martes, 4 de junio de 2013

Capítulo Decimotercero: Huyendo de nuevo


Cruzamos parte del fantasmagórico parque abandonado intentando buscar una salida, pero las verjas eran muy altas o la caída era prácticamente mortal. Además, de noche con las linternas nos encontrarían enseguida, y sin ellas seriamos presa fácil de algún zombi perdido por el bosque. Lo único que podíamos hacer era escondernos en algún lugar del parque y salir al amanecer. En la aterradora oscuridad, parecía haber cientos de ojos siguiendo nuestros pasos, y el crujido de las agarrotadas atracciones a causa del fuerte viento que soplaba, no ayudaba a calmar la situación.
-¿Y bien, donde quieres esconderte? –Preguntó Albert.
-En el castillo embrujado.
-¿No se te ocurre nada mejor?
-¡Serás marica! Elijo el castillo porque tiene escaleras y por lo que sabemos los zombis no pueden subirlas, es de los sitios más seguros del parque. Además, si esos capullos nos encuentran dentro podremos huir por detrás, era mi atracción favorita de niño y me la conozco bien.
-Bueno como quieras pero con cuidado.
Llegamos hasta los enormes peldaños que daban acceso al interior del castillo y comenzamos a subirlos. Cuando el parque estaba abierto al público, los escalones se movían de arriba abajo dificultando seriamente la subida, pero ahora, sin corriente eléctrica permanecían inmóviles como los de cualquier otra escalera. Teniendo en cuenta lo cargados que íbamos era cosa de agradecer. Llegamos hasta arriba pero la puerta estaba cerrada, como era de esperar.
-¿Y ahora, genio? –Preguntó Albert.
Di un par de pasos atrás para coger carrerilla, me impulsé y golpeé con el hombro la puerta echándola abajo.
-Son puertas de una atracción genio ¿no esperarías que se hicieran con madera maciza, verdad? –Le dije mientras me incorporaba del suelo.
Albert sonrojado no dijo nada y se coló dentro de la oscura atracción mientras yo colocaba improvisadamente la puerta. Si subían las escaleras se darían cuenta de que la puerta había sido forzada, pero desde abajo no podrían notar la diferencia. Encendimos las linternas y conmigo a la cabeza cruzamos buena parte del castillo.
-Lo recordaba más tétrico. –Dijo Albert.
-Tal vez es porque la última vez que vinimos teníamos once años.
Continuamos hasta un pequeño tobogán metálico que daba a la planta de abajo.
-¡Venga baja gallina! –Le dije mientras le propinaba un leve empujón para tirarlo rampa abajo.
Justo al llegar abajo, Albert produjo un grito de angustia seguido de un par de enérgicos improperios. Cuando iluminé el tobogán para ver lo que fuera que allí hubiera, pude observar rastros de lo que parecía ser sangre reseca sobre el frío metal de la rampa. Armándome de coraje y con sentimientos de culpabilidad bajé la rampa de un impulso. Justo antes de golpearme con Albert, me impulsé saltando torpemente por encima de él y tumbando a las dos sombrías criaturas que allí había. La linterna salió disparada y acabó iluminando una esquina de la sala. De repente, yo me encontraba intentando escapar de las dos bestias mientras Albert tiraba de la pierna de una de ellas sin demasiado éxito.
-¡La linterna! –Grité yo.
Albert dejó la pierna del zombi, cogió la linterna y enfocó la situación. Antes de que pudiera darme cuenta, uno de ellos estiró de mi brazo con fuerza y clavó sus dientes sobre mi chaqueta. Un dolor mucho más intenso que el provocado por el perdigón que ahora tenía alojado en la espinilla recorrió mi brazo hasta llegar al cerebro y le informó de que con casi toda seguridad había sido infectado. El pánico entonces se apoderó de todo mi ser y comencé a tirar con fuerza de mis miembros para zafarme de las garras de aquellos malditos infectados a la vez que les propinaba patadas y empujones. Después de unos más que angustiosos segundos, conseguí liberarme de uno de ellos. La linterna se movía de un lado para otro y no podía distinguir a Albert que se encontraba al otro lado de la luz. De repente un cañón apareció de la oscuridad y disparó iluminando la sala con un fugaz destello rojizo. Mi brazo quedó liberado al instante y retrocedí arrastrándome por el suelo hasta topar de nuevo con la rampa del tobogán. Al parecer Albert había conseguido volarle la tapa de los sesos a uno de ellos y el otro se incorporaba con dificultad en la otra punta de la pequeña estancia. Antes de que Albert pudiera disparar una segunda vez, me incorporé poniéndome entre él y el infectado, desenvainé la katana y la introduje con furia a través del ojo del maldito engendro mientras gritaba delirante y temeroso. Cuando cayó al suelo extraje la katana de su cuenca ocular, la limpié con sus raídas ropas y la envainé de nuevo.
