemente fruto del azar, esquivó el golpe haciendo que el bate se clavara en el cabecero de la cama. Antes de poder sacarlo haciendo palanca, el chico intentó morderme, así que lo dejé donde estaba y retrocedí un par de pasos más. El muchacho consiguió atravesar el colchón y cayó al suelo. Antes de que se pusiera en pie lancé el cuchillo de carnicero contra su cuello varias veces y logré partirle la espina dorsal consiguiendo que se desplomara sobre el suelo nuevamente. Aunque el cuerpo ya no se movía, su mandíbula dibujaba espasmosos y silenciosos bocados al aire. Cogí la guitarra que colgaba de la pared, y destrocé su cráneo consiguiendo por fin matar a la criatura definitivamente. En el brazo ahora inmóvil, tenía un vendaje provisional hecho probablemente por él mismo. Seguramente había logrado el voto de confianza de sus padres para quedarse solo en casa y por desgracia alguien le había mordido. De todas formas seguramente sus padres permanecerían en el mismo estado allá donde estuvieran. Me senté en la cama y vomité el desayuno. Ya era repugnante verlos o matarlos desde la distancia, pero mutilar a un chico con un cuchillo de carnicero sin duda era muchísimo peor. Después de casi veinte minutos de malestar incontrolable arranqué el bate de la cama y continué escaleras abajo con un inusual temblor de piernas.<br />
No había duda, los miembros más adultos de la familia habían decorado la casa con un carácter puramente tradicional. Parte del suelo estaba cubierto por tatami, había una mesita del té en una de las esquinas, muebles coloniales, un pequeño bonsái en flor marchito expuesto en un cubículo adyacente a la habitación e incluso una katana colgada de una de las paredes. Descolgué la katana suponiendo que sería una de esas vulgares imitaciones baratas que vendían en los bazares, pero el sonido al desenvainarla me sacó de mi error. El filo de la espada era de acero completamente negro con ondulaciones provocadas por el proceso de forja, la empuñadura era negra con una diminuta pieza de lo que parecía ser un dragón representado en oro y un característico cordaje morado en zigzag que rodeaba la empuñadura y sujetaba la pieza a ésta. Lancé un par de cortes al aire y la volví a envainar, definitivamente este instrumento tenía más glamour que mi pacificador casero. La até a mi cinturón y contento hice una pequeña reverencia en señal de agradecimiento a quien fuera que la hubiera puesto en ese lugar y continué mi búsqueda. El resultado de alimento no fue todo lo satisfactorio que hubiera querido pero podría sacarme del apuro. Conseguí varias chocolatinas, algunas salsas, fideos de sobre, algunas algas para hacer sushi y unos cuantos paquetes de arroz. Volví de nuevo a mi casa con el saqueo del día y continué mi amarga existencia.Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07003761956444392261noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3333729963585751318.post-11123357828965217262013-05-30T03:10:00.001-07:002013-05-30T03:10:58.366-07:00Capítulo octavo: Una nueva distracción<br />
<br />
Me levanté y encendí el interruptor de la luz pero no funcionó, así que me decidí por levantar la persiana y dejar que los primeros rayos de sol entraran por la ventana. Bajé al salón y probé suerte pero ninguna de las luces funcionó, intente encender la tele pero nada. Bueno de todas formas el último canal había dejado de retransmitir semanas atrás con un desaliñado Matías Prats despidiéndose entre lágrimas de la audiencia tras varios días de noticias ininterrumpidas. Miré los contadores y todos estaban conectados. Como temía la luz se había ido y muy difícilmente iba a volver. Al menos habian aguantado hasta el último momento, ni de lejos pensaba que la energia duraria tanto.<br />
Baje a la despensa, ya sólo quedaban un par de sobres de pasta precocinada y una lata de sopa. Según mis cálculos, la comida que había comprado en el supermercado dos meses atrás debería haberme durado por lo menos otros cuatro, pero iba a tener que racionar mucho los dos sobres y la lata si quería cumplir mis objetivos. Debía moverme, tenía que ir a buscar comida a algún sitio o moriría de hambre. La bebida también era un problema; aunque con los cubos en el tejado había conseguido algo de agua extra, hacia un par de semanas que no llovía y ya apenas me quedaban dos garrafas de las veinte que había comprado. La opción más sencilla era cruzar hasta alguna de las casas de los vecinos en busca de suministros. Iba a ser más fácil decirlo que hacerlo; desde que me había parapetado en mi casa no me había atrevido a salir ni al jardín por miedo a que esos engendros cruzaran el pequeño muro y los setos al oírme. La forma más sencilla era saltar alguno de los muros divisorios que separaban mi casa de las otras dos más cercanas, pero como he dicho, le tenía pavor al jardín y por si fuera poco, todo el primer piso estaba tapiado. Si hubiera sacado las maderas de alguna de las ventanas, no podría haberlas vuelto a colocar porque el ruido del martilleo hubiera alertado a todos los zombis de la zona. Debía ser precavido o lo arruinaría todo. Lo primero que hice fue bajar al garaje en busca de una escalera que sirviera como puente entre las dos casas. Encontré una escalera modular y la adapté hasta que quedó totalmente recta. Después subí hasta mi habitación y con algunas bridas até un par de los tablones que había utilizado para tapiar la planta inferior, a la escalera. Mi puente ya estaba listo. Cogí el arco y salí al balcón con cuidado. Disparé una flecha contra la pequeña ventana opaca de uno de los lavabos de la planta superior de la casa de al lado y volví a esconderme dentro de mi habitación. Esperé un par de horas mientras los zombis rastreaban el ruido y se percataban de que no había ninguna presa a la que poder hincarle el diente –tiempo era algo de lo que en esos momentos disponía en grandes cantidades- y saqué mi puente de asedio de fabricación casera. Lo tendí entre la barandilla de piedra de mi balcón y la cornisa del lavabo vecino y me cercioré de que no había zombis a la vista. Crucé con cuidado rogando por que la escalera no se partiese, si caía al primer piso, aunque no me hiciera daño, no iba a tener forma de volver a entrar en casa debido al tapiado de puertas y ventanas.<br />
Después de unos tensos segundos, conseguí cruzar al otro lado. Entré con cuidado dentro del lavabo, y abrí la puerta que daba al pasillo. Un ligero pero claro olor a podredumbre me asaltó con la primera bocanada después de abrir la puerta. Antes de ir en busca de provisiones debía asegurarme de que allí no quedaba nadie. Registré las habitaciones de la planta superior con el pacificador en una mano y un cuchillo de carnicero en la otra, por suerte todo estaba despejado. Opté por bajar a la primera planta y verifiqué que allí no había nadie tampoco. Abrí la puerta y bajé por unas extrañas escaleras de caracol metálicas hasta el garaje lo más en silencio que pude. La peste allí era casi insoportable, después de unos segundos entendí el porqué. En una de las esquinas del garaje yacían muertos un par de galgos que el padre de familia usaba cuando iba a cazar, rodeados por decenas de heces y orines resecos. Cerca de ellos había un par de enormes cuencos metálicos que posiblemente habían albergado comida y bebida tiempo atrás. Un gran saco de pienso rasgado a medio acabar en la otra punta de la estancia me hacía suponer que la causa de muerte había sido el agua y no la comida. Lo más probable era que hubieran dejado alimento y bebida sólo para los días que estuvieran fuera, después de todo, ¿quién iba a imaginar que de la noche a la mañana los hijos del mismisimo demonio se iban a poner a pasear por la tierra?<br />
Hasta ese momento no me había percatado de que los ruidos de las mascotas habían desaparecido semanas atrás, y no pude dejar de preguntarme cuantos animales indefensos habrían perecido también encerrados en sus hogares a la espera de un amo que nunca regresó.<br />
Tan solo quedaba una pequeña bodega separada del garaje por una puerta, saqué la linterna que llevaba en el bolsillo y entré poco decidido y muy asustado, las piernas parecian de gelatina y apenas podian sostenerme. Enfoqué en todas direcciones pero allí tampoco parecía haber ningún infectado, y mejor que eso, acababa de dar con un pequeño botín de comida y bebida. Parecía que después de todo, la incursión iba a resultar una buena idea. Subí a las plantas superiores y rebusqué algo más que pudiera saquear, de todas formas dudaba mucho que sus anteriores inquilinos fueran a volver. Entré en la cocina y rebusqué en los armarios. Encontré bastante comida entre galletas, cereales y pasta aún sin empezar. Abrí la nevera pero no resultó tan fructífera como había supuesto, un hedor a carne podrida infestó aún más la habitación. Cerré de nuevo y continué con la búsqueda. De repente caí en la cuenta de que si el padre iba a cazar, seguramente tuviera alguna escopeta escondida por casa. Subí a la habitación suponiendo que era el lugar más probable y comencé a rebuscar en los armarios. Cuando estaba a punto de rendirme y probar suerte por otro lado, un sonido hueco me alerto de que detrás del armario empotrado había algo. Saqué las baldas de la ropa con cuidado y empujé suavemente el tope del armario hasta oír un ligero “click”. Al parecer el armario daba a una pequeña habitación de un par de metros cuadrados con una gran caja fuerte en su interior. Medía cerca de metro y medio y estaba hecha de grueso acero. Una combinación numérica de cuatro dígitos y una llave me separaban de lo que fuese que hubiera dentro. En realidad lo que menos me importara ya era lo que se escondía en su interior, después de varios días sin nada que hacer este nuevo reto me suponía un alivio. Me olvidé de las provisiones y me puse a buscar la dichosa llave, los números ya los descifraría tarde o temprano –como he dicho antes, tenía tiempo de sobra-.<br />
Busqué durante horas pero nada, se hacía de noche y era hora de volver a mi segura morada. Encontré un viejo monopatín y até un par de mochilas de deporte repletas de comida a él, crucé con todo por mi puente improvisado y almacené lo que pude antes de preparar la cena. Como suponía la electricidad no había vuelto, así que saqué el camping gas que había comprado y me preparé una sopa bastante pésima.<br />
Me levanté al día siguiente ansioso por continuar con la búsqueda de la llave que abriría la caja fuerte, de hecho apenas había podido pegar ojo en toda la noche imaginando que podría contener el preciado cajón blindado. Crucé por el puente y me puse manos a la obra. Registré en todos los armarios y cajones de la casa, en los jarrones decorativos e incluso en la cisterna del retrete pero nada de nada. Cuando llegó la hora encendí el walkie y me dispuse a hablar con Albert como todos los días para informarle de lo que había encontrado.<br />
-Ojalá y pudiera estar allí, echo de menos cualquier tipo de diversión. Mi madre y mi hermano se están haciendo insoportables y cada dos por tres tengo que llamarles la atención a los dos para que discutan un poco más bajo.<br />
-¿Como vais de comida? – Le pregunté preocupado.<br />
-Mi hermano y mi madre trajeron comida de sus respectivas casas pero no voy a mentirte, empieza a escasear. Hemos decidido hacer una incursión como tú a la casa de al lado. Espero tener la misma suerte.<br />
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Hacía cinco días desde que comenzara la búsqueda de la llave y mis esfuerzos aun no habían obtenido resultados satisfactorios. Antes de volver a cruzar a la casa de los vecinos decidí prepararme un buen desayuno. Cogí el bote de Cola-Cao que había recuperado de la casa de al lado y me dispuse a hacerme un más que probable repugnante batido con agua. Abrí la tapa y descubrí una bolsita de plástico dentro. La saqué y la limpié con un poco de agua que había en el vaso. No me lo podía creer pero allí estaba, después de tanto buscar por toda la otra casa resultaba que la tenia conmigo desde el primer día. Me olvidé de la idea del batido y atravesé el puente que unía las dos casas a toda velocidad. Introduje la llave dentro de la caja fuerte y me aseguré de que era la correcta. Perfecto, ahora ya solo quedaba intentar descifrar el código. Había nueve mil novecientas noventa y nueve posibilidades, aunque lo más probable era que lo descifrara en menos intentos. Empecé con el 0001 y proseguí durante todo el día. Tan sólo me moví de allí para alimentarme e ir al baño. Cuando oscureció volví a casa con dolor de cabeza y me eché a dormir. La mañana siguiente decidí levantarme tarde. Sabía que en cuanto encontrara el maldito número el mundo se me volvería a echar encima.<br />
A media tarde me colé de nuevo en la casa de los vecinos y continué probando combinaciones. Casi cuando el sol se ocultaba por completo, una breve melodía electrónica me indicó que había dado con el número correcto. Era el 9111, estaba claro que con mi suerte tenía que ser uno de los últimos. Quería esperar hasta el día siguiente para ver el contenido de la caja, pero mi impaciencia se apoderó de mí. Giré una pequeña palanca metálica y abrí con expectación la robusta puerta. Como suponía, allí había un par de armas largas y algunas cajas de munición. Además de eso, había también varias joyas y un montón de grandes fajos de billetes que ahora sólo me servirían para limpiarme el culo. Dejé las joyas y el dinero por el momento, saqué las armas y volví a dejarlo todo tal y como estaba antes de mí allanamiento. Escondí la llave en un lugar seguro y bajé al salón a inspeccionar los dos rifles. Una era una carabina de poco calibre seguramente usada para tiro deportivo. En una de las cajas ponía calibre .22, cargué el arma y la dejé a un lado. La otra era una escopeta de doble cañón que usaba cartuchos de calibre .12 seguramente muy similar a la que había usado Ana para defenderse de su familia infectada, sin éxito. Después de tanto tiempo, todos los recuerdos volvieron a mí llenándome los ojos de lágrimas.<br />
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Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07003761956444392261noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3333729963585751318.post-52435619667861270202013-05-30T02:54:00.000-07:002013-05-30T02:54:36.972-07:00Capítulo séptimo: Desorientación<br />
Desperté mareado y con náuseas. Me incorporé a duras penas y bajé las escaleras desorientado. Allí estaba de nuevo. El mismo salón, el mismo televisor, el mismo sofá. Debería haber tomado muchas más, pero mi subconsciente no tubo agallas. Abrí el grifo para tomar un sorbo de agua, pero tras un breve goteo dejó de fluir. Perfecto, más buenas noticias pensé. Caminé hasta el cuarto de baño e introduje la cabeza en la rebosante bañera provocando un pequeño desbordamiento. La zambullida me había hecho despejarme un poco, pero aún no sabía ni siquiera en qué día estaba. Me sequé la cabeza con la toalla y me dirigí al salón para encender el televisor. Un breve zapping me indicó que ya sólo dos de los tres canales que habían resistido hasta ahora, seguían en antena. Conecté uno de los teletextos, que aunque no tenía información de ninguna programación sí mantenía el calendario y la hora. Al parecer y si no estaba mal programado, habían pasado tres días desde que intentara suicidarme sin éxito. Las nauseas habían pasado y ahora un hambre atroz me indicaba que mi cuerpo necesitaba alimentarse. Preparé un detestable risoto de sobre y me senté en la mesa a ver qué había ocurrido en el mundo durante mi letargo. Por lo visto, me había perdido una comparecencia del rey, aunque de todas formas ya imaginaba el mensaje principal.<br />
-“Es para mí motivo de orgullo y satisfacción marcharme a un bunker que he construido con vuestros impuestos mientras vosotros os pudrís en vuestras casas y esperáis a morir de hambre y de sed.”<br />
Bueno, pensé, al menos ha tenido el valor de resistir hasta ahora –en aquellos momentos no sabía que desde el primer día del apocalipsis, él y toda su familia se habían refugiado en un bunker de máxima seguridad, y la comparecencia de hacia días la había hecho ya desde allí-.<br />
Además de la comparecencia no me había perdido gran cosa, salvo que como era de esperar, media docena de bases civiles habían caído ya en diferentes puntos del país. El maldito virus iba a acabar él solito con la raza humana. Cogí el teléfono que me quedaba después de que el otro se hubiera roto en el balcón de la segunda planta y llamé a Albert, que ahora era la única persona con la que podía hablar.<br />
-Hola, ¿Albert? –Le pregunté con apatía<br />
-¡Aleluya!, te he estado llamando estos últimos días pero no has cogido el teléfono.<br />
Entonces le conté todo lo que me había sucedido en los tres últimos días.<br />
-No sé qué decir, salvo que lo siento. Yo tampoco he recibido noticias de Carlota así que…<br />
-¿Y qué tal están tu hermano y tu madre?<br />
-Bien, bueno, dentro de lo que cabe…<br />
-Las líneas no tardaran en caer, yo ya no tengo suministro de agua.<br />
-Lo sé, yo tampoco, he puesto algunos cubos en el tejado para que recojan el agua cuando llueva, si es que llueve…<br />
-Buena idea, voy a hacer lo mismo. Por cierto, en cuanto a lo del teléfono, ¿recuerdas aquellos walkie talkie que utilizábamos cuando íbamos a esquiar?<br />
-Claro, podríamos utilizarlos, el mío debe estar aún en algún cajón de mi habitación, voy a ver…<br />
Tras un par de minutos de escuchar ruidos y maldiciones, Albert volvió a ponerse el auricular en la oreja. Yo ya había recuperado el mío, recordaba haberlo puesto en la guantera del Jeep la última vez que habíamos salido y allí estaba aún. Apenas daba alcance para un par de kilómetros, suficiente para lo que lo necesitábamos. Lo encendí pero dentro del parking apenas había señal, subí al primer piso e intenté contactar con él.<br />
-¿Me recibes?- Le pregunté por el walkie.<br />
-No te escucho muy bien –Me respondió él con la voz entrecortada.<br />
-Espera le dije esta vez por el teléfono, voy a subir a la segunda planta… ¿ahora qué tal?<br />
-Mucho mejor. Bueno pues así ya sabemos qué hacer para contactar en caso de pérdida de la línea.<br />
Después de hablar un buen rato aprovechando los últimos momentos de las líneas telefónicas, colgamos y volví a la horrible monotonía en que se había convertido mi vida, solo amenizada por tragedias y fracasos personales.<br />
Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07003761956444392261noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3333729963585751318.post-29759354554742148912013-05-29T04:36:00.001-07:002013-05-29T09:37:44.531-07:00Capítulo sexto: ¿Por qué a mí?<br />
Había dormido el resto del día y buen parte de la noche. Últimamente dormía bastante, seguramente para evitar enfrentarme a la cruda realidad en la medida de lo posible. El día se había levantado con una neblina densa y nívea que acariciaba húmedamente el asfalto. Este hecho junto a los zombis deambulando por la calle parsimoniosos me recordó en gran medida al vídeo clip del difunto Michael Jackson, “Thriller”. Fijé mi mirada en la casa de los vecinos, y pude ver a uno de los críos caminando torpemente por el jardín. La única que parecía no haberse convertido en uno de ellos era la abuela que ahora se consumía dentro del vehículo. Bajé al salón, me preparé el desayuno y encendí la televisión. En Telecinco estaban emitiendo la segunda parte del reportaje de la B.H.S.U. que habían interrumpido por la explosión nuclear en China, seguramente ya lo habrian repetido otras tantas veces en el transcurso del dia. Al parecer, la unidad de investigación había diseñado una rudimentaria arma que se podía fabricar con materiales caseros destinada a defendernos de los zombis en caso de amenaza. Lo habían bautizado como “The Peacemaker” –El pacificador- y consistía en un palo rodeado en uno de los extremos por varios pinchos largos. Se podía fabricar a partir de una barra metálica con varios cuchillos soldados, una pequeña biga de madera con tornillos largos o un bate de beisbol con clavos en la punta. Este último modelo fue el que yo elegí. La idea era simple pero muy útil, con varios pinchos en uno de los extremos era fácil que alguno de ellos alcanzara el cerebro y destruyera al zombi. Bajé al garaje, cogí un martillo y varios clavos que me habían sobrado de tapiar puertas y ventanas, y los monté sobre un viejo bate que había pintado de negro y plata hacia años, con cuidado de no hacer mucho ruido amortiguando el trabajo con trapos y toallas. De repente el teléfono sonó escaleras arriba, subí corriendo antes de que algún muerto viviente se percatara del sonido y comenzara a aporrear la puerta de entrada al jardín. Era Ana.<br />
-¿Qué tal va todo por ahí? –Me preguntó Ana<br />
-No voy a mentirte, esto se ha convertido en el mismísimo infierno, pero tranquila yo estoy bien.<br />
-Me alegra oírlo, ten cuidado por favor. Dijo sollozante.<br />
-¿Y tú qué tal?<br />
-Pues últimamente no muy bien. Cada vez hay más casos por la zona. Mi padre ha salido hace un rato a comprar provisiones.<br />
-¿Está loco?<br />
-No nos ha querido hacer caso, decía que si no teníamos provisiones cuando llegara el momento, no resistiríamos. De todas formas se ha llevado su escopeta de caza, ahora todo el que tiene armas, las saca a la calle. Los pocos policías que quedan no parecen entrometerse.<br />
-Bueno, no te preocupes todo saldrá bien.<br />
Después de casi media hora nos despedimos y preparé la comida. Subí de nuevo a la terraza e intenté estudiar a mis cadavéricos compañeros. Siempre escondido, siempre en silencio. <br />
Sólo hacia seis días que permanecía prisionero en mi propia casa y ya me faltaba el oxígeno. Con una simple vuelta de diez minutos por la urbanización me hubiera conformado, pero ese era un lujo que no estaba a mi alcance, no si no quería terminar devorado vivo. Baje por enésima vez al salón y desayuné como solía hacer. Encendí el televisor y zapeé entre los tres canales que aún emitían en busca de alguna novedad. Después de un par de horas, la novedad apareció. Ya lo decía mi difunto padre, vigila con lo que desees porque a veces se hace realidad. Otra tragedia azotaba a China de nuevo. Al parecer el gobierno de Hu Jintao no se había amedrentado con las futuras represalias por parte de los Estados Unidos y la ONU y había vuelto a lanzar una de sus bombas sobre Shanghái. Esta vez ya no había reporteros ni enviados especiales para retransmitir las imágenes. No quedaba otra que fiarnos de la palabra del ya agotado y desvencijado Matías Prats y sus informantes. Aunque las cifras habían sido muy similares a las de Pekín, mi reacción esta vez fue mucho más fría. En menos de una semana me había acostumbrado a vivir con la muerte detrás de la esquina. Me apené por todos los inocentes que habían muerto pero comprendí, que el resultado en caso de no hacer nada hubiera sido muy similar. Me di una ducha y practiqué con el arco como de costumbre. Subí a la terraza y me quedé embobado mirando al cielo y a los pájaros volando en él. Un agudo sonido llamó mi atención, era el teléfono que estaba sonando. Metí la mano en el bolsillo y descolgué lo más rápido que pude.<br />
-¿Sí? –Dije con un susurro.<br />
-¿¡Cariño!? –Se oyó gritar desde el otro lado del auricular.<br />
-¿Qué pasa, qué son esos ruidos?- Le pregunté en voz baja inquieto.<br />
-Mi padre… se ha convertido en uno de ellos.<br />
-¿Qué? –Dije esta vez con un tono mucho más elevado.<br />
-No sé cómo, sólo sé que se ha despertado hace un rato y ha atacado a mi madre –Me explicaba Ana entre sollozos y lágrimas.<br />
-¿Y tu hermana? –Le pregunté con el corazón apunto de salírseme del pecho.<br />