-Alumbra aquí por favor. –Le dije a Albert estremecido y asustado.
-¿Te han mordido? –Preguntó él preocupado.
-Ahora lo sabremos, ¡alumbra de una puta vez! –Le dije mientras me sacaba la chaqueta y estiraba el brazo.
Había claras señales de un mordisco en mi brazo, pero por suerte los dientes del zombi no habían conseguido atravesar las protecciones de espuma del antebrazo y ahora un morado sustituía a una infección garantizada. Me senté en el suelo, respiré profundamente  y me sentí como si volviera a nacer.
El par de cadáveres descansaban a menos de un metro de nosotros, eran un chico joven y alto al que le faltaba medio cráneo gracias al disparo a bocajarro de Albert, y una chica rubia con el pelo alborotado y enmarañado, teñido en parte de rojo por la sangre ahora sin el ojo izquierdo.
-Joder que susto me has dado. –Dijo Albert intentando tranquilizar su pulso.
-Siento haberte asustado. –Le dije cínicamente.
-¿Quién coño eran estos y que cojones hacían aquí?
-Deja que te los presente. El chico zombi al que has disparado en el cráneo es Cristian, y la chica rubia guapa sin ojo es Marta.
-¿Como lo sabes?
 -Alguien los tiró por la rampa una vez infectados, seguramente fueron esos tarados. Los escondieron aquí, eso quiere decir que por aquí abajo la salida está bloqueada, tenemos que volver sobre nuestros pasos.
-¿Y cómo subimos de nuevo el tobogán?
-Lo que más me preocupa es cuándo llegaran aquellos cabrones, sin duda habrán oído el disparo y ahora vendrán hacia aquí.
-No creo que se arriesguen a salir de su refugio para matar a un par de chicos.
-Créeme, cuando volví a por el arco ya se disponían a saltar la valla para perseguirnos. Habrá que emboscarles.
Me tumbé sobre el tobogán y Albert escaló por encima de mí para colocar sus pies sobre mis hombros, pero justo antes de conseguirlo, varios sonidos se escucharon en la entrada de la atracción.
-No hay tiempo, escondámonos detrás del tobogán. –Dijo Albert mientras bajaba de nuevo.
A los pocos segundos las voces se hicieron más fuertes y por fin aparecieron los tres hombres sobre nuestras cabezas.
-Iluminad la zona, hay que encontrarlos. –dijo el cura encolerizado.
-¡Y matarlos, si alguien se entera de lo que ha pasado aquí se nos va a caer el pelo! –Respondió Carlos aún más perturbado.
-Parece ser que ahí están los dos chavales que tiramos aquí abajo, se los han debido cargar.-Señaló Alfredo.
-No pueden estar muy lejos, la salida está bloqueada con cadenas, tienen que estar un poco más adelante. –Argumentó el padre Isaac.
-Pues ves a buscarlos. –Le recriminó Alfredo.
-Yo soy el que se inventó toda esta farsa y no voy a mancharme ¿qué aspecto daría un cura con la sotana empapada de sangre?
-Tú no eres cura.
-Pero eso solo lo sabemos nosotros tres. –Respondió el recién descubierto farsante.
-¡Yo me quedo con el de la chaqueta de moto, me ha dejado la cara hecha un Cristo! –Respondió Carlos.
Los dos se tiraron por el tobogán a regañadientes mientras el falso cura se quedaba arriba. Antes de que dieran un paso más, les di el alto.
-Como os mováis un pelo os mato aquí mismo. –Dije yo dispuesto a cumplir mi amenaza.