-Mi madre la ha atacado. La última vez que la he visto estaba sangrando por el cuello encima de su cama.<br />
-¿Dónde estás tú ahora?- Le pregunté impotente.<br />
-En el cuarto de mis padres, he bloqueado la puerta con un armario pero no tardaran mucho en derribarla con esos golpes.<br />
De repente, los golpes se intensificaron. Probablemente su hermana se había transformado ya y ahora los tres aporreaban desincronizadamente la puerta.<br />
-¿Donde está la escopeta de tu padre?<br />
-Creo que aquí, debajo de la cama.<br />
-¡Cógela y mira si está cargada! – Le dije intentado lo único que podía salvarla.<br />
-Sí.<br />
-Ya sabes lo que debes hacer, esa ya no es tu familia. Repite conmigo, ésta no es ya mi familia, ¡repítelo!–Dije esperando que ese mantra le sirviera y suplicando para que no flaqueara en el último momento.<br />
-Ésta ya no es mi familia. –Dijo ella estremecida.<br />
Un fuerte golpe me indicó que ya habían derribado la puerta.<br />
-¡AHORA! –Le grité enérgicamente.<br />
Dos atronadores disparos se escucharon por el auricular. Esta era mi chica, había conseguido anteponerse a la trágica situación.<br />
-¡Muy bien cariño!<br />
-¡Lidia, para no te acerques más!- Dijo Ana con voz de pánico.<br />
-¡Dispara de nuevo! –Le grité por el auricular.<br />
-Nnno…no quedan más cartuchos… -Me dijo ella presa del pánico.<br />
-Corre, ¡levántate y corre! –Le grité yo impotente al otro lado del auricular.<br />
(Ruidos de cristales, chillidos ininteligibles, lloros y gritos de Ana…)<br />
-¡Te quiero! –Escuché débilmente entre ruidos al otro lado.<br />
-¡Yo también te quiero! –grité con la esperanza que ella me oyera y pudiera llevarse ese recuerdo al más allá.<br />
Después de eso, silencio, tan solo apagado por un leve gruñido lejano. Dejé caer el teléfono y éste se partió haciendo saltar sus pilas recargables por los aires. Me arrodillé ante el balcón con el rostro cubierto de lágrimas y me quedé pensativo sin saber qué hacer, en estado de shock, abatido como nunca ates, ni con la muerte de mis padres habia estado, simplemente yo también morí.<br />
Por lo visto, un par de zombis habían oído mis gritos y habían acudido en busca de carne fresca. Me levanté y los miré con los ojos llenos de dolor, pero sobretodo de ira y frustración. Ellos en cambio, me miraron con cara de satisfacción, pues al fin habían encontrado una presa a la que hincarle el diente después de varios días. En aquel momento, no me importaba ya que entraran, había perdido la única cosa en el mundo que realmente me importaba y quería irme con ella. Pero antes iba a pelear. Me iba a llevar a tantos de esos demonios de vuelta al inframundo como me fuera posible. Cogí el arco que ésta vez sí, llevaba conmigo y disparé hacia a uno de ellos. La flecha pasó de largo e impacto contra la puerta trasera del coche azul empotrado en el muro de la casa de enfrente, atravesándola y alcanzando a la ya putrefacta anciana de su interior. Cargué de nuevo el arco pero esta vez me sequé las lágrimas de la cara para poder apuntar mejor y tomé aire mientras apretaba los dientes con fuerza. La flecha se clavó en el omóplato de uno de ellos sin provocarle ningún dolor aparente. La rabia me consumía por dentro, con cada tiro fallado mi impotencia por no haber podido salvar a Ana crecía. Tensé el arco por tercera vez, lo tensé tanto que sentí como la cuerda penetraba mi piel y faltó poco para que se rompiera. Tome una larga y profunda bocanada del aire, mantube la respiación y disparé. La flecha impactó con tanta velocidad en el cráneo del no muerto, que sólo las pequeñas plumas que estabilizaban el proyectil habían evitado introducirse dentro de su cabeza por completo. El maldito zombi se desplomó sobre el suelo golpeando su cabeza contra el asfalto y provocando que gran parte de la flecha saliera nuevamente por el orificio de entrada. Cargué el arco por cuarta y última vez y disparé. La saeta se introdujo por la cuenca ocular del otro no muerto derribándolo con el mismo impacto. Dejé el arco sobre la mesa de cristal que adornaba la terraza y me metí dentro intentando asimilar la situación. Después de casi veinte minutos de ansiedad llorando sobre la cama, me dirigí al baño y sin pensarlo demasiado me tomé un puñado de pastillas para el insomnio en un intento de acabar con mi sufrimiento y frustración.Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07003761956444392261noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3333729963585751318.post-51507575892242953162013-05-29T04:00:00.000-07:002013-05-29T04:00:12.486-07:00Capítulo quinto: Escondido y asustado<br />
Cuando volví a abrir los ojos ya eran más de las siete de la tarde. El alcohol y el estrés me habían jugado una mala pasada. Me incorporé, esta vez un poco más tranquilo y fui en busca del teléfono. Llamé y dio tono.<br />
-Hola cariño…<br />
-¿Aún no has salido? –Me preguntó ella sorprendida.<br />
-Técnicamente sí. –Respondí sin saber muy bien por dónde empezar.<br />
-¿Quieres explicarte?<br />
-Lo he intentado, pero todo está colapsado. No puedo llegar, salir fuera es un auténtico suicidio.<br />
Le expliqué lo ocurrido durante las últimas horas. Cuando acabé ella se puso a llorar.<br />
-No te preocupes estaré bien, tengo comida y bebida para varias semanas, no me pasará nada ya lo veras. –Dije intentando tranquilizarla.<br />
-Más te vale.<br />
-Te llamaré mañana, te lo prometo.<br />
Nada más colgar el teléfono me senté en el sofá y encendí la televisión a la caza de novedades acerca de la infección. Lo primero que vi fueron videos de numerosos atascos en la mayoría de ciudades del país. Me felicité a mí mismo por no haber hecho eso antes de salir, y seguí haciendo zapping. Reportajes de cuarentena, debates de expertos acerca del virus, anuncios de una comparecencia del presidente de Estados Unidos… Uhm eso podría ser interesante, pensé. Sorprendentemente desde el comienzo del incidente aún no había comparecido en los medios. Esperé un buen rato y por fin apareció interrumpiendo la información que se estaba dando en ese momento. Lo cierto es que hubiera dado igual el canal que hubiera elegido, en todos aparecía la misma imagen del presidente Barack Obama acompañado del secretario general de la ONU Ban Ki-Moon. Primero habló el presidente.<br />
-“Durante las últimas semanas, una plaga de caos y destrucción ha azotado nuestro mundo. A estas alturas, casi todos nosotros hemos tenido contacto con este azote y sabemos de lo que es capaz. Hoy me presento ante vosotros no como presidente de mi país, sino como representante de todos los líderes de los pueblos libres de la tierra para anunciarles la creación de un nuevo ejército global destinado a la lucha contra el virus. Desde hoy, la B.H.S.U. –siglas en inglés de Unidad Especial de Peligro Biológico- velará por la seguridad de todos nosotros gracias a una preparación más efectiva y unos mayores recursos. La B.H.S.U. ha sido creada con los mejores soldados de cada país para dar caza a todo rastro de infección. Me veo obligado a informarles dada la situación, que desde hoy se permite el uso de fuerza indiscriminada contra cualquier infectado tanto por parte del ejercito, como de cualquier civil.”<br />
Justo cuando el presidente acabó de pronunciar la última palabra de su discurso, todos y cada uno de los periodistas de la sala se levantaron al unísono y entre flashes comenzaron a preguntar. Después de casi un minuto de berridos y chillidos confusos, no muy diferentes a los que profesaban esas criaturas que tanto temíamos, uno de los consejeros del presidente intervino poniendo algo de calma. Con el ambiente más relajado, una joven periodista hizo la primera pregunta.<br />
-“¿Hay ya alguna vacuna del virus?”<br />
-“Aunque el mundo entero está aunando esfuerzos por encontrarla, y se han destinado todos los recursos posibles a ello, no. Aún no tenemos la vacuna.”<br />
La periodista se sentó y otra periodista más mayor ocupó su lugar en la ronda de preguntas.<br />
-“¿Hay algún país que no se haya visto afectado por la plaga?” –Preguntó la periodista.<br />
-“Desgraciadamente no. Según nuestros informes, todos los países en mayor o menor medida se han visto afectados por el virus.” –Respondió el presidente con una gota de sudor resbalando por su sien.<br />
Ahora un reportero trajeado se puso en pie.<br />
-“¿Qué recomendaciones darían a cualquiera que se encuentre parapetado en sus casas?”<br />
-“Si no le importa, dejaré que esa pregunta la responda el señor Ban Ki-Moon” –Respondió Obama nervioso.<br />
-“Se han creado bases civiles en casi todas las ciudades del mundo para acoger a cualquier superviviente que lo desee. En ellas encontraran alimentos, bebida y un refugio seguro para protegerse de esos seres. En caso de que no puedan llegar de forma segura a esas bases, se recomienda permanecer en sus casas intentando hacer el menor ruido posible, llenar cubos y bañeras con agua por si hay esporádicos cortes de suministro –Con esporádicos quería decir permanentes- y administrar de forma eficaz los alimentos de que dispongan. En pocos días, unidades de soldados peinarán las ciudades para ayudar a la población a mudarse a esos centros.”<br />
El trajeado reportero tomo asiento y cedió el turno a otra compañera.<br />
- “¿De verdad no se procesará a nadie por acabar con uno de esos seres?”<br />
-“Todos los estudios realizados demuestran que los individuos infectados por el virus están completa y definitivamente muertos. Aunque consiguiéramos dar con la vacuna, no serviría como cura una vez transformados. Esas personas ya no son padres, madres, abuelos ni hijos. Lo único que hace mover sus cuerpos es el virus. Por lo tanto, dado que están muertos, no puede ser considerado un asesinato y por lo tanto no habrá juicio ni investigación al respecto.” –Respondió el secretario de la ONU que había cogido el testigo de las preguntas de su acalorado compañero de comparecencia.<br />
-“¿Hay alguna manera eficaz de acabar con esos seres?” –preguntó fríamente otro reportero.<br />
-“Solo hay una forma eficaz de acabar con ellos. Dado que el virus opera desde el cerebro de su huésped, éste debe ser destruido por cualquier medio. Por muy escalofriante que suene, la mejor forma es alcanzar el bulbo raquídeo a través de cualquiera de las dos cuencas oculares. La decapitación no es un buen método, dado que aunque facilita que el cuerpo deje de ser un problema, la cabeza sigue operativa, cumpliendo la misión principal de infectar a su víctima.”<br />
Antes de que el reportero pudiera tomar asiento y ceder el turno al siguiente compañero, la reportera que había hecho la pregunta anterior se puso en pie y volvió a preguntar saltándose el protocolo.<br />
- “¿Realmente cree usted que un ama de casa será capaz de ensartarle el ojo a su marido con el que lleva treinta años casada con un cuchillo para trinchar el pavo?” -dijo la periodista, cínica y escéptica.<br />
-“Nnnnno creo que…entiendo las dificultades que conllevaría… se acabo la rueda de prensa”. –Dijo el secretario general de la ONU ahora más nervioso incluso que el presidente.<br />
De nuevo, una oleada de flashes y preguntas inundó la habitación mientras los dos miembros del pulpito abandonaban la sala seguidos de sus múltiples escoltas.<br />
Bueno, si algo había sacado de todo aquello era que podía estar tranquilo, ningún policía iba a llamar a mi puerta para arrestarme por haber atropellado a la vieja zombi. Me levanté del sofá y fui a la cocina a por una cerveza, bastante relajado dada la situación. Caí en la cuenta, que con todo el alboroto no había hablado con Roger desde hacía varios días. Cogí el teléfono y llame a su móvil. Después de siete tonos desistí. Probé más suerte en su casa, nada…<br />
-Posiblemente habrán ido al apartamento de la costa. –Me dije a mí mismo.<br />
Quería hablar con alguien ahora que las líneas aún funcionaban. Lo intenté con Albert. Éste si descolgó el teléfono.<br />
-Hey, ¿cómo va todo? –le pregunté<br />
-¿Eric?<br />
-Sí Albert, soy yo.<br />
-¿No te ibas?- Me preguntó extrañado.<br />
-Digamos que las cosas no salieron exactamente como las había planeado.<br />
-Lo lamento.<br />
-Y carlota ¿Ha llegado ya?<br />
-Aún no. No sé nada de ella ni de ninguna de sus amigas.<br />
-Seguro que han tenido que refugiarse en algún sitio y ya no tienen batería, igual han conseguido llegar a una de esas bases civiles. –Dije yo optimista.<br />
-… Las malas noticias continúan. No iba a decírtelo hasta que llegaras a Galicia pero hablé ayer con la familia de Roger.<br />
-¿Con la familia? –Pregunté extrañado y asustado.<br />
-Sí, parece ser que se ha infectado.<br />
-¿Qué, estás de coña?<br />
-No, no lo estoy… por lo que pude entender de los sollozos de su hermana la ambulancia había volcado y la sangre de un infectado había entrado en contacto con sus ojos y su boca. Al parecer se encontraba en una sala de cuarentena esperando resultados.<br />
-Esperemos que encuentren la vacuna pronto, sino… ¡Joder, que puta mierda! –Dije cabreado.<br />
Mis peores sospechas se habían confirmado. Era lógico que los primeros en infectarse fueran los que tuvieran más contacto con los infectados como el personal médico y ATS. Ahora, y si nadie lo remediaba, Roger se iba a convertir en uno de ellos.<br />
-¿Sigues ahí? –Preguntó Albert.<br />
-Sí, sí… sigo aquí. ¿Y tu madre y tu hermano han llegado ya? –Le pregunté intentando buscar una buena noticia en toda aquella mierda que nos estaba rodeando.<br />
-Sí, están aquí conmigo. ¿Crees que deberíamos trasladarnos a una de esas bases civiles?<br />
-¿Sabes dónde está la base más cercana?<br />
-Lo he mirado en Internet. Hay dos, han habilitado una en el Hospital de Mataró y otra en la zona Franca.<br />
-Olvídalo, están demasiado lejos. La autopista en dirección Barcelona está repleta de esos monstruos y la otra dirección de la autopista no puede estar mucho mejor. Nuestra única opción es quedarnos aquí y esperar a que esto pase, tenemos la ventaja de las provisiones. Además, desconfío de la seguridad de las bases. Es tan fácil que un infectado no tenga señales evidentes de mordedura que probablemente ya se les haya colado alguno. Seguro que no es tan bonito como lo pintan, con tanta gente allí en caso de querer escapar seria una ratonera.<br />
-Tal vez tengas razón, quedémonos aquí y esperemos.<br />
Después de acabar la conversación me preparé algo de cena y me fui directamente a la cama, después de todo, ese había sido el día más largo de toda mi vida.<br />
Me levanté a media mañana. Bajé y como de costumbre puse la televisión. Ya tan solo las cadenas más grandes emitían. Sorprendentemente, muchos reporteros de éstas habían decidido atrincherarse en los canales de noticias para seguir dando información. Comencé el barrido de canales hasta encontrar novedades del virus, con esto como en todo, la información es poder. En Telecinco emitían un reportaje sobre la recién creada B.H.S.U. A juzgar por las instalaciones, el presidente de Estados Unidos tenía razón y se había destinado bastante presupuesto al asunto. Por lo que pude sacar en claro, esta nueva unidad disponía de varias divisiones, cada una especializada en una disciplina. Los soldados de campo se encargaban de la lucha directa contra los infectados. Los ingenieros y cientificos eran los encargados de estudiar tanto aspectos defensivos en la lucha contra el virus, como la vacuna, como ofensivos como bombas bacteriológicas para acabar con la infección o armas caseras para que la gente pudiera defenderse de los zombis. También estaban los agentes especiales, que se encargaban de tácticas y seguimientos de las masas de zombis que asolaban las ciudades para poder actuar en consonancia. De repente, el televisor se llenó con un fondo negro. Pasados unos segundos, una conexión de última hora apareció en la pantalla en sustitución del reportaje de la B.H.S.U.<br />
-“Interrumpimos nuestro reportaje para ofrecerles una noticia de última hora. Al parecer, China habría lanzado una de sus bombas nucleares sobre Pekín para evitar el avance del virus. Conectamos con nuestra enviada especial en China para que nos dé más datos.” –Dijo Pedro Piqueras con visible asombro y preocupación.<br />
Una chica joven, que nunca antes había visto haciendo una conexión, apareció en una pantalla paralela a la del plató del informativo.<br />
-“Cuéntanos patricia, ¿qué es lo que ha pasado?” –Le preguntó Pedro piqueras.<br />
-“Pues bien, al parecer una bomba nuclear de gran poder, desconocemos aún de que tipo, ha hecho explosión en el centro de Pekín arrasando la ciudad por completo. Varios medios del actual presidente de China, Hu Jintao habrían obligado en el día de ayer a desalojar por completo la ciudad, pero en ningún caso se tenía constancia de que sus intenciones eran detonar una bomba en medio de ésta. Se calcula que tan solo entre el veinte y el treinta por ciento de la población ha conseguido refugiarse y ponerse a salvo en pueblos cercanos como en el que nos encontramos. En números redondos habrían perdido la vida con la explosión más de quince millones de personas.” –Decía la chica con voz entrecortada y con los ojos a punto de llenarse de lágrimas.<br />
Sentí un escalofrío como ninguno que hubiera tenido hasta la fecha que me puso los pelos de punta y la carne de gallina. No podía dar crédito a una barbaridad así hacia su propio pueblo. Pedro Piqueras se mantenía firme aunque visiblemente preocupado mientras continuaba hablando con la joven reportera.<br />
-“Podemos ver a lo lejos lo que parece ser un gran columna de humo formada por varias más pequeñas”.<br />
-“En efecto. Aunque nos encontramos a varios quilómetros de la explosión, los restos de la onda expansiva son claramente apreciables. Se prevé que nadie de los que…” –La chica no pudo aguantar más y comenzó a llorar.<br />
Dejé la tele encendida, me levanté del sofá y me preparé un buen trago. Esta vez no tenía miedo, no me temblaban las manos ni tenía taquicardia. Lo único que notaba era un leve cosquilleo en la nariz y en los ojos. Cogí un buen pedo y me quede dormido en el sofá.<br />
Me levanté por la mañana. Era el segundo día que pasaba encerrado en casa y ya empezaba a sentir claustrofobia. Cogí el teléfono y hable con Ana. Por suerte en su pueblo solo había habido un par de casos de infección y ya estaban erradicados. Hablamos largo y tendido del suceso de China y nos despedimos con la esperanza de volver a hablar al día siguiente. Llamé a Albert y comentamos el suceso. Intentaba no hacerle pensar mucho en Carlota, pero no siempre lo conseguía. Mientras hablaba con él por el inalámbrico –las líneas de telefonía móvil estaban prácticamente saturadas– encontré fuerzas y subí a la pequeña terraza del piso de arriba para echarle un ojo a la situación. No tuve que esperar demasiado para ver al primero de ellos deambulando por la zona. Me agazapé con la esperanza de que no lograra verme y lo observé mientras pasaba de largo.<br />
-¿sigues ahí?<br />
-¡Shhhhhh!… Vale ya se ha ido, estaba echando un ojo.<br />
-¿Cuantos has visto? –Me preguntó Albert expectante ya que él aún no se había atrevido a asomarse por miedo a que lo detectaran.<br />
-De momento sólo a uno pero acabo de sub… –Antes de que pudiera acabar la frase un par de zombis aparecieron en sentido contrario al otro.<br />
-¿Hola? –Repitió de nuevo el impaciente Albert.<br />
Dejé que pasaran de largo y continué hablando.<br />
-¡Hola capullo, hola! –Le susurré molesto-. Sigo aquí cretino, solo que permanezco en silencio para que no me descubran.<br />
-¡Ahh vale!<br />
-Será mejor que vuelva dentro. – Le comenté a Albert bastante acojonado.<br />
Antes de entrar vi a un último zombi. Este no caminaba, se arrastraba. No sabía si era paralítico antes de convertirse o simplemente algo le había pasado por encima después de su transformación. Fuera cual fuera su caso me importaba bien poco, lo único que quería era que no me viera y alertara al resto de sus pútridos camaradas. Volví de nuevo a mi acogedor refugio y cerré la gran ventana para evitar que los ruidos me delatasen.<br />
-Joder, esos bichos me acojonan cada vez que los veo. –Proseguí agitado.<br />
-Yo desde el día de la madre y la hija no me he atrevido a ver a ninguno más en directo.<br />
-Pues ojalá y puedas continuar haciéndolo mucho más tiempo. Bueno, creo que voy a practicar un poco con el arco. Desde aquel campamento hace más de diez años no había cogido uno.<br />
-Tienes razón, yo también debería practicar, hablaremos luego.<br />
Después de despedirnos bajé al garaje. No me atrevía a salir al jardín por si aquellos monstruos me escuchaban. Por suerte por aquellas fechas las mascotas abandonadas no paraban de ladrar y maullar en busca de sus amos, ahora probablemente convertidos en zombis y no hacía falta guardar tanto silencio. Improvisé una diana con un cojín naranja al que le pinté varios círculos. Los primeros lanzamientos eran torpes y ni siquiera penetraban en el cojín, pero después de casi una hora de práctica mi puntería mejoró notablemente. De repente, y cuando ya iba a dar por finalizada la práctica del día, un derrape seguido de una colisión me hicieron despertar de mi apacible calma. Dejé el arco en el suelo y subí las escaleras a toda velocidad. Llegué hasta mi habitación y abrí la ventana que daba a la terraza. No imaginaba cómo pero los vecinos de enfrente habían conseguido regresar. Aunque por desgracia la cosa no había salido exactamente como ellos esperaban. El pequeño utilitario azul se había empotrado contra el muro de la casa, eliminando de la ecuación las dos únicas formas de salvarse que tenían. El padre intentaba abrir la puerta pero ésta se había dañado con el impacto y ahora su única opción era salir arrastras por la ventanilla. La mujer salía por su propio pie del vehículo por la puerta del copiloto, pero antes de que pudiera reaccionar, un par de zombis se la estaban rifando para ver quién era el primero en probar bocado. Los dos niños de apenas diez años, salían por las puertas traseras aterrorizados en dirección a la casa entre gimoteos y lamentos, y una anciana que nunca había visto antes y que supuse era la abuela, permanecía inconsciente y abandonada a su suerte todavía dentro del vehículo. Posiblemente a alguno de los dos adultos se le había ocurrido la genial idea de ir en buscar a su madre poniendo en peligro a todos los otros miembros de la familia. Lo irónico de la situación era que después de tanto trajín, hubieran abandonado a la anciana dentro del vehículo. Esos eran los pocos momentos en los que me alegraba por no tener a ningún familiar vivo.<br />