Mientras yo apuntaba a Carlos, Albert apuntaba a Alfredo.
-No tendréis agallas. –Respondió Carlos amenazante.
-Si no quieres comprobarlo haz lo que te diga, deja la escopeta en el suelo y apártala de tu lado, y tú haz lo mismo.
Cuando los dos se dispusieron a dejar las armas en el suelo, Alfredo se giró bruscamente con la intención de encañonar a Albert. Con un acto reflejo, disparé la escopeta contra su pecho y lo envié con el impacto a la otra punta de la habitación. Cuando Carlos se percató de lo sucedido, intentó hacer lo mismo que su amigo, y esta vez Albert, le disparó en la cabeza.
El falso padre Isaac viendo lo ocurrido, se dio media vuelta y corrió como un poseso hacia la salida. Los dos hombres yacían tendidos en el suelo, y la habitación estaba completamente moteada de salpicaduras y cuajarones de sangre y sesos. Albert comenzó a vomitar y yo no tarde en seguirle. Después de unos segundos, conseguimos tranquilizarnos.
-Acabo de matar a un hombre, bueno a dos pero uno de ellos ya estaba muerto, el otro sin embargo… –Dijo Albert en shock.
-Sé a lo que te refieres, es mucho más duro matar a un hombre que a un zombi. –dije yo.
-Sí.
-No pienses mucho, no nos quedó otro remedio, tendremos que aprender a vivir con ello el resto de nuestras vidas que confío no será mucho tiempo si nos quedamos en esta montaña.
-¿Quien coño serian estos tíos realmente? –Preguntó Albert.
-No lo sé, pero si el tal Isaac era cura yo soy el mismísimo papa.
Recogimos la munición de las escopetas, y nos marchamos de allí después de conseguir remontar el tobogán. Salimos del parque con cuidado por si el padre impostor seguía por ahí fuera acechándonos, pero no dimos con él durante todo el camino de vuelta. Empezaba a amanecer y era más fácil buscar una salida del parque. Encontramos una pequeña soga y la atamos a una de las barandillas. Bajamos por ella torpemente y accedimos al exterior del parque, rodeado por cientos de metros de bosque y caminamos campo a través durante un buen rato. Después de todo lo sucedido, incluso en un mundo azotado por la muerte, ese tranquilo paseo a través de los árboles nos calmó un poco.
Después de unas cuantas extenuantes horas caminando por el linde de la ciudad, sin toparnos con ninguna de esas criaturas, conseguimos llegar a las afueras. Allí los atascos parecían menos abundantes, y aunque había varios coches aparcados en los arcenes, se había formado un carril en medio de la carretera perfecto para viajar con coche.
-¿Qué te parece si cogemos un coche? –Me preguntó Albert.
-No sabemos cuándo se puede acabar el camino, posiblemente solo sea casualidad. No parece haber nadie controlando el tráfico, Además podría haber algunas de esas criaturas cerca, entre los coches.
-Por aquí tardaremos siglos en llegar a la base.
-Si es que todavía sigue en pie.
-Ya te lo dije, lo miré justo antes de que se perdiera la conexión a la red y los post decían que era un lugar seguro.
-Ya, pero ha pasado bastante desde entonces, esperemos que realmente esté en pie, porque no tenemos un plan B.
De pronto un murmullo lejano se escuchó detrás de nosotros. Era el sonido inconfundible de un motor de gasolina, junto con algunos disparos, que contrastaban con todo el apacible silencio que parecía haber en la zona. Era un pick-up de color azul oscuro que se acercaba en nuestra dirección por mitad del carril de la Ronda del litoral. Albert alzó la mano pero antes de que se fijaran en nosotros, me agazapé y tiré de él con fuerza para que hiciera lo mismo.
-¿Qué narices haces? –Me susurró enfadado.
-Por lo que sabemos están armados, y no sabemos si son buenos o malos. No sabemos cómo están las cosas por aquí, tal vez los supervivientes que queden se hayan convertido en asesinos potenciales.
-…Tal vez tengas razón…continuemos. –Respondió él pensándolo fríamente.
Proseguimos la marcha una hora más cuando de nuevo volvimos a escuchar un sonido acercándose. De nuevo era un vehículo, pero esta vez, paró a nuestra altura sin que apenas nos diera tiempo a agazaparnos.