Por azar o por fortuna, el propio impacto del vehículo había conseguido crear una barricada que impedía el paso de los zombis. Fue un golpe de suerte que no tardaría en esfumarse. El padre rebuscó en uno de los bolsillos en busca de las llaves de casa. Después de unos interminables segundos, cayó en la cuenta de que se habrían caído dentro del vehículo por culpa de la acrobacia que había realizado momentos antes. Volvió cojeando hasta el automóvil y metió medio cuerpo dentro para dar con ellas. Por desgracia los zombis ya se arrastraban hacia el interior del coche gracias a la puerta abierta del copiloto y conseguían probar un poco de la carne del cabeza de familia. El hombre salió escopeteado fuera del vehículo con el brazo chorreando sangre y un amasijo de llaves en la mano. Cuando llegó a la puerta de entrada, un par de zombis ya habían conseguido colarse en el jardín a través del coche. Miré a mi alrededor en busca del arco pero caí en la cuenta de que lo había dejado en el garaje con el susto. No sabía lo útil que podía resultar mi ayuda, pero valía la pena intentarlo. Bajé de nuevo con el corazón en un puño, recogí el arco, y volví a subir las tres plantas exhausto. Cuando me asome nuevamente por la ventana el hombre parecía no haber tenido demasiado éxito en su búsqueda, ya que ahora forcejeaba con las dos criaturas que se habían colado dentro del jardín, recibiendo pequeños mordiscos y arañazos de cada uno de ellos. Tensé el arco y disparé. La primera flecha por poco dio a uno de los niños agazapados en la puerta. Cargué el arco con otra flecha y disparé de nuevo. Esta vez la flecha se clavó en una de las pantorrillas de uno de los zombis, pero éste ni siquiera se inmutó. Cuando iba a disparar una tercera flecha me di cuenta de que el padre conseguía zafarse de sus dos putrefactos agresores y lograba introducir la llave dentro de la cerradura. La puerta se abrió y los dos muchachos entraron esperando que el padre les siguiera. Justo cuando este último iba a empujar a sus hijos dentro y a cerrar con llave, uno de los dos zombis consiguió echársele al cuello y morderle sin piedad. Ante tan amarga escena, los dos niños se quedaron estupefactos. Cuando al fin reaccionaron, otro de los zombis ya tenía la mano en el marco de la puerta. Aunque con el impacto seguro que consiguieron romperle varios dedos, el zombi consiguió entrar en la casa y devorar a uno de ellos antes siquiera de cruzar el recibidor. El aire me faltaba. Esas crudas imágenes me habían destrozado por dentro. Me metí en mi habitación de nuevo, cerré la ventana, y me eché sobre la cama.<br />
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En el supermercado, el ambiente de tensión se podía notar en el aire. Todos estábamos preocupados, pero algunos más que otros. Yo lo tenía claro, debíamos comprar productos lo más imperecederos posibles y de sencilla preparación. Llenamos uno de los carros con garrafas de agua mineral y otro con comida enlatada, sobres deshidratados y barritas energéticas, y salimos de la tienda lo más rápido que pudimos. No nos hacía gracia vernos expuestos sobre todo después de lo que acabábamos de presenciar. Cargamos las provisiones en mi Jeep, pero antes de volver a la seguridad de nuestras casas decidí pasar por un par de sitios más a pesar de la negativa de Albert.<br />
Nuestra primera parada después del supermercado fue una macro tienda de deportes. En aquellos momentos la paranoia me invadía y era completamente presa del pánico, cada treinta segundos daba una vuelta de trescientos sesenta grados para asegurarme que no había ninguna de esas cosas pululando a nuestro alrededor. Quería seguir el consejo de Albert y marcharnos para casa, pero sabía que tal vez fuera la última oportunidad de aprovisionarnos antes de que las cosas se pusieran aún peor. Compré varios artículos de supervivencia como linternas, un par de mochilas, un buen puñado de pilas, cerillas impermeables y hasta un camping gas con unos cuantos cartuchos extras, si la cosa pasaba, me vería obligado a irme de camping para amortizar la inversión. De camino a las cajas pasamos por la sección de tiro y no pude resistirme a comprar un arco de competición y varias flechas. Hubiera preferido poder comprar un rifle automático o un par de Pistolas Beretta 9 mm., pero esto por desgracia no era Estados Unidos y no te regalaban un arma con tu Happy Meal. Albert siguió mi ejemplo y cogió otro, después de todo no sabíamos si la cosa se iba a poner peor. No sólo me preocupaban los infectados, también los amigos de lo ajeno tan característicos de las situaciones de necesidad.<br />
Pasamos por caja ante la mirada atónita de la cajera y nos dirigimos hacia la última parada, la ferretería. No quería dejar mi casa desprotegida mientras yo estaba en la otra punta del país. Compré varios listones para tapiar puertas y ventanas de la planta de abajo y salimos de la tienda.<br />
Una vez en Alella, dejé a Albert en su casa con su parte de las provisiones y conduje hasta la mía. Por suerte no había señales de infección por la zona. Guardé el coche en el parking y subí al salón para poner el noticiario -que ya se había convertido casi en una droga-. El suceso de la madre y la hija ni siquiera apareció. Había tantos casos en todo el país que ya era imposible reportarlos todos.<br />
Cogí el teléfono y llamé a Ana.<br />
-Hola cariño, al final he decidido que vendré a Galicia. También he invitado a Albert y a Carlota si tus padres están de acuerdo.<br />
-Claro, no habrá problemas, me alegra oírlo, y ¿cuando vienes?<br />
-Mañana prepararemos el viaje, y en cuanto Carlota llegué de Formentera saldremos hacia allí.<br />
Omití la parte del incidente con la madre y la hija y nos despedimos. Preparé algo de comer y me mantuve en el televisor hasta bien entrada la madrugada. Por lo visto era bastante probable que, dada la situación se impusiera el estado de excepción y los toques de queda en todo el territorio en los próximos días –varios países como Estados Unidos y Canadá ya se habían acogido a esos estatutos-.<br />
Me levanté temprano. No había podido pegar ojo repitiendo una y otra vez la escena vivida el día anterior, en cuanto cerraba los ojos la imagen de la pequeña con su vestido empapado de rojo carmesí venia a mi mente sin remedio. Desayuné algo y me puse a tapiar las ventanas. Con tanto alboroto me había olvidado llamar a Verónica para que no fuera a trabajar a la oficina. La llamé al móvil pero no lo cogió, probé suerte en el despacho y en su casa, pero tampoco descolgó. Tragué saliva y continué tapiando.<br />
Después de un trabajo bien hecho, encendí el televisor. A las tres de la tarde se esperaba una comparecencia del mismísimo Rey Juan Carlos. Me mantuve pegado al televisor hasta la hora del comunicado y escuche lo que tenía que decir.<br />
-“Queridos ciudadanos, nos encontramos en un momento de crispación y temor, y por ello he decidido instaurar el estado de excepción. Durante la tarde de ayer y todo el día de hoy, se me ha informado de numerosos saqueos en varias ciudades de nuestro país. Por el bien de los ciudadanos me veo obligado a imponer el toque de queda en todo el territorio español, incluidas las islas. Todo aquel que sea visto a partir de las nueve de la tarde, será arrestado inmediatamente…”<br />
Allí estaba, como habían presagiado los medios. Si el rey se había visto obligado a instaurar el estado de excepción, es que las cosas se estaban desmoronando muy rápidamente. Cambié de canal. Disturbios en la mitad de los países del mundo, el ejército ya había salido a la calle en otros tantos. Había llegado el caos total, el principio del Apocalipsis. Ahora solo cabía esperar que todo acabara cuanto antes.<br />
Llegó el día de partir hacia Galicia, después de un par de llamadas infructuosas –las líneas empezaban a estar saturadas- conseguí contactar con Albert.<br />
-Y bien, ¿ya ha llegado? – Le pregunté inquieto y nervioso.<br />
-No, y ayer tampoco conseguí hablar con ella. Me tiene bastante preocupado. Mi hermano se ha mudado a mi casa, ha decidido quedarse aquí, dice que su apartamento es muy pequeño.<br />
-¿Seguro que no quiere venirse con nosotros?, la casa es grande.<br />
-No, esperará a mi madre y se quedaran aquí, dicen que es más seguro. De hecho creo que me quedaré con ellos. No puedo irme sin Carlota.<br />
-Claro, lo entiendo.<br />
-Tal vez esta sea la última vez que hablamos.<br />
-No digas eso, capullo, ya verás como en un par de semanas los del ejercito se ponen las pilas y podemos volver a nuestra antigua vida. –Dije sin creerme mis propias palabras.<br />
-Buena suerte entonces. –Dijo él con resignación.<br />
-Igualmente y...raciona la comida. Descuida, la humanidad saldrá de ésta.<br />
Era hora de ponerme en camino, no podía esperar mucho más o las carreteras se colapsarían. Era ahora o nunca. Subí a mi habitación y metí varias mudas de ropa al azar dentro de la mochila. También me agencié el viejo bate de béisbol que decoraba una de las pareces de mi cuarto. Bajé a la cocina y escogí los dos cuchillos más largos y afilados que tenia, por si surgía el caso. Continué escaleras abajo y llegué al garaje. Accedí a un pequeño trastero y me hice con mi viejo equipamiento de moto. Unos guantes de neopreno, un casco integral negro y una chaqueta que me había salvado la vida de un par de caídas serias gracias a sus protecciones en hombros y antebrazos. Me monté en el cargado Jeep y salí de mi fortificado refugio.<br />
Por lo visto, no era el único que se iba a mudar una temporada. Varios vecinos cargaban sus maletas con presteza dentro de sus coches. Ni preguntas ni saludos, nadie parecía estar para banales cortesías ese día. Salí de la urbanización y me dirigí como otros tantos vehículos a la autopista. Suponía que el peaje de acceso estaría colapsado, pero ese no fue ese el caso. Todas las barreras estaban levantadas. Eso me preocupó aún más. En los casi veinte años que llevaba viviendo allí, no recordaba que se hubiera dado esa situación ni una sola vez. El carril de acceso era lento, pero aún más lenta era la autopista, a pesar de que los más listos habían creado un cuarto carril aprovechando el arcén. Debería haber salido antes, me repetía una y otra vez. A juzgar por el denso tráfico, ya eran pocos los que aún permanecían en sus casas. Tardé casi tres horas en recorrer media docena de kilómetros. Mucha gente abandonaba la psicológica seguridad del interior de sus vehículos y se subía sobre ellos para ver hasta donde llegaban las retenciones. Al bajar, todos soltaban unos cuantos tacos e improperios y volvían a meterse en el interior del coche.<br />
Después de otros interminables cuarenta minutos, algo sucedió. Primero era un goteo controlado, pero al poco tiempo se convirtió en una avalancha de personas. Varios hombres, mujeres y niños corrían en dirección contraria a la autopista con visible pánico arrastrando las pocas pertenencias que podían cargar. Abrí el techo solar y me subí sobre el asiento para ver lo que sucedía. A lo lejos pude ver como una fina columna de humo negro se levantaba pasada una curva, y una marabunta aún más grande de personas se aproximaban corriendo por delante de diez o doce individuos deambulantes que supuse eran infectados. Un escalofrió recorrió mi cuerpo. No tenía ni idea de que hacer. Si dejaba mi vehículo abandonado podría salvarme, pero dentro iban todas las provisiones de las que disponía. Sin ellas no duraría más de una semana. Estaba seguro de que ningún desconocido me ofrecería su casa como refugio ni compartiría la escasa comida de la que dispusiera conmigo.<br />
Cerré los ojos con fuerza, inhale profundamente y volví a abrirlos. Cuando las coloridas centellas provocadas por la presión al cerrar los ojos desaparecieron, la primera visión que tuve fue la de un pequeño cartel blanco que indicaba una próxima salida. Sin pensarlo dos veces, me introduje de nuevo en el coche y aceleré, golpeando al coche de delante, ahora abandonado, para que me diera espacio de maniobra. Puse marcha atrás pero el coche que iba detrás había conseguido pegarse a mí impidiendo de nuevo que pudiera maniobrar. Cabreado y asustado, puse reductora, y empujé al impaciente conductor varios centímetros. Antes de que se bajara a darme dos ostias, aceleré y me dirigí hacia la desviación por el medio de dos carriles. Los laterales del coche crujían cuando rozaban con los vehículos o se llevaban por delante algún que otro retrovisor, y algunos de los pocos propietarios que aún permanecían en los coches tocaban el claxon y dirigían agravios hacia mi persona. Después de unos inquietantes segundos, alcancé el desvío. Según las indicaciones de éste, me llevaría a un pueblo vecino. Por suerte me conocía suficientemente bien la zona y pude salir de ahí sin problemas. El espectáculo no era mucho mejor allí. Algunos zombis caminaban despreocupados por las aceras, y varios transeúntes corrían de un lado a otro intentando preservar sus vidas. Uno de ellos, un hombre con calvicie avanzada y gafas de pasta defendía a su familia de uno de esos muertos a base de maletazos en la cabeza.<br />