-¡Para! creo que he visto a un par de ellos, deja que vaya a liquidarlos. –Dijo uno de ellos.
-Llévate a Julio contigo, tal vez haya más. –Dijo el que parecía el cabecilla.
Antes de que dijeran algo más salí de mi escondrijo envalentonado y apunté a uno de ellos, después de propinarle un golpe de tacón Albert salió también del escondite.
-Creo que no vais a liquidar a nadie, marchaos por donde habeis venido y todos continuaremos con nuestras vidas de mierda. –Dije yo alterado.
A pocos metros de nosotros pendiente abajo, había media docena de hombres mirándonos con cara de póker, montados sobre un pick-up de la misma marca y modelo que el que había pasado hacia un rato, pero éste de color blanco adornado con algunas salpicaduras de sangre reseca granate.
-¡Si son supervivientes! –Exclamó uno de ellos.
-Sí, ¿y vosotros quienes sois? –Preguntó Albert intentando mediar en el conflicto.
-¿Es que acaso no lo veis? –Dijo el que iba como copiloto golpeando con la mano un símbolo dibujado en la puerta.
-Pues lo cierto es que no. –Dije yo cada vez más cabreado y asustado.
-Chicos, no sé donde habéis estado estos últimos meses, pero desde luego no por aquí. Somos parte de la milicia.
Albert y yo nos miramos extrañados sin bajar las armas.
-¿Quién creéis que ha retirado todos los coches del carril principal?
-Bajad las armas y acercaros, parece que necesitáis que os lo expliquemos desde el principio. –Dijo de nuevo el que parecía estar al mando.
-¿Por qué queríais matarnos? –Pregunté yo aún escéptico.
-Pensábamos que erais zombis, no podíamos imaginar a dos supervivientes paseando tranquilamente por aquí, vaya par de chalados estáis hechos.
-¡Anda, montad! –Dijo otro.
Bajamos las armas reticentes y nos acercamos al vehículo con precaución. Cuando llegamos, un par de hombres nos ayudaron a subir a la parte trasera y proseguimos la marcha junto a ellos. Parecían gente amigable aunque la experiencia jugaba en nuestra contra. Después del suceso del cura y los feligreses no podíamos permitirnos meter la pata de nuevo.
-¿Y qué narices estáis haciendo por aquí? –Preguntó uno de ellos impaciente.
-Hemos… hemos escapado de nuestro refugio. –Respondí yo midiendo las palabras.
-No nos quedaba comida y estábamos sitiados dentro. –Prosiguió Albert más confiado.
-¿Dónde os dirigíais? –Preguntó el copiloto con un grito.
-A la base civil de Barcelona, si es que aún está en pie. –Respondí yo con otro grito para que me oyera.
Durante unos segundos, todo el mundo permaneció callado.
-Lo siento chico, esa base hace semanas que cayó. Nosotros nos dirigimos a la base militar de la B.H.S.U.
-¿Que la base a caído? –Preguntó Albert consternado. – ¿Cómo ha podido ser?
-Como pasa siempre, un infectado se coló y el caos se apoderó de la base en pocas horas. Los pocos supervivientes que quedaron, y con pocos quiero decir menos de los que se pueden contar con los dedos de una mano, se escondieron en la base de la B.H.S.U.
-Eso es terrible, ¿cuántos sois en la base? –Pregunté.
-Entre quinientos y seiscientos. –Respondió uno de ellos. –Pero cada día ese número decrece.
-¿Por qué?- Preguntó Albert.
-¿Por qué? Pues porque cada misión es una ruleta, estas misiones suicidas casi siempre terminan con varias bajas. Pero no hay más remedio. Hay que conseguir comida, hay que facilitar las cosas a los posibles supervivientes como vosotros para que lleguen, hay que luchar. –Voceó el tipo sentado en el asiento del copiloto.
-No lo tengáis en cuenta, está cabreado, como todos nosotros, hoy hemos perdido a un par de compañeros. Aunque al final lo superas, nunca te acabas de acostumbrar. Cuando lleguemos a la base os responderán a todas las preguntas, no os preocupéis. –Dijo uno de los chicos sentados detrás con nosotros.

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