No podía dejar de pensar como solo en cuestión de un par de días las cosas se habían podido descontrolar de esa manera. Las manos me temblaban y el corazón se me aceleraba cada vez más. Debía volver a la seguridad de mi hogar. Hacer mil doscientos kilómetros con ese panorama iba a ser completamente imposible.<br />
Esquivé a la gran mayoría, pero con ése no pude reaccionar a tiempo. Era una anciana vestida con bata y zapatillas de estar por casa. Acababa de sortear a un joven que se dirigía de frente hacia mí cuando la vieja apareció. El impacto fue irremediable. La mujer estaba tendida en el suelo, a juzgar por su aspecto y color de piel, era uno de ellos. No esperé a que se levantara, aceleré y esquivé su cuerpo malherido dejándola atrás. Después de eso, la taquicardia aumentó hasta tal punto, que creía que me iba a dar un infarto allí mismo. Después de unos eternos treinta minutos, logré llegar a casa y aparcar de nuevo el ahora destrozado coche en el garaje. Bajé de él, subí al salón y cogí uno de los cigarros que guardábamos para las visitas ya que yo fumaba en raras ocasiones. Cogí el Zippo que me había guardado en el bolsillo antes de salir y abrí la tapa. Después de intentar encenderlo hasta en cuatro infructuosas ocasiones partí el cigarrillo por la mitad y lo lancé al suelo. Me dirigí a la cocina y probé más suerte con una copa rebosante de Vodka. Aunque la mitad del licor terminó derramado en la encimera, conseguí servirme una copa. Dirigí la temblorosa mano hasta mi boca, y lo tomé de un largo trago. Caminé de nuevo hasta el salón, me senté en el sofá y cerré los ojos.<br />
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Pocos días antes de que el virus llegara a España, Ana preparaba la maleta para ir con sus padres y su hermana a su pueblo de la infancia en Galicia. Yo debía acompañarla, pero por razones de trabajo tuve que quedarme en Barcelona un par de semanas más.<br />
Ana subió al enorme Nissan Pathfinder de su padre, y los cuatro emprendieron las doce horas que les separaban de su destino, mientras ella se despedía por la ventanilla trasera haciéndome gestos con la mano.<br />
Esa sería la última vez que la vería con vida.<br />
Hacía cuatro días que Ana se había marchado con sus padres y la casa ya era un desastre. Definitivamente la vida de soltero no me hacia bien. Había refrescos y cervezas a medio beber en buena parte del salón, las cartas y las fichas de póker cubrían la mesa del comedor y la pica de la cocina estaba desbordada por los utensilios usados el día anterior para la cena. Dejé todo como estaba y salí al jardín. Albert estaba tumbado en la hamaca leyendo uno de mis libros. Albert era un chico delgado, no muy alto, de cabello emmarañado negro azabache y ojos verdes. La noche anterior, después de la pequeña fiesta de solteros que nos habíamos pegado, había bebido demasiado para conducir y se había quedado a dormir en mi casa. Albert era mi socio y trabajábamos juntos en una empresa de publicidad y marketing. Los dos nos habíamos tenido que enfrentar al mismo dilema. Su novia también se había ido de vacaciones mientras él se quedaba aquí conmigo para cerrar un trato con una conocida empresa de deportes.<br />
-Tú, pedazo de cerdo, si te has levantado primero podías haber empezado a recoger un poco. Otro día más y viviremos en una auténtica pocilga. –Le espeté molesto.<br />
-Lo siento, es que he cogido un libro para despejarme un poco antes de empezar a limpiar y me he entretenido.<br />
-¿Qué lees?<br />
-Uhm déjame ver… El juego de Ender.<br />
-Ah y ¿te gusta?- Pregunté con amabilidad.<br />
-Pues sí, está bastante bien-Dijo él más relajado.<br />
-Me alegro, ahora levanta el culo y vamos a dejar esto en condiciones.<br />
Recogimos la casa como pudimos, y a media tarde decidimos ir a tomar algo con Roger a un bar cercano. Roger era uno de nuestros mejores amigos, y desde hacía unos meses trabajaba como conductor de ambulancias en el SEM (servicio de Emergencias Médicas). Ese día Roger parecía más nervioso de lo normal, no hicieron falta ni cinco minutos para saber el porqué.<br />
-¿Has salvado muchas vidas hoy?-Preguntó Albert.<br />
-La verdad es que no, no ha llegado ni uno vivo al hospital. –Dijo Roger resignado.<br />
-¿Hay alguna novedad acerca del virus?- Pregunté yo.<br />
-Lo cierto es que creo que ya está aquí, al menos los patrones coinciden con lo que han dicho por la televisión. Al parecer, unos compañeros recibieron ayer de madrugada un aviso de pelea en vía pública con heridos. Cuando llegaron se encontraron con una estampa propia de una película de terror. Un tío en el suelo sangrando por el cuello, y otro muy alterado, esposado y tumbado boca abajo con la boca llena de sangre y completamente ido. Por lo visto, varios testigos afirmaban haber visto al tipo ahora esposado lanzándose sobre el otro sin mediar palabra y empezar a morderle el cuello sin miramientos. La policía había llegado poco después del incidente y habían reducido al sujeto, no sin antes llevarse un par de mordiscos superficiales cada uno. Hasta ahí todo más o menos normal.<br />
-¿Normal?- Preguntó Albert atónito.<br />
-En el turno de noche se ven muchas cosas raras, macho. Pero espera, lo realmente curioso llega ahora. El individuo tumbado en el suelo estaba completamente muerto cuando llegaron mis compañeros. Con lo de la pelea entre los policías y el psicópata nadie se había preocupado de taponarle la herida y ahora éste yacía sobre un enorme charco de sangre. Mis compañeros no podían hacer gran cosa ya, salvo tapar el cadáver con una manta térmica y esperar a poder llevárselo una vez viniera el forense. Cuál fue su sorpresa al ver que al poco tiempo de taparlo, la sabana empezó a moverse. Al principio todos creían que era el viento, pero poco después, el tipo muerto se incorporó a duras penas con la manta aún cubriéndole la cabeza y parte del cuerpo. Un golpe de aire hizo volar la manta, y vieron al individuo pálido, con los ojos completamente blancos. Sin decir nada, el tipo se dirigió torpemente hacia una de las chicas que había sido testigo de la agresión, y se abalanzó sobre ella haciéndole caer y dándole un mordisco en el muslo. Los dos policías atónitos, se dispusieron a entrar en acción nuevamente, pero esta vez sacaron las armas. Desde luego no es el procedimiento común, pero estarían acojonados igual que el resto, ¿quién puede culparles?. El tipo se levantó de nuevo torpemente, y empezó a caminar hacia los polis. Por lo que me contaron, le dieron la orden de detenerse más de dos y de tres veces. El tipo no parecía estar demasiado por la labor así que apuntaron al pecho y dispararon un tiro cada uno. El tipo retrocedió un par de pasos, pero no cayó, siguió caminando como si tal cosa, así que en vista del éxito los policías decidieron dispararle algunos tiros más. El dato más curioso es que necesitaron más de ocho balas para abatirlo por completo. A todo esto, y sin que nadie se percatara del hecho, el otro tipo esposado había conseguido arrastrarse hasta llegar a los polis y morder el tobillo de uno de ellos. Con un acto reflejo, el compañero pisó la cabeza del detenido y esparció los sesos allí mismo.<br />
Durante toda la última parte de la historia, Albert y yo habíamos permanecido boquiabiertos escuchando el escalofriante relato propio de Hollywood sin poder mover un músculo. Debía preguntarlo, necesitaba saber.<br />
-¿Qué ha pasado con los heridos?- Pregunté embobado.<br />
-Todo eran heridas superficiales, los compañeros del SEM les curaron y les mandaron a casa.<br />
-¿De verdad quieres que nos creamos esa historia? –Preguntó un escéptico Albert.<br />
-No miento, esta vez no, esperad, voy a cambiar de canal.<br />
Roger caminó hasta el mostrador y le pidió al camarero –con el que ya teníamos cierta confianza previa- que le prestara el mando de la televisión. Apuntó hacia ella y cambió de canal. Era casi la hora, pero el telenoticias aún no había comenzado en ningún canal. Buscó entre algunos y al final consiguió sintonizar la CNN+. Tuvimos que esperar unos agonizantes diez minutos hasta que comentaran el suceso, a grandes rasgos, tal y como él lo había contado.<br />
-¿Pero entonces, este virus convierte a la gente en una especie de zombis?- Le pregunté sin saber ya que pensar.<br />
-Pues eso parece. De todas formas, en el hipotético caso de que el tío estuviera vivo, con esa herida en el cuello nadie habría podido ponerse de pie y atacar al primero que pillara. Me suena a aquello de los dos pilotos caníbales de hace unas semanas.<br />
-Ahora que lo dices tienes razón. ¿No te vas a pedir una excedencia o algo? –Le preguntó Albert ahora más confiado.<br />
-¿Estas de broma? Tengo que pagar el nuevo motor del coche y me cuesta tres mil euros.<br />
-Bueno Ruchi, yo que tú me lo tomaría con calma, no me gustaría que uno de mis amigos se convirtiera en eso. –Le dije yo un tanto preocupado.<br />
-Tranquilos que si veo a alguno de esos bichos lo primero que voy a hacer es ponerme a correr.<br />
Salimos del bar y nos fuimos a nuestras respectivas casas. Llamé a Ana preocupado y le conté lo ocurrido, al parecer ella también había visto las noticias. Parecía no haber duda, ese extraño virus había llegado a nuestras fronteras.<br />
Me levanté a la mañana siguiente y lo primero que hice fue mirar la televisión. Como suponía, el virus había cobrado total y absoluto protagonismo de la noche a la mañana. Una cosa eran unos cuantos casos aislados en la otra parte del charco, y otra muy distinta, que afectara directamente a nuestro país. Las noticias acerca del virus pasaron de un pequeño espacio de un par de minutos en el telediario, a ocupar la mayor parte de la franja horaria en todos los canales. Al parecer, ya se habían dado casos en Alemania, China, Japón, India, Sudáfrica, Francia e Italia. En nuestro país, Barcelona no era ya la única afectada por el virus. Aún estaba por confirmar, pero parecían haberse dado casos en Madrid, León, Valencia y Murcia.<br />
Estados Unidos, que había sido el primer país en ver aparecer la infección –se había confirmado que el patrón era igual al de los dos pilotos caníbales- había experimentado ya el siguiente paso de ésta. Cada vez había más videos donde aparecían imágenes relacionadas con la enfermedad. En ellos se podían apreciar a soldados equipados con trajes bacteriológicos amordazando y arrestando a los infectados con precaución. Según explicaban varios responsables del gobierno, se estaba procediendo al aislamiento de los pacientes en salas de cuarentena -en aquellos tiempos aún no sabían que la mejor medicina para esos seres era una bala en la cabeza-. Nadie tenía demasiada información hasta la fecha, o si la tenían, no soltaban prenda.<br />
Tan solo un par de días después, con todos los casos en España confirmados y videos de ataques masivos en todo el mundo circulando por la red, la OMS decidió dar la voz de alarma y calificarla como pandemia mundial. Con su aparición, la OMS desveló los misterios y características del virus, o al menos, los más obvios. Después de algunos estudios, se había confirmado que se transmitía exclusivamente por los fluidos y no por el aire como algunos medios dejaban entrever. El tiempo de incubación variaba dependiendo del canal de contagio. La manera más rápida de infección era a la vez la más habitual. La mordedura. También era especialmente relevante el lugar de ésta. Un mordisco letal en el cuello provocaba la infección del paciente en pocos segundos y su posterior reanimación, mientras que una herida superficial en las extremidades, podía dar a los infectados varios días sin ningún síntoma. La pregunta clave y más escalofriante también quedó desvelada. Sí, estaban muertos.<br />
A partir de este punto el pánico cundió en todo el mundo. Los disturbios mundiales despertaron en prácticamente todos los puntos del planeta. Desde manifestaciones pacificas a las más brutales protestas con cócteles molotov y vehículos ardiendo en mitad de la calle. Al final parecía que este nuevo virus nada iba a tener que ver con la gripe A o el síndrome de las vacas locas. Después de la comparecencia llamé a Ana, esta vez mucho más preocupado que de costumbre.<br />
-¿Has visto lo de la OMS?-Le pregunté inquieto.<br />
- Sí –Me respondió ella lacónicamente.<br />
-¿Qué vamos a hacer?<br />
-De momento no ha habido ningún caso por aquí, podrías venirte.<br />
-No creo que un pueblo alejado de la mano de Dios sea la solución.<br />
-Tampoco las afueras de una gran ciudad. –Dijo ella elevando el sonido de la voz.<br />
-Mira hagamos una cosa –Dije intentando destensar la situación. – Esperemos un poco más, al fin y al cabo por aquí solo hemos tenido un par de casos, es muy improbable que vaya a encontrarme con alguno de ellos. Si las cosas no se solucionan ya estudiaremos las posibilidades, dame solo un día, tengo que acabar de cerrar el trato con los japoneses si es que el mundo no se viene abajo antes.<br />
-Está bien, pero ten cuidado. Buenas noches, Te quiero.<br />
-Y yo a tí.<br />
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Era el día de la gran presentación a la firma. Recogí a Albert y nos dirigimos -no sin una angustiosa sensación en la boca del estomago- al despacho en mi coche. La ciudad parecía más vacía de lo normal, sobretodo de transeúntes. Recorrimos la calle Aragón y giramos por Ramblas. Dejamos el coche en un parking cercano y subimos a nuestro pequeño despacho. Cuando las puertas del ascensor se abrieron pudimos ver a Verónica, la secretaria, detrás de su mostrador de aluminio plateado con cara de preocupación. Nos acercamos a ella y le preguntamos qué pasaba.<br />
-Me temo que sólo se han presentado tres de los cinco representantes.<br />
-Vaya, parece que la gente se lo ha tomado en serio. No te preocupes, con tres será suficiente, van a darnos el proyecto sí o sí.<br />
-No es eso lo que me preocupa.<br />
-¿Entonces? – Le preguntó Albert, que se había negado a ponerse traje y vestía un tejano con camisa blanca y zapatos negros.<br />
-Mi novio, llevo llamándole desde ayer por la noche y no lo coge.<br />
-Si te vas a sentir más tranquila, ve a verle, ya cerraremos nosotros, en vista del éxito, después de la presentación teníamos pensado cerrar.<br />
-¿De verdad? Muchas gracias, mañana estaré aquí sin falta, lo prometo.<br />
-No te preocupes y vete.<br />
Entramos en la sala de reuniones y allí nos estaban esperando los representantes, para variar, con cara de preocupación. Bordamos la exposición, pero ellos no parecían estar demasiado por la labor. Al acabar la presentación nos despedimos y desaparecieron como alma que lleva el diablo. Definitivamente ese iba a ser un mal mes para los negocios.<br />
Salimos del parking y nos dirigimos a una cafeteria de la Diagonal. Nos sentamos en la terraza y tomamos un café mientras nos lamentábamos de nuestros problemas económicos. Ese nuevo trato con los japoneses iba a suponer nuestra ampliación al mercado internacional, pero en vista de lo acontecido, era obvio que nuestro desarrollo se iba a posponer más de la cuenta.<br />
Nos disponíamos a volver a nuestras respectivas casas después de un día desafortunado cuando de repente vimos a un hombre en la otra acera que nos llamó la atención. Deambulaba de un lado a otro, por lo que pensamos que llevaría un brick de vino barato de más. Una madre con su hija que caminaban en dirección contraria, decidieron cederle el paso para evitar problemas observando lo mismo que nosotros, pero de repente, el hombre se aproximó a ellas y agarró a la niña por el brazo sin ninguna explicación. La madre sujeto el otro brazo de la niña y los dos comenzaron un tira y afloja entre gritos de la madre, llantos de la hija y berridos ininteligibles del individuo.<br />
Hasta ese momento no me había percatado de que éramos las dos únicas personas sentadas fuera, y en la calle tampoco parecía pasear nadie, ni en un sentido, ni en otro. Me levanté de la silla de aluminio con un acto reflejo y crucé la Diagonal para llegar hasta la acera de enfrente lo más rápido posible. Pasados unos segundos, Albert reaccionó y me siguió. Los coches pasaban fugazmente delante y detrás de mí, pero conseguí sortearlos con habilidad, y por qué no decirlo, también con algo de suerte. Giré la cabeza y vi como mi apurado amigo cruzaba con éxito la calle también. Me dirigí directamente hacia el individuo y le propiné un empujón, arrinconándolo en el suelo. Éste levantó la mirada, hasta ahora tapada por una gorra azul y granate del equipo de fútbol local y me mostró su blanquecina mirada y su pálido rostro añil. Había visto demasiados casos en televisión para no reconocer a uno de ellos. Antes de que ninguno de los presentes pudiéramos reaccionar, el zombi alargó el brazo y arrebató a la niña de las temblorosas manos de su madre, fundiéndose con ella en un macabro abrazo mortal. El zombi ya había desgarrado la garganta de la niña con un certero mordisco, y ahora ésta se desangraba sin emitir sonido alguno. Sabía que para la niña no había redención posible, y si nos quedábamos mucho tiempo ahí, tampoco la abría para nosotros. Una sola dentellada de ese bicho en cualquier parte de nuestro cuerpo, y ya estaríamos condenados como ella. Cogí la mano de la madre y la arrastré contra su voluntad fuera del alcance de aquel engendro, pero ella consiguió zafarse a los pocos metros y volver con su pequeña. Volví a por ella y la agarré de nuevo, pero se giró y me golpeó en la mejilla con una bofetada. Después volvió a fijar su ira sobre el macabro asesino y le golpeó varias veces con su puño a la vez que intentaba arrebatarle a su presa ya muerta. Con los dos primeros impactos el zombi no pareció inmutarse, pero al tercero, alcanzó la mano de la mujer con una diestra dentellada. Era como un perro rabioso defendiendo su comida ante los demás depredadores. No había vuelta atrás, La madre ya estaba infectada. Asustada, se giró hacia mí con cara de pánico sugiriéndome con la mirada que esta vez sí, la rescatara. Por mi parte sólo encontró un rápido sprint hasta alcanzar a Albert, que permanecía a tan solo unos metros de mí. Sabía perfectamente que ahora la mujer estaba perdida, y ya nadie podía hacer nada por ella. La mujer dándose cuenta de que ahora estaba sola, se giró de nuevo y volvió a golpear al agresor, mientras nosotros desaparecíamos de allí a toda velocidad.<br />
A partir de ese momento mi mentalidad con respecto al virus cambió por completo. Albert y yo llamamos a la policía y nos marchamos lo más lejos posible del escenario pese a las sujerencias de que nos quedaramos cerca caomo testigos. Volvimos al coche y nos sentamos temblorosos y estupefactos. Empecé a hablar, pero mi voz se entrecortaba, el pecho se compungía, y mis palabras eran casi tan ininteligibles como los gemidos que habíamos escuchado minutos antes. Un escalofrio y un picor en la parte superior de las mejillas me invadia. Respiré hondo, tomando una larga bocanada de aire y luego lo intente de nuevo.<br />
-¿Pero... qué coño ha pasado ahí detrás? –Pregunté a Albert esperando una respuesta basada en la lógica que nos sacara de nuestro trance.<br />
-Nnnno tengo ni puta idea… - Respondió él todavía en shock.<br />
Como de costumbre, me tocaba a mí tomar las decisiones. Desde que éramos pequeños yo era el que llevaba la voz cantante. Albert siempre se limitaba a obedecer. Si hubiera sido por él, ese día nos hubiéramos quedado en el coche hasta bien entrada la madrugada.<br />
-Te diré lo que haremos. Vamos a ir a conseguir algunas reservas. Yo personalmente creo que voy a ir con Ana a su pueblo. ¿Dónde decías que estaba Carlota?<br />
-En Formentera, debería llegar pasado mañana.<br />
-Si quieres la esperaremos e iremos todos, quedarse en la ciudad es un suicidio.<br />
-Como quieras.<br />
-Entonces pongámonos en marcha, el tiempo no es una ventaja de la que dispongamos.<br />
Encendimos el coche y nos dirigimos al centro comercial más cercano.Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07003761956444392261noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3333729963585751318.post-34553731514214925772013-05-29T02:35:00.002-07:002013-05-29T02:57:58.093-07:00Capítulo segundo: El orígen<br />
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<b>Un año antes…</b><br />
No podía dormir, llevaba más de una hora revoloteando de lado a lado pero no había manera, así que dejé a Ana en la cama y bajé al salón. Pensé que igual una copa de vino y la programación de madrugada me ayudaban a conciliar el sueño. Abrí la nevera y me serví un vaso de vino blanco, me senté en el sofá y encendí el televisor. Una simple noticia a las tantas de la mañana a mediados de Julio, así empezó todo…<br />
Me desperté cuando Ana levantó las persianas. Mi plan había surtido efecto, había conseguido quedarme dormido, el único inconveniente era que el sofá iba a pasarme factura tarde o temprano. Ya empezaba a notar los músculos del cuello agarrotados y sabia que la tortícolis no tardaría en aparecer. El aroma de comida caliente me indicaba que ya era mediodía, así que me incorporé y fui hasta la cocina. La mesa estaba servida en el jardín y el viento hacia que los platos decorativos de la pared se movieran provocando un agradable tintineo. Ana apareció por detrás con una jarra de agua fría. Tenía la morena cabellera medio enmarañada y sus ojos azul oscuro como el océano me miraban penetrantemente.<br />
-¡Ya era hora de que te despertaras, son más de las dos de la tarde!<br />
-Lo sé, es que anoche no podía dormir y decidí ver un rato la tele.<br />
-Lo he imaginado al verte desparramado en el sofá. La comida está lista, empecemos a comer o se enfriará.<br />
Unos deliciosos macarrones gratinados me estaban esperando ya servidos en el plato. Si algo sabia hacer Ana, era cocinar. Me senté en la mesa impaciente y devoré el plato de macarrones mientras ella me sugería sin éxito que comiera más despacio. Acabamos de comer o en mi caso de engullir, recogimos la cocina y nos sentamos a ver la tele un rato huyendo del calor abrasador de la tarde. De nuevo la dichosa noticia…<br />
-“…Las autoridades aseguran que los dos pilotos se encuentran fuera de peligro y que todo volverá a la normalidad en los próximos días…”-Explicaba Matías Prats en el informativo.<br />
-¿Que ha pasado? – Me preguntó Ana expectante.<br />
-Nada, lo de siempre, tragedias y más tragedias… se ha estrellado un avión militar cerca de Las Vegas. Había salido de una base militar próxima y a los pocos minutos tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia, por lo visto no les salió muy bien. Están en coma pero parece que saldrán de ésta, por lo que dicen. –Le expliqué.<br />
Seguimos viendo el telenoticias, que ya solo informaba con noticias de relleno y después, un horrible peliculón acerca de de una mujer que había perdido a su hijo en extrañas circunstancias y que Ana insistió en ver. Cansado de la programación del sábado tarde, propuse a Ana ir a pasear a algún centro comercial en busca de gangas o de una buena película en el cine. Ella accedió inmediatamente, así que nos cambiamos y fuimos a Gran vía 2. En realidad el centro comercial nos quedaba bastante lejos, pero dado que los padres de Ana vivían por aquella zona, pensé en hacerles una inesperada visita después del paseo. La idea también agradó a Ana pues hacia algunas semanas que no se veían. Después de un par de horas haciendo la compra de la semana y de algunas chorradas que ni siquiera necesitábamos, nos dirigimos a casa de sus padres. Estuvimos un rato y nos quedamos a cenar, hasta que, casi a la medianoche decidimos marcharnos de vuelta a nuestra casa en Alella.<br />
Tuvieron que pasar un par de días hasta que la noticia del avión estrellado en Las Vegas saltara de nuevo a los medios de comunicación, aunque esta vez, el suceso se tornó más extraño. Un video aficionado que visitaba a unos parientes en el hospital, había cedido una grabación a los medios realizada con la cámara de su móvil. En las primeras imágenes se podía apreciar como dos varones jóvenes, que al parecer habían sido identificados como los dos pilotos del avión siniestrado, deambulaban medio desnudos por los pasillos del hospital atacando al personal médico y a los pacientes que encontraban a su paso. Aunque la resolución de la cámara dejaba bastante que desear, se podía observar claramente como los dos hombres se abalanzaban sobre sus víctimas y les asestaban mordiscos indiscriminadamente. La segunda parte de la grabación había sido tomada minutos después. En ella se apreciaba a varios soldados americanos ataviados con fusiles automáticos y trajes bacteriológicos llevándose esposados y amordazados a los dos pilotos.<br />
La escalofriante grabación no tardó en dar la vuelta al mundo, y durante algunos días, fue actualidad en la mayoría de periódicos y noticiarios. Pero en un mundo plagado de tragedias y desastres naturales, el fenómeno de los dos pilotos caníbales, como se les había apodado, quedo relegado a un segundo plano en poco tiempo. Al parecer el ejército americano se había encargado de clasificar toda información del suceso y ningún periodista había conseguido dar con el paradero de los dos pilotos o de sus familiares. El único dato cierto que se conocía hasta la fecha era que los dos individuos habían despegado de la base aérea de Nellis, emplazada en el área 51, más conocida por ser el centro de mitos y conspiraciones sobre alienígenas desde los 60´ con destino desconocido. Nunca más se supo nada de los dos pilotos caníbales y la noticia desapareció al fin. La vida continuó su atareado curso, hasta que, más o menos a principios de Agosto, se dieron los primeros casos de contagios.<br />
Al principio los casos fueron aislados y poco numerosos. Por aquellas fechas el director para la seguridad sanitaria de la OMS Fukuda Keiji, ya había alertado de un nuevo virus del que no se tenía constancia hasta la fecha. Al parecer, los individuos infectados con el virus, eran altamente contagiosos y agresivos. Según el informe presentado por la OMS, el virus se contagiaba por cualquier tipo de fluido corporal. Pero por aquellos entonces nadie hacia caso ya de esas cosas. Todos teníamos muy presente aún lo acontecido unos años antes con la gripe A. La OMS también informó entonces de la cepa del H1N1. El pánico entre la población cundió y una vez encontrada la vacuna, los gobiernos gastaron ingentes cantidades de dinero en crear miles de millones de viales, que después quedaron abandonados a sus suerte en Dios sabe dónde. Y eso sin contar con el mal de las vacas locas, la gripe aviar, la gripe porcina, y un largo etcétera de infecciones que habían ocupado también las portadas anteriormente. La gente estaba inmunizada, sí, pero contra las noticias sensacionalistas que no paraban de aparecer cada día para hacer cundir el pánico en nuestras ya de por si complicadas vidas.<br />
<br />Anonymoushttp://www.blogger.com/profile/07003761956444392261noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3333729963585751318.post-5313106486020542432013-05-29T02:21:00.000-07:002013-05-29T02:21:49.509-07:00Capítulo primero: Flash forward<br />
Empecé a correr sin saber hacia dónde me dirigía. Esos malditos bastardos estaban por todas partes y solo tenían ojos para mí. Claro que era comprensible, al fin y al cabo yo era especial, yo era el único de todos ellos que aún respiraba.<br />
Aunque yo era más rápido, ellos eran más, muchos más. Escapar no iba a resultarme fácil. Todos los portales estaban cerrados, tal vez, mejor que lo estuvieran, lo más probable era que esos edificios estuvieran plagados de monstruos también.<br />
De repente fijé mi vista en un enorme Hummer al final de la calle con las siglas de la B.H.S.U. impresas en la puerta, que por si fuera poco, estaba abierta. Sin pensarlo dos veces, desenfundé el arco y me preparé para lo que pudiera surgir. Cuando llegué, un par de agentes especiales de la B.H.S.U. estaban esperándome. A mí o a cualquier ser humano al que aún le latiera el corazón. Rápidamente, tensé el arco y le disparé al más cercano en la cara. Estaba a menos de dos metros, era un tiro seguro.<br />
Con el siguiente no me resultaría tan fácil. Lo tenía casi encima y no tenía tiempo para disparar el arco una segunda vez, así que antes de que el primero se desplomara en el suelo, le arranqué la flecha de la cara y la usé para ensartarle un ojo al que aún estaba en pie.<br />
Miré en todas direcciones y no vi nada. Perfecto, así tendría tiempo de saquear los cuerpos. Los agentes especiales eran los únicos de toda la B.H.S.U. que llevaban Mágnum Desert Eagles. Eran tan potentes que con un poco de suerte podían eliminar a tres zombis de un solo disparo. Rebusqué en el primer cuerpo pero solo encontré la placa de identificación del agente y un par de cargadores sin usar. Hubiera preferido encontrar la pistola pero los cargadores también podrían serme útiles. En el caso de conseguir la pistola, claro. Me dirigí al segundo cuerpo esperando tener más suerte. De nuevo, su funda estaba vacía. Tenía tres cargadores en los bolsillos y su placa de identificación correspondiente, pero ni rastro de la dichosa pistola.<br />
De repente, cuando me disponía a incorporarme, escuché un gorgoteo oclusivo detrás de mí. Era uno de ellos, no había duda. Desenvainé la katana y me levanté al mismo tiempo que daba un giro brusco, sin saber aún a qué distancia se encontraba el engendro exactamente. Antes de que tuviera tiempo de abalanzarse sobre mí, le asesté un golpe en el cráneo fulminándolo al instante. La katana se quedó atascada, así que tuve que poner el pie en el pecho del zombi para hacer palanca. Como si de una grotesca adaptación del rey Arturo se tratara, extraje la katana del cráneo del no muerto mientras borbotones de sangre coagulada salían de su frente corrupta. Ese cabrón había aparecido de la nada. Debía ser más cuidadoso en el futuro si no quería convertirme en una de esas cosas. Justo cuando iba a montarme en el coche, recordé que con el susto había olvidado cachear al último zombi…<br />
-¿Llevas una pistola o es que te alegras de verme? – Le pregunté retóricamente.<br />
En la cintura, bajo la chaqueta se podía distinguir un bulto. Probablemente era lo que andaba buscando. Abrí los botones de la chaqueta resistiendo las arcadas. Me resultaba difícil no mirar su cabeza, partida en dos como un melón. De pronto, algo llamó mi atención más que su cráneo. Ahí estaba, una magnífica Desert Eagle calibre .50 de color negro enfundada en su cinturón.<br />
-¡Hoy es mi día de suerte! … si no fuera porque el planeta está lleno de zombis y yo estoy solo, rodeado de ellos.<br />
Cogí la pistola con su funda, otros dos cargadores y su placa de identificación. Esta vez sí, limpié la hoja con el traje del agente, envainé la espada y me dirigí al coche contento por mi nueva adquisición. Me eché la pistola al cinto y me subí en el coche con mucho cuidado. Lo que menos me apetecía era encontrarme con otro zombi escondido en el asiento trasero preparado para darme una sorpresa. Por suerte el Humvee estaba vacío, en los asientos traseros tan solo quedaban algunos restos de sangre reseca. El vehículo tenía montada una torreta con una ametralladora pesada M-2 y una pala parecida a la de las máquinas quitanieves para apartar a los coches o a los zombis que se cruzaran en su camino, por cortesía de la unidad de desarrollo de la B.H.S.U.<br />
Era hora de salir de ahí, ya había perdido bastante tiempo saqueando cadáveres y estaba seguro de que los infectados que me perseguían no tardarían en volver a encontrar el rastro.<br />
-¿Cómo estos agentes habían podido transformarse? – No paraba de repetirme a mí mismo.<br />
Pertenecían a una unidad especial con formación de combate, estaban montados en un vehículo blindado y tenían varias armas a su alcance. Además, no había ni rastro de refriega en el exterior del coche. Solo podía suponer que alguno de los tres contrajo la infección y no informó a sus compañeros. Se transformó en el interior del coche y atacó a los dos acompañantes.<br />
Las llaves estaban puestas, las giré pero el coche no arrancó. Probablemente al salir corriendo del vehículo, se habían dejado el motor encendido y el tiempo había acabado con la gasolina del depósito. ¡Maldito idiota!, estaba perdiendo un tiempo precioso inspeccionando el coche y ni siquiera había comprobado si funcionaba. Bajé del vehículo como una bala. Sabía que el coche llevaba latas de gasolina para estos casos. Vi un par de ellas adosadas al maletero junto a una rueda de repuesto. Probé suerte pero estaban completamente vacías. Estaba empezando a quedarme sin ideas.<br />
De repente, apareció en mi mente la idea de que tal vez en el techo junto a la ametralladora podría quedar algo de gasolina. Me apoyé sobre la rueda de repuesto, subí con un impulso y… ¡Bingo! Ahí había otras dos latas de gasolina junto a un par de cajas de munición y por suerte éstas estaban llenas. Cogí una de ellas y la baje a toda prisa, abrí el tapón del depósito y vertí el contenido lo más rápido que pude. Volví a subir al coche y probé suerte. Un petardeo fugaz salió del Humvee. Puse la llave de nuevo en la posición original y volví a intentarlo. Esta vez el petardeo fue más prolongado, pero no conseguí encenderlo.<br />
Antes de que pudiera intentarlo una tercera vez, vi asomar a uno de esos engendros al final de la calle. Al fin me habían encontrado.<br />
Empezó a caminar torpemente hacia el coche y pronto le siguieron un par de docenas más. O me movía rápido o iba a servir de aperitivo a aquellos repugnantes bichos. Lo intenté por tercera vez pero fue en vano. Si no lo conseguía pronto, el motor se ahogaría y ya no habría nada que hacer. Si eso pasaba, no tendría más opción que subirme a la torreta y cargarme a tantos de esos zombis como pudiera.<br />
Por suerte al cuarto intento y con el corazón a punto de salírseme por la boca, un enorme estruendo me indicó que el coche estaba listo para marcharse. Apreté el acelerador hasta el fondo y me dirigí directamente hacia ellos. La pala hizo su trabajo y los lanzó por los aires sin problemas. Miré hacia atrás por el retrovisor y vi que sólo un infectado había quedado en pie. Era una chica rubia de unos veinticinco años, con la boca llena de sangre fresca y uno de los brazos sosteniéndose únicamente por un par de tendones. Di marcha atrás y le pasé por encima sin miramientos. Después de todo, ese grupo acababa de matar a todos mis compañeros y creí conveniente darle las gracias de algún modo.<br />
Cuando me disponía a salir al fin de ese maldito lugar, observé que uno de los zombis a los que había atropellado y lanzado por los aires estaba intentando levantarse con torpeza apoyándose sobre la pared. No pude evitarlo, la adrenalina y la furia me consumían por dentro. Bajé la ventanilla, desenfundé la Desert Eagle y disparé al cráneo de esa aberración mientras ésta clavaba sus ojos amenazantes sobre mí. Una bola de fuego salió del cañón y una explosión inundó la calle. La bala impactó en el cráneo, salpicando la pared con su masa encefálica. La mancha que dejó recordaba a uno de esos cuadros abstractos que antaño se exponían en los museos.<br />
Subí la ventanilla y apreté el acelerador, aún tenía un largo camino por delante y no sabía si llegaría a mi destino.<br />
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“La guerra zombi está en marcha, los muertos caminan por la tierra y los pocos supervivientes se esconden o luchan, el Armagedón ha llegado y no estábamos preparados, mi nombre es Eric Majó y ésta, es mi historia.”<br />
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